"Otro recuerdo notable de mi infancia permanece de tal modo vívido en mí, que aún llevo su cicatriz: Mi hermana Uma y yo estábamos una mañana temprano sentados bajo un árbol de neem, en nuestra casa en Gorakhpur.
Ella me ayudaba en mi primer libro en bengalí, en los momentos en los que yo separaba mi vista de los pericos que comían la fruta madura de un árbol de margosa. Uma se quejaba de un divieso que tenía en una pierna; para curarse trajo un tarro de ungüento. Yo me puse un poco de él en mi antebrazo.
"¿Por qué usas medicinas en un brazo sano?"
"Bueno, hermanita, siento que voy a tener mañana un divieso. Estoy probando tu pomada en el lugar en donde el divieso aparecerá".
"Oh, tú, embustero".
"Hermana, no me llames embustero hasta que veas lo que pasará mañana", le dije, indignado.
Uma no estaba impresionada, y por tres veces repitió el improperio. Una resolución sonó en mi voz cuando yo daba mi contestación lentamente."Por el poder de la voluntad en mí, digo que mañana tendré exactamente en este lugar, en mi antebrazo, un divieso bastante grande, y tu divieso se hinchará el doble de lo que ahora es".
La mañana me sorprendió con un enorme divieso en el lugar que había señalado, y el tamaño del de mi hermana Uma había aumentado al doble. Con un chillido de susto, mi hermana corrió a ver a mi madre y le dijo: "Mukunda se ha convertido en un nigromante". Muy seriamente mi madre me reconvino, diciéndome que nunca usara el poder de las palabras para hacer mal. Siempre me he recordado de esta reconvención, y he seguido fielmente su consejo. Un cirujano se encargó de curarme el divieso. Una cicatriz notable muestra el lugar donde el médico hizo la incisión. En mi brazo derecho existe un constante recuerdo del poder claro y limpio de la palabra del hombre. Aquellas sencillas y aparentemente inofensivas frases dichas a Uma, pronunciadas con profunda concentración, poseían suficiente fuerza oculta para explotar como bombas y producir claros y perjudiciales efectos. Más tarde comprendí que el poder explosivo del lenguaje podía ser inteligentemente dirigido para liberar nuestra vida de dificultades, y a así obrar sin cicatrices o regaños".
Paramahansa Yogananda.
Autobiografía de un yogui.Cuando hice el proyecto borrador, el último apartado que subí se titulaba El poder de las palabras. Era algo que tenía rondando en mi cabeza bastante tiempo pero no había podido darle forma. Pues bien, ahora lo terminaré.
Más allá de lo que las palabras puedan animar o herir, tienen un peso, un valor que se les da inconscientemente. Al pronunciar una palabra estás decretando algo. O por lo menos, deseándolo. Las palabras son armas de doble filo, que bien utilizadas pueden ser muy útiles y beneficiosas.
Al calificar a una persona con cualquier adjetivo, la estás condicionando, no sólo porque se va a sentir como tal, sino que va a empezar a serlo. Y voy a poner mi ejemplo para que entiendan mejor a lo que me refiero.
Tengo una tía (hermana de mi mamá) que desde que tengo memoria me ha llamado directa e indirectamente torpe o destructora de cosas. Cada vez que tomaba algo me lo quitaba de las manos, y me decía: es para que no lo rompas. Eso es algo entendible si el caso fuera un niño de 3 años con un vaso de vidrio. Pero casi nunca era el caso.
Una vez, entre mis nueve o diez años, recuerdo que me quitó un peluche. Y como esa pasaron muchas veces, con muñecas, juegos de mesa, platos, vasos. Y hoy en día, sigue pasando.
He tardado muchísimos años en convencerme de que no soy una destructora, pero todavía no lo logro. Lo tengo tan interiorizado que lo volví una realidad. Y aquí están las consecuencias: una persona con problemas (no sé si calificarlos como de autoestima o de personalidad) gracias a un calificativo y un prejuicio absurdo.
Quizás sí lo soy, y simplemente estoy justificándome a mí misma, pero quizás simplemente eran cosas típicas de niños -la curiosidad- y ella lo convirtió en un prejuicio.
Hablar sin pensar es muy inconveniente. Las oraciones hay que filtrarlas. Hay que preguntarse si lo que se va a decir es verdad, si hiere o difama a alguien y si es una información útil para los oyentes. Para que pase la prueba las respuestas deben ser sí, no y sí. De lo contrario no es conveniente decirlo.
Por esa misma razón, yo no maldigo mi deseo la muerte (y porque se oye muy feo). Las palabras pesan, aveces más y a veces menos, pero nunca podemos decirlas a la ligera.
Saber hablar es un arte, desde esquematizar lo que se quiere decir hasta la entonación, pasando por la elección de las palabras correctas, casi elegidas con pinza. Un arte que dominan casi siempre los políticos (excepto (in)Maduro) pero lamentablemente usan casi siempre para el mal de los demás, y beneficio propio. Las acciones y las expresiones también son parte de este maravilloso arte, los complementos perfectos. Incluso sería injusto atribuirle menos importancia que al resto de los elementos.
Las palabras tienen el poder de enamorar, convencer, herir, animar, exhaltar, alegrar y muchas cosas más, sólo depende de cómo las utilices. Y habiéndote dicho todo esto, espero que las utilices bien (y con buena ortografía, no queremos cáncer de ojos para nadie).
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Mi mente, mi desorden
RandomReflexiones, cuentos cortos, intentos de poesía, anécdotas y cosas que se me van ocurriendo. Un adefesio de una persona con un humor muy imbécil. Si abres este libro encontrarás a un político que no es corrupto, la inteligencia de Maduro, el himen d...