Me llamo Mabel Malowski.
Se pronuncia tal cual se escribe. Es un nombre raro pero simple.
Como yo.
La verdad es que no puedo decir nada interesante sobre mí. Tengo dieciocho años y no he hecho nada aún con mi vida, lo cual es bastante decepcionante. Últimamente he pensado mucho en ello, es curioso como de repente miras hacia atrás y notas que no eres nadie, entonces miras hacia adelante y te das cuenta de que tampoco tienes algún plan en especial para llegar a serlo.
Es un poco patético. Como estar varada.
Sé que debo hacer algo de mi vida, pero no sé qué. Y eso me saca de quicio.
Tal vez sería más fácil si hubiese nacido siendo un chico. Así podría heredar el negocio familiar, y no es que me entusiasme el hecho de quedarme con la carpintería de mi padre, pero al menos así tendría un oficio al cual dedicarme algún día.
No sé qué hacer. Soy una buena para nada.
A veces, cuando el viejo televisor que hay en la cocina logra captar algún canal y están pasando alguna película, me dan ganas de convertirme en actriz y tener la oportunidad de ser otra persona y adentrarme en historias increíbles, adentrarme en otro mundo, actuar.
Otras veces pongo cd's en la radio y fantaseo con tener entre mis manos algún instrumento y me convierto en Joan Jett o en Meg White de los White Stripes, y todos me aclaman y adoran mi música porque soy única.
Hay una mansión estilo europeo que puede verse a lo lejos, y a veces también fantaseo con estar dentro.
Creo que soñar despierta es lo único que sé hacer bien, lo malo es que siempre tengo problemas por ello. Me distraigo tanto durante clases que tengo que sentarme junto a la ventana y dejarla abierta para que la brisa fría entre y me mantenga despierta.
- Ya bájate de tu nube Mabel, aterriza - me dice Amanda cuando llega la hora del receso después de clase de cálculo - te quedaste dormida ¿verdad?
- No, yo nunca me quedo dormida - y es cierto - sólo estaba pensando.
- Piensas demasiado, ese es el problema. Piensas y no haces nada, si te confías no subirás tus calificaciones, ninguna universidad te aceptará y jamás saldrás de aquí.
Amanda tiene razón. Si de algo estoy segura es de que no importa lo que haga, no me quedaré en el mismo lugar para siempre. En San Lázaro no hay nada que hacer, no tenemos universidades, ni buenos comercios ni buenas oportunidades para tener una buena vida. Aquí todo es siempre lo mismo. La gente que se queda se conforma con casarse, tener hijos y envejecer. Yo no quiero eso, sea como sea, dejaré huella en el mundo, y el primer paso es largarme de este pueblo.
¿Cómo lo haré? No tengo ni la más mínima idea.
Pero lo haré. Eso es lo que importa.
- Gracias por el sermón mamá. - le digo en broma, aunque en realidad Amanda sí que parece mi madre, de hecho me procura más que la de verdad.
- Es en serio, tonta. Y si no dejas de llamarme mamá te romperé la nariz.
Bajamos las escaleras hacia la cafetería y de pronto me doy cuenta de que muero de hambre. Nos topamos con Alison en el pasillo así que Amanda prefiere irse con ella, y tengo tanta hambre que ni siquiera me importa, además prefiero darles su espacio. Comenzaron a salir en las vacaciones de verano pero se enfrentaron a tantos problemas que lo suyo terminó, así que ahora procuro ayudarlas para que pasen tiempo juntas cada que puedo, quizá así puedan arreglar sus diferencias.
Es el primer día de clases.
Me pregunto con qué planean engordar nuestros traseros adolescentes esta vez. Trato de percibir el olor a comida pero no lo consigo. En ese instante alguien grita mi nombre. Al darme la vuelta veo a un chico bajito y rubio, con anteojos azules y gruesos, que me hace señas y se hecha a correr hacia mí.
- ¡Erick! - grito y corro con los brazos abiertos para estrechar a mi amigo.
- ¡Hamburguesas! - exclama con su gran sonrisa después de recibir mi abrazo.
- ¿Hamburguesas? - respondo, mi estómago se estremece.
- Deberías verlas son enormes y huelen tan bien que casi puedes saborearlas.
- Genial, muero de hambre.
- Yo igual.
Erick es mi mejor amigo desde que éramos prácticamente unos bebés, no me di cuenta cómo pero poco a poco se fue convirtiendo en alguien indispensable para mí; le cuento todo y siempre está dispuesto a escucharme, a diferencia de Amanda, Erick nunca me sermonea, al contrario siempre trata de apoyarme y permanece a mi lado cuando más lo necesito.
Este verano se fue a Francia con su familia. Su padre es doctor y trabaja allá así que tiene facilidades para llevarse a su hijo de vez en cuando.
Me alegra tanto verlo.
- ¿Qué tal Paris? - le pregunto.
- ¡Incroyable! Pero sí que te extrañé.
- Te envidio tanto, tú puedes viajar lejos de aquí. Dime que no te metiste en líos.
- Algo hay de eso.
- Ok. No quiero más detalles.
- Ni que quisiera contarte - sonríe - te traje un montón de dulces, pero no los tengo aquí, tendrás que pasar por ellos después de la escuela.
- Tú sabes cómo hacerme feliz.
Nos formamos para comprar el almuerzo y varias chicas, que no sé de dónde salieron, se acercan. O más bien, se le acercan a Erick, a mí me hacen a un lado.
Estoy acostumbrada a lidiar con el club de fans de mi amigo, así que me concentro en no perder mi lugar en la fila; para cuando lo dejen libre yo ya habré comprado mi almuerzo.
Es tan popular que a veces lo detesto. No al él, sino el hecho de que siempre está rodeado de gente, principalmente de féminas. Me hacen sentir invisible. Lo que ellas no saben es que Erick sólo sale con chicas mayores. Así que no tengo miedo de que un día me cambie por alguna de ellas, sé que nunca le hará caso a ninguna, aunque a veces pienso que debería.
Erick es muy guapo. Y lo buscan chicas guapas. Pero no se fija en ninguna de nuestra escuela. No sé si es muy tonto o muy creído. Ojala saliera con alguien de nuestra edad, ha tenido pleitos con mucha gente y tengo el presentimiento de que algún día empezará a perseguir mujeres casadas, y lo digo muy en serio. No quiero que Erick se convierta en ese tipo de hombre.