38| Hasta luego

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Dos muchachos corrían a toda prisa por una extensa pendiente, mientras iban tomados de la mano sintiendo el calor y el roce del otro.

Tenían el corazón en la boca, pues lo que habían vivido en las últimas horas parecía sacado de una película de fantasía.

Sus piernas avanzaron hasta llegar a una especie de acantilado. Este disponía de un enorme sauce en el centro, caracterizado por la escasez de sus hojas, cosa rara teniendo en cuenta el tipo de árbol que era.

Pararon para recobrar el aliento y volver a llenar sus pulmones de aire. El diafragma de ambos dolía y sus pies estaban a punto de morir debido al cansancio.

Además, desde hace un rato el corazón del pelirrojo había estado recibiendo algún que otro pinchazo.

Cuando sus respiraciones se estabilizaron, los adolescentes alzaron la vista, topándose con un cielo artificial en el que predominaban los tonos fríos y apagados.

—No hay ni una estrella —anunció Reki.

Langa volvió a dirigir su mirada hacia arriba para comprobar la afirmación del pelirrojo, llegando a la conclusión de que estaba en lo cierto.

El cielo que se cernía sobre ellos permanecía desolado. Ni los astros ni las nubes parecían existir en aquel sombrío lugar.

Antes de que pudiera responder, el de cabello azul puso toda su atención en los brazos de Reki.

Sus muñecas estaban bastante magulladas y su piel morena había adquirido un tono azulado.

Posiblemente aquellos moretones y cortes leves fueron ocasionados por las afiladas y duras garras de las gárgolas.

—Reki, tus muñecas... —expresó con un hilo de voz, a la vez que las agarraba con cuidado y las analizaba con tristeza.

El pelirrojo le quitó importancia y comentó que no tenía que preocuparse, que debido al skate su cuerpo estaba inmunizado contra los golpes.

Sin embargo, esto no hizo que Langa se quedara más tranquilo.

Acarició sus muñecas con cariño.

—Perdón por haberte metido en todo este caos. A veces pienso que tu mundo se ha puesto patas arriba por mi culpa. —Una sonrisa incómoda y plagada de nervios se dibujó en su cara—. Si no me hubieras conocido no estarías sufriendo a mi costa y tampoco estarías herido.

Reki arqueó la ceja.

—No sigas por ahí, porque entonces me enfadaré de verdad —contestó cruzando los brazos—. Sé que sonará cursi, pero conocerte ha sido lo mejor que me ha ocurrido.

Ambos se miraron. A causa de la timidez y los nervios, Reki apartó la vista en varias ocasiones.

—Si te soy sincero, al principio detestaba oír los susurros de los fantasmas. Sus voces me seguían continuamente, sobre todo al caer la noche. Así que me era imposible dormir. Ya sabes lo paranoico que soy. —Tocó uno de sus mechones rojizos—. Las pesadillas eran constantes y si cerraba los ojos lo único que veía era oscuridad. No fue nada fácil, porque no podía hablar de ello con nadie, si lo hacía me tomarían por loco.

Volvió a hacer contacto visual con su novio.

—Pero cuando nos conocimos, mi visión acerca de este don, si es que se le puede llamar así, cambió por completo. Tú me ayudaste a darle otro sentido. Y en cierto modo, también me quitaste el temor que sentía hacia las cosas paranormales. Pude desahogarme contigo y sacarme un gran peso de encima.

Reki sujetó las mejillas de Langa con delicadeza, y haciendo uso de sus dedos, las rozó con afecto para posteriormente depositar varios besos sobre ellas.

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