EPÍLOGO

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Tan pequeñica y sincera – Amaia

No crean que tengo miedo. Que me atrevo con cualquiera.

Después de la boda, volví a mi pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Me traje el corazoncito lleno de recuerdos y el contacto de Blake en la agenda.

Y, esta vez, sí me escribió.

Pasamos tres meses enteros parloteando por teléfono. Siempre que volvía del trabajo lo llamaba de camino a casa. Una noche lluviosa, encontré un perrito abandonado en la calle y Blake me instó a adoptarlo. Aunque tampoco es que necesitara sus cansinas insistencias para agacharme y estrechar entre mis brazos a un bodeguero demasiado delgadito. El perro temblaba y enseguida lo arropé con mi abrigo.

Subí las escaleras a toda prisa y, en cuanto cerré la puerta de casa, lo dejé cuidadosamente en el suelo de la cocina para ponerle un cacharrito con agua y las sobras de la comida. Mañana compraría pienso y comederos de color rosa con forma de huesito.

—¿Has mirado a ver si tiene huevos?

—Dios, Blake—me reí, sentada en la encimera de la cocina—. No, todavía no le he abierto las patas. Está devorando mi pasta vegana.

—Pues sí que tiene hambre...

—¡Eh! Está muy buena.

—¿Le has mirado ya los huevos?

—¡Que no! Que manía ¿Por qué tanto interés en sus partes íntimas?

—Porque si es macho me encantaría que lo llamaras Goku.

—¿Quién es Goku?

—Mi héroe.

—Prefiero no preguntar ¿Si es hembra qué propones?

—LeiCH.

—No sé para qué pregunto...

***

Al final, Goku resultó ser todo un machote al que tuve que esterilizar porque se ponía muy tontorrón con mis piernas. Siempre había querido un perro, pero como mis padres trabajaban mucho nunca pude cuidar de uno. Creo que por eso mimaba tanto a Goku. Era mi bebé. El veterinario me explicó que, por los dientes, mi pequeño ya había cumplido los seis años. Lo vacuné y pegué una foto suya en la cartilla del veterinario y pasaporte.

También, le compré una camita peludita para el invierno, una fresquita para el verano y un cómodo abriguito para los días de frío. A Goku le encantaba que lo vistiera y yo adoraba vestirlo. Blake negaba con la cabeza cada vez que hacíamos videollamada y Goku posaba para él. Luego yo me enfocaba la cara mientras me paseaba por la casa, contándole cualquier cosa banal, y Blake sonreía.

Así transcurrió otro año de mi vida. Ash por fin consiguió quedarse embarazada y no sé cuál de las dos estaba más emocionada. Seguramente su madre, porque ya había bautizado a un cerdo de la granja como a su futuro nieto. Acompañé a Ash a muchas citas con el ginecólogo y a comprar ropa premamá. Dex, que siempre la había mimado mucho, la empezó a mimar más todavía. Siempre que Ash se quejaba de los tobillos hinchados, Dex le masajeaba los pies.

Cuando Blake se enteró de la noticia, prometió que volaría de vuelta a Estados Unidos para estar presente el día que naciera el niño, ya conocían el sexo. Acordamos que se quedaría a dormir en mi pequeño apartamento. Por fin conocería a Goku en persona. Aunque él lo llamaba Son Goku.

La barriga de Ash creció conforme pasaron los meses y antes de darnos cuenta el grupo entero nos reunimos de nuevo. Se suponía que Ash no daba a luz hasta dentro de una semana, pero el bebé se adelantó y rompió aguas en mitad de la terraza de un bar.

Solo ocho letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora