Capitulo 6

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Dios, Dios, Dios

El profesor Hugo me abordó por la espalda y me tocó el hombro al tiempo que me decía por lo bajo.

- Disfruta Mía, es una de las muchas glorias que te esperan – y se paraba a mi lado. Le sonreí con un asentimiento en respuesta, estaba emocionada.

- Amelia – decía un Roberto gustoso mientras me daba la mano y me abrazaba - dejame felicitarte, no pude haber elegido mejores músicos para representar dignamente a nuestro país - se giró hacia Hugo y estrecho su mano - gracias a usted también profesor, tengo entendido que es su profesor de canto - el profe Hugo correspondió y dijo.

- Ha sido un verdadero placer enseñarle a esta jovencita – Roberto le sonrió. Volteó hacia mi y dijo.

- Déjame decirte que mi hija esta mas que complacida con ese hermoso homenaje al Divo de Juárez.
Es impresionante el alcance de tu voz, estoy muy sorprendido. Semejante vozarron en un cuerpo tan pequeñito – reímos ante la broma del dirigente -

-Le agradezco mucho. Para mi es un privilegio recibir su reconocimiento. Y me alegra mucho que su hija haya quedado feliz con su regalo -

- De eso no tengas la menor duda – me respondió con una sonrisa – quiero presentarles al padre del novio, el conde de Hamilton - dijo con un ademan hacia el nombrado. El hombre canoso se presentó.

- Cecil, Conde de Hamilton. Un placer madame - estrechó mi mano y elogio mi actuación. Esto era un sueño, me sentía en una película de Disney, sentía que al sonar las 12 esto iba a desaparecer.

- Finalmente, quiero presentarte a Mycroft Holmes, miembro gubernamental del país, funcionario en
seguridad nacional y amigo intimo del conde - tragué saliva en seco al ver a ese hombre.

- Mucho gusto, señor – dije nerviosa con una inclinación de cabeza. El tipo era enorme, yo con tacones a duras penas arañaba el inicio de su cuello. Wow su cuello, Dios, era hermoso.
No se veía tan alto desde donde estaba viéndolo.
Bueno, también estaba sentado. Tonta.

- El gusto es mio... jovencita – y nos estrechamos la mano. Mientras nuestras miradas se cruzaron, pude ver que sus ojos eran azules, un azul claro y frio. Esos ojos calculadores eran preciosos. Su camisa de un blanco puro acariciaba su pecho que se marcaba bajo esos pliegues. Sus labios eran rosados y contrastaba
enormemente con la piel blanca de su rostro. Tenia pecas que adornaban su frente. Era dueño de una sexy barba partida. Sus manos, Dios, eran hermosas; delgados y largos dedos adornaban esas manos cuidadas; llevaba una banda dorada en el dedo anular derecho. Bueno al menos no es el izquierdo. Su cabello a la luz brillaba, y no era negro, sino cobrizo. Quedé embobada mirándolo y él me miraba también. (déjenme gritar internamente) Y probablemente se dieron cuenta puesto que el señor Roberto carraspeó.

- Cecil, iré a revisar si ya puso la marrana. ¿Me acompañas? - la cara del nombrado era todo un acontecimiento. Estaba boquiabierto y totalmente confundido mirando al hombre mas alto quien retiró su mano y se quedó en su lugar con expresión confusa.
El conde abrió la boca para cerrarla inmediatamente.

- ¡Claro! - sonrió con las cejas juntas en confusión - ¿la marrana? Por supuesto. - Cecil palmeó la espalda de Roberto y al alejarse pregunto por lo bajo - ¿que es una marrana? - me había sonrojado pero pude ocultarlo decentemente con la pequeña risa que me saco ese par. O así hubiera sido si Don Roberto antes de irse no me hubiera guiñado el ojo mientras una sonrisa pícara surcaba sus labios.

Por su parte el profe Hugo que veía la escena con una ligera sonrisa se llevó a Rodríguez con él y al notar que Victor iba caminando hacia donde estábamos lo tomó por el cinturón y se lo llevó; aún tenia un tema que tratar con él respecto al poco tacto que tuvo en el escenario mientras cantaba.

Hasta que te conocí. (Mycroft Holmes)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora