16| Fiebre

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Las nubes grises reemplazaron el lugar en el que horas antes había permanecido el sol.

Dos adolescentes corrían a gran velocidad. Su objetivo era encontrar una ubicación bajo la que refugiarse de la lluvia. 

El pelirrojo sujetaba con fuerza el skate, ya que con ese clima era casi imposible desplazarse por la carretera. Además, podría resultar peligroso. Por esa razón, y para evitar cualquier tipo de accidente, ambos chicos pensaron que sería mejor ir a pie.

Langa estaba justo detrás de él. 

Las gotas de agua se deslizaban con suavidad por su rostro. Algunas de ellas yacían en sus largas y finas pestañas, haciendo que sus cristalinos ojos brillasen con más intensidad. 

Constantemente, Reki giraba su cabeza de lado a lado. Parecía estar buscando algo. Enfocó su mirada y sonrió con alegría.

—¡Por fin! —dijo emocionado, mirando a su compañero—. ¡Lo he encontrado, vámonos!

Agarró su pálida mano y entrelazó sus dedos con los de su amigo, haciendo que estos encajaran a la perfección. El de cabello azul no se quejó, solo apretó aquel agarre con más ímpetu para asegurarse de que el pelirrojo no lo dejase atrás.

Continuaron corriendo para finalmente lograr adentrarse en el interior del bosque. 

Hasta ahora, se habían desplazado por los bordes de la carretera. Iban con mucho cuidado para evitar ser atropellados. El que más cautela tenía era Reki, puesto que Langa, por suerte o por desgracia, no debía preocuparse de la muerte.

Al llegar a su destino, los jóvenes observaron con atención lo que tenían enfrente de sus narices.

Una especie de cobertizo de piedra se hallaba en medio de aquella boscosa localización. Estaba bastante desgastado y lleno de hierbajos. Varias plantas de enredadera se ubicaban en las cuatro paredes. No era demasiado grande, pero aquel edificio era espeluznante.

Un escalofrío recorrió de arriba a abajo el cuerpo de Reki. 

El pelirrojo intentó abrir la puerta, aunque hacer esto resultó en vano, porque estaba cerrada con llave, y por mucho que tirasen de ella, no conseguían abrirla.

—¿Y si nos colamos por la ventana? —preguntó.

—¿Qué? —respondió Langa mientras lo miraba confuso.

—Agarramos cualquier piedra, rompemos la ventana con ella y entramos dentro.

—No creo que sea buena idea. Seguro que este sitio pertenece a alguien, no podemos simplemente llegar y cargárnoslo.

—Lo sé... Pero es lo único que se me ocurre. También te digo, está abandonado y se cae a trozos. Así que no pienso que nadie lo vaya a echar en falta.

—Eso no lo sabes —declaró, acercándose a la entrada.

Se sentó en el suelo y apoyó su espalda en la pared grisácea.

—Por el momento, será mejor que esperemos aquí. Gracias al tejado podemos eludir la lluvia. —Langa señaló el techo y miró a Reki con una sonrisa, el cual suspiró y soltó una leve carcajada.

—Está bien, pero que sepas que si cojo hipotermia será por tu culpa —alegó a la vez que se sentaba junto a su amigo.

—Que exagerado eres —rio y volvió a mirarlo.

Se fijó en el cabello rojizo de Reki. Al igual que su ropa y su bandana, estaba mojado y frío. Acercó su mano, tocó uno de sus mechones y suavemente lo fue enredando en su dedo, creando una especie de espiral.

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