El gato y el curioso

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Había pasado un mes desde que Touya vio por primera vez aquél lugar pulcro e impersonal. Ahora vivía allí, con la idea de que sus padres no habían dado señales de estar buscándolo y por tanto, no les importaba realmente su bienestar.

Al principio, el señor con cara de gato estaba atento a todos sus movimientos por si necesitaba algo. Todos los días, por la mañana, le curaba sus heridas, las cuales estaban empezando a cicatrizar y a adoptar un sano color. El resto del día, se lo pasaba en una pequeña sala dos puertas más a la izquierda de su habitación. Allí entrenaba hasta que quedaba completamente agotado. Cara de gato a veces iba a visitarlo y le hacía una serie de comentarios acerca de cómo mejorar. Touya escuchaba atentamente y lo volvía a intentar.

Se mantenía ocupado. Sin embargo, seguía siendo un niño y, como cualquier otro preadolescente, tenía una curiosidad desorbitante.

Ocurrió en la primera noche del segundo mes. Touya había pasado el día como tantos otros y nada más cenar lo poco que le daban, se había marchado a su habitación, la cuál había empezado a hacer suya, dispuesto a descansar. Sin embargo, su cuerpo no le permitía conciliar el sueño. Su estómago rugía y de rato en rato, aparecían punzadas de dolor en la parte baja del abdomen. Intentó mantener los ojos cerrados e ignorarlo pero era imposible. Aquel dolor no menguaba.

Touya se levantó de la cama y pensó en qué hacer. Una de las normas que le dijeron los primeros días de su estancia allí, fue no deambular por el edificio de noche. No sabía el por qué pero, al ver la mirada que le dirigía el señor con cara de gato mientras se lo advertía, no quiso averiguar la razón de dicha norma.

Su estómago volvió a rugir y otra punzada de dolor se extendió por su abdomen. Touya se dobló de dolor mientras se llevaba las manos a la zona. Estaba decidido. Tenía que ir al baño. Pacientemente, esperó a que el dolor remitiera un poco y entonces, aprovechando el momento, se levantó y lenta y silenciosamente, salió por la puerta de su habitación.

El pasillo estaba completamente a oscuras. No había ventanas que permitieran el paso de luz a la estancia. Aquella oscuridad daba la sensación de que estaba andando con los ojos cerrados. Parecía estar dentro de la nada, la cuál, poco a poco le haría desaparecer. La nada acabaría engulléndolo, se alimentaría de él y lo haría formar parte de ella, al igual que había hecho con muchos antes que él.

Caminó rápidamente por el largo pasillo en dirección al baño. Atravesó la pesada puerta y fue directo al wc. Las punzadas de dolor eran continuas y no fue hasta pasados quince minutos cuando empezaron a disminuir al mismo tiempo que vaciaba su estómago. Una vez más calmado, se lavó las manos y se mojó tanto el cuello como la cara. Estaba pálido y daba la sensación de que se iba a desmayar de un momento a otro. Touya respiró hondo y decidió que debía volver a su habitación antes de que le encontraran fuera de su dormitorio a altas horas de la noche.

Salió de nuevo al pasillo y empezó a desandar los pasos de vuelta a su habitación cuando unas voces hicieron que se parara en seco a escucharlas.

"¿Cuál es el porcentaje de éxito que tienes hasta ahora?" preguntó una voz desconocida

"el porcentaje de éxito es del 87% señor" respondió una voz que podría reconocer con facilidad por el tono serio. Era el señor con cara de gato.

"Te recuerdo que tienes que tenerlo para dentro de tres días. Lo necesitamos. Esa máquina podría darnos la victoria"

"Lo sé señor, pero dentro de tres días será imposible. Todavía tengo que calcular muchas variables. Estará dentro de una semana, tiene mi palabra" contestó el señor con cara de gato

"Me da igual su palabra. La quiero dentro de tres días. Ahora enséñamela" ordenó el contrario. Entonces, escuchó como se iban alejando.

Touya subió unos peldaños de las escaleras con miedo a encontrárselos. No obstante, no había ninguna señal de que allí hubiera alguien a parte de él. Terminó de subir las escaleras y observó la sala de paso. ¿A dónde habían ido? se preguntó. Solo había dos posibilidades, o habían subido hasta la casucha antigua o habían bajado por donde él estaba. Paseó por la sala y observó detenidamente el papel de la pared, los sofás y los cuadros. Nunca pasaba por allí por lo que seguía siendo para él una sala desconocida.

Se sentó en el sofá mullido y cerró los ojos durante unos segundos. Inspiró profundamente. Estaba cómodo, calmado. Su cuerpo parecía haberse relajado.

Sin embargo, no pasaron ni cinco minutos cuando oyó de nuevo aquellas voces. Esta vez se iban acercando a él. Rápido, se escondió detrás del sillón, apretándose todo lo que pudo contra el suelo mientras rezaba por pasar desapercibido.

"No está nada mal" confesó la voz desconocida. Los pasos se iban acercando cada vez más. Touya se apretaba contra el suelo y rezaba porque no se pararan y siguieran caminando.

"Te doy dos días más. No me defraudes" volvió a hablar.

"Gracias señor. No lo haré"

Los pasos poco a poco se iban alejando hasta que finalmente hubo silencio. Sin embargo, no fue hasta pasados cinco minutos cuando Touya soltó todo el aire que tenía, se levantó lentamente sin hacer ruido y miró por encima del respaldo del sofá. Nadie. Volvía a estar solo en la estancia. Respiró profundamente y se limpió el pantalón del pijama. "He tenido suerte" pensó mientras se sentaba en el mullido sofá. Allí, cerró los ojos y respiró hondo intentando serenarse pues sus nervios seguían a flor de piel. "¿De qué estaban hablando?" pensó.

Entonces, tal y como sucedía en los dibujos animados, una bombilla se encendió encima de su cabeza cuando se planteó la verdadera pregunta "¿De dónde venían?" sabía que esta vez habían salido del lugar hacia la planta superior pero "¿De dónde habían salido?" parecía que hubieran salido de la pared pero eso era imposible ¿verdad?

Touya se levantó decidido a comprobar su hipótesis. Tenía que haber una puerta secreta por algún lado. Observó detenidamente la sala intentando vislumbrar alguna pista. Probablemente sucediera como en las películas de misterio que había visto donde la sala secreta aparecía ante el protagonista sólo si se daba con el mecanismo para abrirla.

Rápidamente, empezó a tocar las pocas estanterías que había al igual que todos los objetos que se encontraban reposando en su interior. Se acercó a las paredes y con la cabeza pegada a la pared, intentó escuchar algún movimiento al otro lado. No se oía nada. Frustrado, se sentó de nuevo al sofá y cerró los ojos. Entonces, una ligera corriente de aire le recorrió y como un resorte, lo siguió hasta su origen. Una pequeña abertura casi invisible, apareció ante sus ojos.

Lentamente abrió un poco más aquella puerta secreta y miró a su alrededor a la vez que agudizaba el oído. Seguía solo. No había nadie cerca.
Touya no se lo pensó. Su curiosidad podía con él y veloz se adentró en su interior donde la oscuridad y un temeroso silencio le daban la bienvenida. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Sin embargo, hizo caso omiso y cuando sus ojos se adaptaron a la penumbra vislumbró una escalera metálica que parecía bajar hasta el centro de la tierra. Touya se agarró de la barandilla y empezó a bajar lenta pero decididamente. A pesar de estar nervioso y temer ser pillado, el sentimiento aventurero se había apoderado de él.

Al final de la larga y empinada escalera se abría paso una amplia estancia. Al igual que el resto de las salas estaba poco iluminada manteniendo la mayor parte de esta en la oscuridad. Nuestro pequeño protagonista observó todo detenidamente, con los ojos muy abiertos, como si quisiera grabarse cada detalle en su memoria. La sala estaba ocupada por tres cosas; a la izquierda se encontraba una gran mesa cubierta de papeles con letra ininteligible y dos monitores. A su derecha, se encontraban grandes tubos que salían del suelo y llegaban hasta el bajo techo. Estos estaban llenos de un líquido verdoso parecido al vómito. Finalmente, en el centro se encontraba una camilla de dentista rodeada por goteros y correas manchadas de gotas rojas. Sangre. 

Aquella visión le provocó un escalofrío. No quería seguir viendo aquella sala ni imaginar cuál era su propósito. Touya, observó por última vez aquella estancia decidido a huir de ahí antes de que le vieran. Sin embargo, no se había dado cuenta de que ya era demasiado tarde pues, en la oscuridad se encontraban dos ojos felinos observando todos sus movimientos.

"¿Te gusta mi laboratorio?" preguntó el señor con cara de gato mientras se acercaba al centro de la sala. Llevaba la misma bata de médico que siempre con las manos metidas en los bolsillos.

Touya se paró en seco. Un terror se apoderó de él y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras suplicaba internamente que no le pasara nada

"¿No deberías estar durmiendo? Eres consciente de que has quebrantado la única norma que te hemos impuesto ¿verdad?"

Touya asintió

"Y eres consciente de que esto conlleva un castigo. El acceso a esta sala está restringido para personas importantes. ¿Eres tu una persona importante?"

preguntó mientras se acercaba silenciosamente hacia él. Como un gato acechando a su presa.

Touya negó con la cabeza e intentó que las palabras surgieran de su boca. Sin embargo, estas no salieron. El señor con cara de gato ya estaba a escasos centímetros de él observándole por encima de las gafas. Solo se escuchaba su propia respiración pues la sala estaba en completo silencio.

Entonces, la voz del señor con cara de gato inundó la sala cuando habló de nuevo:

"Has roto la única norma que te he impuesto y has entrado en mi laboratorio y descubierto lo que hago aquí. Así que, como comprenderás, no puedo dejarte ir. Correría el riesgo de que escaparas y se lo contaras a tu padre ¿verdad?" argumentó. Apoyó una mano sobre el hombro de nuestro pequeño protagonista y sonrió felinamente. "entiendes el por qué tengo que hacer lo que voy a hacer ¿verdad?" añadió.

En ese momento, una punzada de dolor le atravesó el cuello y le recorrió el cuerpo. Poco a poco, este empezó a dormirse. Nuestro pequeño protagonista intentó zafarse del agarre del mayor pero su cuerpo no respondía. Su mente apenas podía pensar con claridad y lentamente empezaba a perder consciencia.

Una aguja. Eso fue lo último que vio antes de caer a los brazos del señor con cara de gato. Después, todo se volvió oscuridad.





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