El hilo

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Esta historia trata sobre mi mejor amiga Ágata. Una de esas chicas perfectas que no se consiguen en todas partes.

Nos conocimos a los seis años en el colegio. En ese momento todos éramos tontos, y rechazábamos a los que eran diferentes. Ella intentaba encajar con los que parecían ser más interesantes, pero no lo lograba por mucho que lo intentara, y cuando notaban su esfuerzo, empezaban a tratarla mal. Entonces llegué yo, otra niña rara en el colegio, y nos hicimos amigas.

Poco a poco, me fui dando cuenta de que no éramos tan parecidas. Yo vivía en un apartamento pequeño con mi mamá y ocasionalmente iba a visitar a mi papá, mientras que Ágata vivía una vida cómoda con sus padres en una casa de mármol; la más linda de la cuadra.

Cuando pisamos la adolescencia, su chispa se hizo fuerte. Irradiaba gentileza, tranquilidad pero también mucha sensualidad. Todos los chicos del colegio empezaron a notar su existencia, pero ella no le prestaba atención a ninguno. Mientras tanto, yo seguía a su lado, siendo invisible para todos pero especial para ella. Me trataba bien, me daba buenos consejos y pasábamos mucho tiempo juntas.

En cierto modo, creo que vi en ella algo que nadie más veía: le molestaba que sólo vieran su belleza. No esperaba afecto por su cara bonita. No se maquillaba ni se ponía vestidos para que la miraran, sino porque eso la hacía sentir bien, porque se miraba al espejo y veía algo que le gustaba. Pero en el fondo, quería ser respetada por su inteligencia, quería hacer de eso su cualidad principal.

Yo siempre la quise, porque era una buena amiga, pero en el fondo le tenía envidia. Todos los días de mi vida quise estar en su lugar, tener su melena pelirroja y sus ojos grises en vez de mi ordinario pelo marrón y mis comunes ojos negros. Quería su estatura, su cuerpo perfecto, la ropa que sus padres le compraban... Todo, anhelaba su vida perfecta.

Ella parecía saberlo todo, todo lo hacía perfecto, y todo el colegio la quería. Por eso siempre me consideré afortunada de tenerla como amiga, nunca entendí por qué seguía estando a mi lado. Yo era tan común, poco inteligente y con una vida horrible...

Cuando cumplí 14 años, caí en una depresión de la que pensé que no iba a salir viva. Un hoyo negro del que ella logró sacarme. Siempre tenía los mejores consejos y una sonrisa en la cara. Nunca me juzgó, sólo escuchaba atentamente. Siempre tenía una visión optimista de la vida y la existencia. Era muy existencial, pero también espiritual. De alguna manera, lograba un equilibrio perfecto en su vida que yo no lograba descifrar; o al menos eso percibía yo en ese momento.

Aunque la quería, pensé dejar de tratarla. En cierto momento sentí que se había convertido en una relación tóxica. Ella me hacía sentirme mal conmigo misma, pero no lo hacía intencionalmente. Simplemente su existencia me bajaba el autoestima, siempre tan maravillosa y sin defectos. No fue sino muchos años más tarde que descubrí que Ágata pensaba lo mismo de mí. Pero en aquel momento, decidí seguir con nuestra relación porque sentía un amor casi filial hacia ella.

Tengo un recuerdo especialmente bonito de una tarde de septiembre en la que estando sentadas en un pasillo del sótano del colegio me entregó entre risas un sobre y me hizo jurar que no lo abriría hasta después de cuatro días. Un sobre azul marino con un dibujo plateado hecho por ella y sellado cautelosamente con un sello húmedo. Yo simplemente lo guardé en mi bolso y seguimos con nuestras típicas bromas.

Al día siguiente, me senté en el mismo banco de siempre a esperarla, pero nunca llegó. Ese día no asistió al colegio y no dio ninguna explicación. Le mandé veinte mensajes que no contestó, la llamé todo el día y no respondió ni una vez. Estaba desorientada, molesta, preocupada. Pero no sabía que lo peor estaba por venir.

Al día siguiente, me senté a esperarla en el mismo banco, esperando su llegada. Pero lo único que llegó fue una llamada de su mamá que entre sollozos me avisó que su querida hija había muerto la noche anterior.

No lo podía creer. Intentaba decir algo, pero no podía; mi garganta estaba seca y mi mente en blanco. Su mamá siguió hablando, pero mi mente ya no estaba allí.

"Suicidio" y "Veneno", fueron las únicas palabras que entendí. La señora estaba desconsolada, y yo no podía hablar. Como puede, le di el pésame y finalicé la llamada. Miré hacia el horizonte un momento, y finalmente me levanté y fui a clase.

Al llegar a mi casa, iba a llamar a Ágata para preguntarle otra vez por qué no había ido. Entonces recordé que ya no iba a volver a oír su voz, ni ver su cabello rojo o sus ojos brillantes. Ya no iba a estar a mi lado cuando necesitara su hombro para llorar, ni para reír encerradas en su cuarto hasta el amanecer.

Ya no había más de ella.

Recordé el sobre y lo abrí. Contenía un papel doblado y un mechón de cabello. Dejé el mechón a un lado y abrí el papel que resultó ser una carta manuscrita que decía:

"Hace un tiempo, me di cuenta de que lo que alguien piensa de ti es totalmente controlable, así que utilicé eso a mi favor. Pero no todo salió como esperaba.

Cada vez que encontraba algo mal en mí, lo cubría hasta que ni siquiera yo misma pudiera notarlo. Todo lo oculté, para mantener mi imagen intachable, pero más que todo para no fastidiar a los demás. Siento que si le cuento lo que pasa en mi interior a alguien, sólo voy a molestar, a quitarle tiempo de su vida. Por eso me gusta escuchar a los demás, para que sepan que me importan.

Creo que eres una persona maravillosa, pero no me necesitas (aunque creas que si). Pronto te darás cuenta de que soy prescindible, de que el mundo sin mí seguirá girando y tú seguirás cumpliendo años. Pasarán unos días tristes y luego todo volverá a su estado natural, sólo que con otra persona en mi lugar.

Mi vida ya terminó (y si sigo viva, ve a darme un abrazo) porque así tenía que ser. No tengo futuro, no tengo sueños ni esperanzas y ni siquiera emociones me quedan.

Sé que esta carta no tiene mucho sentido, pero quiero que sepas que te amo, y eres la única persona a la que amo. Espero que sigas tu vida y seas feliz por mí. No sé que más decirte, así que voy a dejarte algo bonito."

Ese día, empecé a ver el delgado hilo entre la vida y la muerte. Pero ella no tenía razón, pues nunca nadie la reemplazó

Mi mente, mi desordenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora