CAPÍTULO 12

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I think I'm OKAY – Machine Gun Kelly, YUNGBLUD & Travis Baker

You'll find me alone at midnight, inside my mind, trying to get things right.

Después de lo de aquella noche, Ash actuó como si no hubiera pasado nada. Salió de la habitación con una sonrisa y desayunó tan parlanchina como acostumbraba a ser.

Una parte de mí gritaba que la cogiera del brazo y le permitiera sacar todo lo que llevaba dentro. Pero otra me decía que esperara a que ella se sintiera preparada. Era un tema demasiado delicado como para abordarlo mal por impaciencia, pese a la buena intención. Presionarla en un momento así solo empeoraría todo.

Los días pasaron.

Mis padres me hicieron una visita sorpresa que nos pilló a todos con una resaca horrible. Blake se escondió y no quiso conocerlos en esas condiciones. Ash, sin embargo, fue la primera en sonreír y saludar.

A mamá le encantó y tardó cero coma en invitarla a comer con nosotros para seguir hablando de una autora de misterio que les gustaba mucho a ambas.

Por otro lado, Papá confundió a Blake con Jesper. Y en cuanto dijo que lo recordaba más guapo—solo para aguijonearlo—Blake salió de la habitación vestido y fresco como una lechuga.

Reconozco que me dio mucho pánico presentarle a Blake a mis padres, pero la cosa no pudo ir mejor. Mamá se enamoró de su encanto y papá no lo vaciló en exceso. De hecho, cuando se despidieron a los dos días, le dio una palmada de afecto en el hombro.

—Sé dónde vives, Barnie—le dijo—. Que mi hija me hable bien de ti...

Aunque no lo pareciera, eso significó que había aprobado el examen con éxito.

Semanas más tarde, tocaba ir empezando a estudiar para los finales.

Hoy decidí repasar fisiología en el salón mientras Ash daba sus clases.

No le importaba que estuviéramos siempre y cuando no molestáramos. El sofá lo trasladamos hace tiempo delante de las cristaleras de la terraza, por lo que entraba muchísima luz que caía directa en mis apuntes.

Cuando llegaron las tres Marías—como llamábamos a las muchachas que cotorreaban más sobre los chicos que estudiar—, Harper apareció mágicamente en el salón. Intercambió una miradita con una de ellas. La muchacha de la trenza de raíz se puso como un tomate y bajó enseguida la mirada a los apuntes, carraspeando.

Oh, no. No podía ser.

—Tete, no me mires así—Harper se rio cuando se dejó a mi lado—. No he hecho nada malo.

—Claro que no—susurré, enfadada—. Solo has infringido la ley.

—¿Qué ley? ¿La de Dios?

—Es menor—bajé más todavía la voz—. Solo tiene diecisiete años.

—A mis diecisiete ya me había pasado por la piedra a medio pueblo, tete. No es tan pequeña.

—No compares la madurez de una niña de diecisiete con una de veintiuno.

—Esa chica es muy madura para su edad. He mantenido conversaciones más profundas con ella que con gente de mi año.

—Sigue siendo menor.

Harper volvió a reírse. No hablamos más de eso porque jamás admitiría que liarse con la muchacha estuvo mal.

Volví a centrarme en mis asquerosos apuntes. Pero me distraje cuando por el rabillo del ojo pesqué a Harper intercambiando mensajitos con la muchacha, que se puso súper roja al leer uno. Miró a Harper cuando le subió y bajó las cejas.  La muchacha apretó los labios para disimular una sonrisita perversa antes de enviar otro mensaje. Vi como Harper se mordió el labio inferior, reprimiendo una risa. Tecleó en el móvil.

Solo ocho letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora