Capítulo 20. Rojo y negro

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Lo primero que sintió al despertar era el olor a vino y flores del apartamento. Era una mezcla curiosa que había resultado de todas las decoraciones florales de su hermano en unión con el vino de marca que solía degustar Shin.

Si se concentraba un poco, también podría notar el olor a libros, puesto que abundaban en las habitaciones, o el familiar olor de quienes vivían allí, especialmente del propietario.

Sin embargo, había algo más, que llegó al instante. El olor a bollería de panadería, recién hecho, y el olor del té que más le gustaba.

Hacía un gran constraste con el recuerdo al olor metálico, pero no desagradable, de la sangre. 

Aquello fue un pensamiento que cruzó su mente antes de abrir los ojos.

Cuando entraba en aquella casa, el territorio de Shin, tenía la sensación de que cambiaba de mundo.

Desde el primer día, había algo en el olor, en la decoración, que hacía que esa casa se sintiese extrañamente en otra época, en algo lejano y protegido.

Quizás fuera por los muebles viejos que no se habían cambiado. Por los libros acumulados por todos lados, los bolígrafos de tinta líquida en lugar de los BIC que acostumbraba a ver fuera, los cuadros de paisajes que no tenían significado y que, si los miraba fijamente, podrían haber sido importantes para alguien; el olor a vino y madera que llenaba el lugar, las decoraciones, telas, que solo llenaban espacios y no revelaban nada del que allí habitaba.

Quizás fuera por la forma en la que vestía, elegante, como si no hubiera nacido para llevar otra. Esa ropa que podría llevar a cualquier lugar y destacar, pero como si fuera un caballero extranjero no un hombre de negocios. Quizás precisamente porque era extranjero. Quizás por su costumbre de tomar una buena copa de vino mientras disfrutaba de algún libro que la advertía de ser aburrido para ella. Quizás por su forma ágil, calculada de moverse, como si cada mínimo gesto estuviera medido al milímetro para ser perfecto, totalmente natural.

O podría ser por su forma de hablar, calmada siempre, como si supiera exactamente qué decir a cada momento. Inteligente, pensada para que el oyente saboreara cada palabra. Al igual que todo lo que hacía, llena de elegancia.

O quizás fuera su mirar. Oscuro, enturbiado por las sombras y sin embargo, despierto. Atento a cada mínimo movimiento, a cada gesto, a cada detalle, analítico al máximo, astuto al deslizarse por su entorno.

De lo que estaba segura era de que su sonrisa tenía que ver. Siempre la mantenía en su rostro, la serenidad continua, como si a cada momento le estuvieran retratando y no pudiera moverse.

El techo blanco, las paredes beige y la cómoda cama de sábanas blancas tampoco ayudaba. Sin embargo, el colchón y la almohada eran tan cómodos que se quedaría horas a dormir allí.

Giró su cabeza, solo para confirmar la hora y que lo que olía estaba a su lado, en la mesilla.

La ventana estaba abierta, permitiendo que las cortinas ondearan por la ligera brisa, y dejando entrar la luz de un día despejado.

Algo desorientada al recordar que, sus últimos recuerdos eran de la noche, se incorporó en la cama. Notó entonces que llevaba solo una camiseta que olía a su hermano y sus bragas, sorprendiéndose en gran medida, hasta que vio su ropa en la silla a unos metros.

No era la ropa que recordaba haber llevado, pero sí que reconocía como suya y que había ido dejando en aquella casa para cuando iba.

Aquel lugar era como de otro mundo, uno alejado del que vivía ella, pero poco a poco, se descrubrió conquistándolo junto a su hermano.

Juntos (Karmaxlectora)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora