Es tarde y mis padres aún no vuelven. Creo que están empezando a tomarle el gusto a esto de dejarme sola en casa de noche.
Miro por la ventana de mi habitación y busco alguna luz encendida a la distancia. Desde donde estoy puede verse gran parte del pueblo, pero, como había dicho antes, aquí todos se guardan en sus casas al anochecer, así que no veo nada más que oscuridad. El único hogar iluminado es el mío, y probablemente también el de la familia del pequeño Julián, que en paz descanse.
Hoy son nueve días después de su muerte. Y seis después de la muerte de la profesora de física.
Dos ataúdes en casi dos semanas.
Para mi sorpresa Erick y yo hemos obedecido a la profesora y ya no nos vemos al anochecer. Y he dejado de salir a pasear.
Mi nuevo pasatiempo es mirar por la ventana cuando mamá y papá se van. Dicen que ayudan en el hospital con los enfermos. Dicen que hay muchos contagiados. No me dicen cuántos exactamente, pero hasta alguien como yo entiende la gravedad de la situación.
Hace frio pero no me pongo suéter ni me retiro de la ventana. Quiero estar así un rato más. Observo los árboles y la vereda que conduce al bosque. Empiezo a creer que en verdad imaginé el incidente de la otra vez.
Todo está tan callado que puedo oír a los grillos y también los cantos de las lagartijas que desde pequeña me han dado escalofríos. Es inquietante.
No me gustan las lagartijas. Cierro los ojos hasta que se callan. Luego distingo un sonido nuevo, suave y lejano.
Podría jurar que es un radio. O tal vez están tocando una guitarra. ¿Y cantando?
Es música.
Vuelvo a cerrar los ojos y trato de descifrar la letra de la canción. Es algo que nunca había escuchado antes.
Me gusta.
Muevo mi cabeza al ritmo de la batería. La voz del cantante llega a mis oídos con el viento, cada vez más clara.
Explosiones en tus ojos.
Agujeros en la tierra,
y un verde profundo en el mar
Hay algo en el aire,
un detalle infinito
y quiero que dure para siempre...
para siempre...
Comienza un solo de guitarra y la música se aleja. O bajan el volumen.
Qué lástima. Me pregunto quién escucha música a esta hora... y en el bosque.
Es una locura. Seguro lo imaginé.
Abro los ojos y miro las estrellas.
- Mabel, últimamente estas imaginando muchas cosas - me digo a mi misma en voz alta – estas enloquecien...do...
En ese momento bajo la vista hacia la vereda y veo a alguien ahí parado que me saluda con la mano. Me quedo boquiabierta. Pasmada.
Pero tomo valor.
- ¡¿Qué haces ahí?! – grito. Pero solo deja de saludarme - ¡Vete! ¡mi padre llamará a la policía!
Creo que sonríe. Y entonces me parece verle los ojos. Pero no puede ser posible, están brillando...
Sigue sonriendo y entonces se echa a correr directo a mi casa.
No recuerdo si la puerta está cerrada con llave, así que entro en pánico y también corro, rezando para que no entre.
Llego a la puerta y hecho el seguro por dentro.
Las luces se apagan una por una.
- ¿Te acuerdas de mí? – dice el intruso.
- No... - respondo sin mirarlo.
- Yo sé que sí me recuerdas. Anda abre los ojos. La luz de la luna entra por la ventana.
- Vete por favor – suplico.
- ¿Eso quieres? – me pregunta un tanto sarcástico.
- No me hagas daño.
- ¿Mabel?
Esa es la voz de mi padre.
Abro los ojos y veo el auto estacionándose fuera. Mis padres volvieron. Las luces están encendidas de nuevo y yo sigo aferrada a la manija de la puerta presionando el seguro como una tonta.
- Mabel, abre la puerta – ordena mamá.
- Ah sí, perdón – quito el seguro y subo a mi cuarto sin decir nada.
Me siento en la cama y volteo hacia la ventana.
Está ahí.
- ¿Ya me recuerdas? – dice.
Es un muchacho. Lleva el cabello rizado, por debajo de las orejas. Tiene unos grandes ojos y me sonríe. Esta recargado en el vidrio.
Ahora sé quién es.
La persona que me seguía en el bosque. Al que golpee y dejé inconsciente.
- ¿Mabel, estas bien hija? – llama mi padre.
- Sí – respondo – ahora salgo.
Al mirar de nuevo ya no hay nadie en la ventana.
Me estoy volviendo loca.
ESTÁS LEYENDO
El bosque de las almas perdidas
Mystère / ThrillerHuir para vivir o quedarse y morir.