EXTRA I

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Take all of me — Andrew Rayel & HALIENE

All the words my soul has never wanted to know, and you're sayin'it all to me

WEST

Nunca había ido a un festival de electrónica.

Directamente, nunca había ido a un festival.

Me había costado horrores convencer a mi madre. Cumplir los años en diciembre es la mayor mierda del mundo. No puedo entrar en discotecas, no puedo comprar alcohol y necesito la autorización de mis padres para poder pasármelo bien en un festival al que llevaba meses queriendo ir.

Gracias a Dios, papá me ayudó a convencer a mamá y los dos firmaron la autorización. Mi hermano ya había preparado todo, amontonándolo en la puerta de casa sin orden ninguno. No sabía dónde empezaba la silla de camping y acababa la nevera. Mamá revisaba que lleváramos las tiendas de campaña, los sacos de dormir, la comida...

Ella siempre revisaba las listas de mi hermano. No se fiaba de él ni un pelo. Normal, lo apiñaba todo en un rincón y si algo se perdía por el camino, "él lo había metido, pero alguien lo había perdido".

—¿Esto qué es? —mamá sacudió una bolsita transparente, dirigiéndose directamente a mi hermano. A mí ni me barajó como posible culpable—. Lo he sacado de tu mochila.

Baxter paró de trastear con las bolsas y se quedó mirando las pastillas.

—La medicación—respondió, y volvió a organizar las cosas—. ¿No decías que debía empezar a tomármela? Pues ya está.

—¿Y vas a empezar a escucharme justo en un festival de electrónica? Tú esto no te lo llevas. Confiscado. Incautado.

—¿Qué? ¡NO!

Cuando mi hermano hizo ademán de recuperar la bolsita, mamá lo detuvo por el pecho y le lanzó la mirada. Esa que avisaba de que como dieras un pasito más no ibas al festival.

—O se queda la bolsita, u os quedáis vosotros.

—¡Eh! —protesté yo—. ¿Y qué culpa tengo yo? ¡Que se quede él!

—Hostias, que traidor—se rio mi padre.

Al final se quedó la bolsita. Mi hermano rumiaba de camino a la estación de tren. No pensaba tomarse la medicación, solo quería venderla para sacar pasta y pagarse el alquiler de su piso. No le gustaba que mamá lo mantuviera. Directamente, no le gustaba nada de ella.

Mi hermano aparcó el coche en un parquin y bajamos las mochilas, las sillas y la gigantesca tienda de campaña. La habíamos plegado en una especie de círculo que mi hermano llevó bajo el brazo hasta que entramos en la estación y Jesper se ofreció a echarle una mano. Mierda. En cuanto lo vi, el estómago me dio un vuelco y hui al resguardo de Ash, que tonteaba con un chico que, por las pintas, también iba al festival.

Me acoplé a la conversación de una manera súper descarada, pero mejor eso que mirarle la cara a Jesper. Me daba mucha, mucha, mucha vergüenza. Llevábamos todo el año parloteando por mensaje. No sé en qué momento las conversaciones empezaron a adquirir un cariz más íntimo, más... raro. Jesper era como mi hermano mayor. Siempre había sido mi hermano mayor. Aunque he de reconocer que a mis trece años dejé de verlo como solo un hermano.

¡En mi defensa! Estaba en plena revolución hormonal. Jesper tenía dieciocho años, había empezado con el fútbol y se quitó la camiseta para tirarse a la piscina haciendo un mortal hacia atrás. ¿Cómo esperáis que no me afecte? Un morenazo potencialmente famoso, gracioso y con un collar de esos pegados de diente de tiburón. Caí redondo. Pero eso nadie lo sabía. Me daba mucha vergüenza. Es decir, hablábamos de Jesper. El mejor amigo de mi hermano mayor, el tercer hijo de mis padres.

Solo ocho letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora