26| Eterno

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Las cortinas de aquella habitación no lograron impedir el paso de los rayos de sol, los cuales resultaron ser los culpables de que los párpados del pelirrojo se abrieran con vagancia.

La borrosa vista de un adormilado Reki se fue adaptando hasta cobrar una cierta lucidez. Estiró levemente su brazo derecho y con las puntas de sus dedos palpó algo de tacto acolchado.

Es aquí cuando recordó que no estaba solo.

Una presencia había captado su atención. Y es que Langa permanecía estirado a su lado. El joven dormía profundamente, y mientras lo hacía, Reki observaba su expresión serena.

La sonrisa del pelirrojo se hizo presente de forma inconsciente.

Ambos estaban a pocos centímetros, incluso sus cuerpos se rozaban continuamente. Gracias a aquella cercanía, Reki pudo apreciar con más detalle las facciones de su rostro.

No comprendía cómo un ser humano, o mejor dicho; un fantasma, podía llegar a ser tan hermoso.

Para empezar, su pálida piel ocasionaba que el océano que se veía reflejado en sus ojos resaltara aún más. Por no hablar de que tanto sus labios como sus mofletes habían adquirido un color rojizo, parecido al de una fresa.

Algunos mechones de su revoltoso cabello se deslizaban por sus mejillas. Aquel muchacho tan observador alzó su mano e intentó retirarlos con delicadeza, pues pensó que podrían molestar a su amigo.

Al realizar esta acción Langa entreabrió los ojos.

—¿Reki? —dijo con una voz que sonaba más grave de lo habitual.

El nombrado se lo quedó mirando.

—Oh, ¿te he despertado? Lo siento.

Negó con la cabeza y echó un vistazo a su compañero. Se percató de que este seguía acariciando sus mejillas a la vez que apartaba algunos de sus cabellos.

El corazón del chico comenzó a latir a causa del repentino contacto. Podía jurar que sus manos y pies temblaban.

Por lo general, Langa era una persona tranquila, la cual no se sobresaltaba ni se dejaba llevar por sus emociones.

Sin embargo, Reki alteraba todos estos hechos que definían su personalidad, ocasionando que sus sentidos se descontrolaran.

Ignoró los nervios que estaba experimentando y se aproximó al contrario, pues deseaba sentir su calor.

Tumbados de lado, los dos se miraban el uno al otro.

Langa movió la pierna hacia adelante, y sin querer, tocó algo aparentemente duro. Al notar esto, Reki soltó un grito ahogado e inmediatamente tapó su boca con fuerza.

Hicieron contacto visual.

Un silencio incómodo se apoderó de cada rincón de la habitación.

—¡Perdón! —espetó avergonzado.

Apartó la fina sábana que los cubría, y de un salto, consiguió salir torpemente de la cama.

Fue corriendo hacia la puerta. A continuación, salió del cuarto y se dirigió al baño.

—¡¿Reki?! —exclamó confuso buscando una explicación—. ¿Qué acaba de pasar?

Mientras tanto, el muchacho que se encontraba en el lavabo se sentó en el frío suelo, apoyando su espalda contra la robusta puerta y replanteándose su existencia.

Estaba mortificado. Y sus mejillas, rojas como un tomate, lo confirmaban.

Reki sabía que aquello era normal. Al fin y al cabo, no era más que un simple adolescente pasando por la pubertad. Tenía las hormonas revolucionadas. Pero a pesar de eso, no podía evitar sentirse como un pervertido.

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