Serafín

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Con la piel ardiendo y los dedos adoloridos, te escribo esta carta. Te digo que soy débil, que el monstruo que hay en mi cabeza puede más que yo. Con un cigarrillo en mi mano izquierda y un lapicero en la derecha, te escribo esta carta, te cuento que conocí a un ángel, de largos cabellos color azabache y ojos que reflejan la naturaleza de su alma.

Días después de conocernos estuve a su lado, a solas, compartimos un cigarrillo en un centro comercial abarrotado. Su mirada perdida me intrigó al instante, sus labios finos y sus ojos grandes, me indicaron que era diferente, fue ahí cuando percibí realmente su pureza y la incertidumbre que acorralaba a su espíritu. Me iba contando un poco sobre su vida, sus preocupaciones y sus intentos fallidos de volver a su tierra, reflejados en sus brazos blancos y delgados.

Sus alas fueron partidas a penas llegó a este negro mundo, y ahora se perdió en su complejidad. En melancolía pasa sus días, siente la soledad de las personas que la rodean, y busca algo que no ha encontrado todavía. A pesar de que sonríe como sólo un ser de su naturaleza sabe hacerlo, su dolor está latente; pues fue sacada a la fuerza de su entorno y ahora busca en cualquier parte algo que dé sentido a su vida.

Mientras hablaba con su boca fina y sus dientes perfectos, el tiempo se detuvo y las palabras que iban a salir de mi boca, regresaron a mi garganta y decidieron anudarse allí, entonces se consumió el cigarrillo en mi mano y sentí su calor en mi piel, lo que me hizo salir de mi ensueño. Caminamos unas cuadras por la calle, y luego nuestros caminos se separaron. Ese fue el último día que nos vimos, pero guardo en mí la esperanza de un reencuentro.

Pero, querido amigo, el ángel no sólo llamó mi atención, sino la de muchos otros como yo, que quedaron abrumados y hasta intimidados por su existencia. Todo ser que viera sus ojos, o su sonrisa; quedaría hechizado, esa era la naturaleza de este querubín, a pesar de lo mucho que le incomodaba tener ese efecto en todo el mundo. Por eso se esconde muchas veces. También conocí muchos que se sintieron opacados, y le dijeron que tenía muchos defectos, que no era inteligente, y mucho menos poseía belleza ni dulzura o amabilidad, pero todos ellos sabían que le mentían.

El serafín, con la pureza de su alma manchada, les respondía amablemente y les creía. Era infeliz, pero intentaba hacer feliz a los demás, se había perdido hace mucho, pero intentaba guiar a los demás en su camino, y su mayor deseo era volver a su tierra, pero despertaba a veces en los demás deseos carnales.

Mi mente, mi desordenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora