32| Castigo

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Los muchachos, exhaustos de las locuras vividas y los múltiples sentimientos que sus corazones habían experimentado, llegaron a casa a las tantas de la noche.

Ambos pudieron percibir como una fría brisa recorría cada ápice de su piel, ocasionando que esta se estremeciera.

Alzaron la vista y se fijaron en la silueta de una persona, la cual estaba apoyada en la puerta, esperando a la llegada del pelirrojo.

En el pasado ya había ocurrido algo similar.

Y es qué la madre de Reki estaba mirándolo de forma amenazante mientras mantenía los brazos cruzados, mostrando su enfado.

Con tan solo analizar la expresión facial y el lenguaje corporal de la mujer, se podía apreciar que realmente estaba molesta y preocupada por su hijo.

Se acercaron con precaución hacia ella. Pero antes de que el joven abriera la boca para posteriormente exponer sus explicaciones y evitar el discurso que su madre estaba a punto de darle, hábilmente esta se le adelantó.

—Reki Kyan. —La sangre del chico se congeló—. ¿Sabes qué hora es?

El nombrado asintió, agachando la cabeza.

—Lo siento, mamá.

—¿Lo sientes? Ni siquiera has mandado un triste mensaje avisando que llegarías tarde —espetó—. ¡¿Dónde te habías metido?!

—Puedo explicarlo —intentó decir.

—Mira, Reki —lo interrumpió—. No me importa si tienes novia. Al contrario, me alegro por ti. Sin embargo, últimamente estás demasiado distraído. Te pasas los días fuera de casa, y entiendo que sea verano y quieras pasarlo bien, pero hay tiempo para todo. Y lo que no puede ser es que a estas horas de la noche, todavía estés en la calle y encima solo. ¿Qué haría si te sucediera algo?

—Lo sé. Pero estoy bien, en serio —habló con tranquilidad, hasta que se percató de lo que su madre había comentando al inicio—. Espera, ¿has dicho novia? ¿Qué estás diciendo tan de repente?

La mujer lo miró y arqueó la ceja.

Al parecer, su hipótesis acerca del posible noviazgo de su hijo no era del todo correcta. Lo inspeccionó de arriba a abajo.

—Oh... ¿Es un novio, quizá? —preguntó.

Boquiabierto, Reki observó a Langa de reojo. Las orejas de ambos se enrojecieron.

—Ya sabes que nosotros te apoyamos —dijo, refiriéndose a su familia—. Y nada, absolutamente nada, cambiará el hecho de que te queremos más que a cualquier cosa. ¿Me oyes?

—¡Por dios, mamá! ¡No es nada de eso! —expresó repleto de vergüenza.

Era bueno contar con el visto bueno de sus padres respecto a su sexualidad. No obstante, eso no quitaba que las palabras de la mujer lo estuvieran avergonzando.

Y más sabiendo que su novio, al cual jamás podrían conocer, ya que era un maldito fantasma, estaba presenciando la escena.

—Entonces no comprendo qué sucede contigo. ¿Acaso estás metido en algún lío peligroso? —inquirió—. ¿Drogas? ¿Le debes dinero a alguien? ¿Te están molestando? ¿O es que te has unido a alguna banda?

—¡Mamá, ni que fuese un criminal! ¡¿Qué clase de idea tienes de mí?!

—Ya no lo sé. Siento que me ocultas cosas, hijo. ¿Seguro que va todo bien?

—Seguro —replicó rodando los ojos.

Su madre suspiró y realizó un gesto con la mano izquierda, señalando que ya era hora de que el adolescente entrase en casa.

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