CAPÍTULO 4

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Can I kiss you? —Dahl

Picture this moment inside my head

Era la segunda vez en mi vida que iba al piso de Blake, que discernía bastante del mío. La distribución del suyo se basaba en un angosto pasillo con cinco puertas que no sé cómo pepinos cabían. Dos en la pared derecha y tres en la izquierda. Al final del todo, se encontraba la única habitación grande, el famoso salón-comedor.

Las dimensiones de los dormitorios individuales y del cuarto de baño no ganaban en tamaño, pero sí en acogedores y personalidad. Se notaba a la legua que habitación pertenecía a quien. Aún no había entrado a la de Blake, y me moría por curiosearla.

El tiempo había dejado algún que otro desconchón en el color verde clarito del pasillo, pero la casera los disimuló muy bien bajo esos cuadros antiguos. La cocina estaba bastante desordenada y parecía un poco del siglo anterior, aún con esos fogones que funcionaban con bombonas de butano.

Pero reconozco que molaba mucho ver como Blake bajaba las bombonas del coche. No es que me fijara en como se le tensaba esa maravillosa espalda y los tatuajes de esos brazos... Puf, para nada.

Ash había decorado su habitación con un estilo muy vintage. Paredes blancas con algunos póster retro y finas cortinas anaranjadas. La cama la colocó pegada a la pared, contigua a una mesita de noche que sostenía una torre de libros llenos de posits. El escritorio, bajo la ventana, pegaba a dos estanterías repletas de libros y marcos de fotos. El pequeño armario hacía esquina y guardaba su ropa y zapatos.

Ah, y también había un espejo enfrente de la cama. Ash había pegado muchas fotos alrededor. Algunas con sus amigos y otras sacadas de Internet.

Ahora mismo estaba mirándome en el espejo mientras ella parloteaba sobre su carrera, tumbada bocarriba en la cama. Estudiaba filología y se quejaba de la inmensa cantidad de lecturas obligatorias.

Soy yo quejándome de que no apruebo mientras miro Instagram.

Blake no estaba en el piso. Se había ido a jugar a las pistas con Dex y Jesper. Ash me contó que se pasaban allí las horas.

Saqué el jersey gris del pantalón, pero no me gustó el resultado y volví a remeterlo un poco en el vaquero. Ash me repasó de arriba abajo con los ojos y sonrió, pillina.

—¿Te has puesto los vaqueros ajustaditos porque sabías que venías a mi piso e iba a estar Baxter?

Evidentemente.

—¡NO! —pero me puse roja y se echó a reír—. ¡QUE NO! ¡Todos estaban para lavar!

—Liv, cielo, tu armario es más grande que el de Narnia.  Te has puesto los blancos explosivos adrede. Has venido de caza, tigresa. Grrrr...

No tenía nada inofensivo que lanzarle cerca y me resigné a ponerle mi peor cara de indignación.

—¡Que no!

Se volvió a reír y se dejó caer de espaldas a la cama, suspirando con pesar.

—Si os gustáis, pues liaros. No os compliquéis. De fiesta os buscáis mucho.

—No nos buscamos.

Me enarcó una ceja, levanté la barbilla, digna, y me fui a toquetear los marcos de fotos de la estantería. Ash suspiró otra vez. Oí el sonido de la cama y supuse que se tumbó.

—Al menos, admite que te parece guapo.

—Pues claro que me lo parece—dije antes de darme cuenta. Me puse roja—. A ver, me refiero, no es feo.

Solo ocho letrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora