39| Epílogo (Final)

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Las hojas del calendario fueron cayendo lentamente, mientras que las estaciones pasaban y el mundo cambiaba a su alrededor.

En aquel periodo de tiempo, Reki creció y maduró como persona, conservando su brillante esencia y su alegre personalidad.

Aquella probablemente era una de sus mejores virtudes, pues le había servido para cumplir sus metas y crear nuevas amistades.

Trabajó en diversos empleos y ahorró una enorme cantidad de dinero con el propósito de viajar a Canadá.

Pero antes, se puso en contacto con la madre de Langa y le preguntó por la dirección del cementerio en el que su hijo estaba enterrado.

También le pidió permiso para ir, y como era de esperar, la mujer aceptó con gusto.

Al llegar, estuvo recorriendo los largos pasillos hasta que halló la lápida del que en su día fue su gran amor.

La observó con atención. Enseguida, las lágrimas se formaron en sus ojos para posteriormente deslizarse por sus mejillas.

Reki las limpió con su antebrazo.

Cambió los claveles marchitos que se localizaban en una especie de maceta y colocó un bello ramo de flores azules. También le entregó una manzana roja como ofrenda.

Ofreció sus respetos, y con su mano derecha, acarició el nombre inscrito en la fría piedra.

A continuación, se sentó al lado de la tumba y se puso a conversar con Langa. Aunque más que una conversación, aquello parecía un monólogo.

Pero a Reki no le importó hablar solo, porque su corazón le decía que el contrario lo escuchaba desde el otro lado.

Además, tenía que ponerlo al día.

Aquella no fue la única visita.

El muchacho lo fue a ver en más ocasiones. Y siempre que lo hacía le traía flores y le contaba los sucesos que le ocurrían. También visitó la lápida del padre de Langa, la cual estaba a pocos metros de la del joven.

Reki nunca podría superar al de ojos azules y mucho menos olvidarlo, sin embargo, aprendió a vivir sin él.

El reloj no se detuvo.

La vida de Reki terminó en un suspiro. No obstante y como prometió, había vivido sin arrepentimientos.

• • •

El pelirrojo abrió los ojos sobresaltado. Lo último que recordaba era haberse ido a dormir para nunca más despertar.

Miró a los lados con preocupación. La ubicación en la que residía era extraña y hermosa a partes iguales.

Estaba en un prado plagado de vegetación. Todo tipo de flores se alzaban ante él, pero lo que más destacaba eran los girasoles que brillaban gracias al reflejo del sol.

Observó sus brazos y palpó su rostro. No sabía cómo, pero había regresado a su adolescencia.

Quizá aquel lugar te devolvía a la época en la que había sido más feliz.

A lo lejos, divisó como la silueta de alguien avanzaba hacia él.

No tardó en reconocerlo.

Reki saltó de alegría y corrió lo más rápido que pudo para acortar la distancia que los separaba.

Cuando ambos estuvieron lo suficientemente cerca, el chico se abalanzó sobre él sin cuidado alguno.

Como consecuencia, cayeron sobre el suave césped.

Justo como en los viejos tiempos.

—Te dije que era un hasta luego —anunció Langa abrazándolo.

Se lo quedó mirando boquiabierto.

—¿Eres real, verdad? Por favor, dime que esto no es un sueño.

El pelirrojo hablaba mientras sujetaba el rostro del contrario con total desesperación.

Langa lo miró con afecto, y de forma repentina, besó sus labios.

Hacía tiempo que estos no se tocaban, no obstante, no se habían olvidado de la sensación.

—Soy real —confirmó con una sonrisa que aceleró el corazón de Reki.

Ambos se levantaron y sacudieron la ropa que llevaban para limpiar los posibles restos de tierra.

Volvieron a mirarse mutuamente.

Entrelazaron sus manos, percibiendo el pulso del otro.

Aquel simple acto bastó para que una sonrisa de satisfacción se dibujara en la cara del de cabello rojizo.

Más tarde, comenzaron a dialogar y a caminar por el bello prado.

Dándose cuenta de que los dos lograron cruzar al otro lado y reencontrarse tal y como habían predicho.

Era hora de empezar a vivir una nueva aventura, la cual gozarían juntos.

FIN.

Gracias por haber recorrido este camino conmigo.

Falta la nota final.

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