Capitulo cuatro.
Son las doce de la noche y mis padres no aparecen. Encendí las luces de la sala, la cocina, el comedor y el baño. Y por supuesto la de mi cuarto y el de mis padres.
Sé que es una tontería, pero así me siento más segura.
También cerré todas las ventanas.
Juraría haber visto a alguien corriendo alrededor de la casa.
El sueño y el cansancio se apoderan de mí, y por más que me esfuerzo por no quedarme dormida, mis ojos se cierran.
Al abrirlos de nuevo ya es de día. Y es tarde. Con suerte llegaré a tiempo a la escuela.
Bajo directo a desayunar cuando mi madre me llama por tercera vez. Estoy más tranquila.
- ¿Te enteraste de lo que pasó ayer? – pregunta mi padre. Mi corazón se detiene y dejo de respirar por un momento.
- ¿Qué cosa? – respondo tratando de calmarme de nuevo. Siento que me ruborizo por el pánico.
- Del muchacho que murió.
Me sostengo para no caerme de la silla. Lo saben. Ese chico murió.
- Es una lástima. Era un niño. Ni siquiera iba en secundaria. – dice mi mamá.
Exhalo. El chico de anoche era un adolescente. Lo cual significa que el niño que murió no era él.
- Por eso llegamos en la madrugada. Tu padre y yo estuvimos con sus familiares. Había muchas personas reunidas ahí cuando todo sucedió. Fue algo muy triste.
- ¿Estaba enfermo de algo? – pregunto sin mirar a ninguno de los dos.
- Sí, pero no sabemos exactamente de qué – contesta papá – su médico dice que es algo parecido al dengue. Sin embargo es una enfermedad nueva. Tenemos que ser precavidos. Si empiezas a marearte o a sentirte mal de repente, dinos en seguida.
- Está bien. – trato de concentrarme en mantener el desayuno en mi estómago y preparo mis cosas para salir corriendo a la escuela. Mi padre me observa.
- Llamé a la madre de Erick y le pedí que venga a cuidarte esta tarde. Así que vengan los dos directo a la casa. Tu mamá ayudará a la familia del niño a preparar el funeral. Están destrozados – hace una pausa y suspira – yo me encargaré de fabricar el ataúd.
Papá odia hacer ataúdes, sólo lo he visto hacerlos unas dos o tres veces durante toda mi vida. Creo que para él es algo triste fabricar cajas para muerto. Sin embargo hace unos ataúdes preciosos, con madera de abeto, la clase de árboles que rodean el pueblo. Él dice que los difuntos se merecen descansar en un lugar cómodo y bonito. Yo creo que es un desperdicio. Los abetos son los árboles más hermosos y antiguos que hay por aquí, y talarlos se me hace algo terrible. Pero al alcalde parece darle igual y le otorga el permiso a mi padre para que haga lo que quiera con ellos.
Ataúdes, por ejemplo.
- Por cierto – digo al besar a mi madre en la mejilla antes de irme- perdón por dejar las luces encendidas, es que me sentía muy sola y me asusté un poco.
- ¿De qué hablas Mabel?
- Ayer, antes de que llegaran encendí las luces de toda la casa y me quedé dormida. – me pongo fría, ¿acaso no lo habían notado?
- Cielo, todo estaba apagado cuando llegamos. – dice mi madre mirándome extrañada – será mejor que te apures, ya es tarde.
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El bosque de las almas perdidas
Misterio / SuspensoHuir para vivir o quedarse y morir.