|Capítulo 17|

7 0 0
                                    

Si en momentos difíciles te rindes, muy limitada es la fuerza que tienes.
–Proverbios 24:10–

No podemos rendirnos tan fácil.

   Emmanuel caminaba junto con Aurora en medio de los árboles, pasando algunas que otras grandes raíces en el suelo y muchas piedras en el camino. El día estaba soleado, y ninguna nube de lluvia se veía a la distancia, así que es el momento correcto para poder ir a la quebrada y disfrutar un poco del lugar. Aurora no sabía que Emmanuel la llevaría hasta allá, así que cuando pudo ver la quebrada frente a ella no dudó en alzar sus cejas en expresión de sorpresa.

—¿Qué te parece? —preguntó Emmanuel, mostrando una amplia sonrisa en su rostro.

—La verdad es que...

—Quedaste sin palabras, lo entiendo. La quebrada es muy bonita. El agua hoy está limpia, podrás notar que...

—Ya había venido antes con Adrián a este lugar —comentó Aurora, llamando así la atención de Emmanuel —. Tú me trajiste por un camino diferente, fue por eso que no pude deducir que veníamos para acá.

—¿Cuándo Adrián te trajo para acá? —preguntó Emmanuel, frunciendo su ceño mientras se acercaba poco a poco hacia Aurora.

—Hace más de una semana. De hecho... Ambos nos metimos a nadar.

—Entiendo —dijo Emmanuel, rascando el puente de su nariz para luego voltear a mirar nuevamente la quebraba —. Quería que te sorprendieras cuando te la enseñara; pero ya veo que se me adelantaron.

—Traquilo, igual no deja de sorprenderme este lugar —comentó Aurora, mostrando una pequeña sonrisa. Ella después caminó hacia una gran piedra cerca del agua, donde pudo sentarse para relajarse —. Ven, siéntate conmigo.

   Emmanuel mostró una cursiva sonrisa y luego caminó hacia donde la chica permanecía sentanda, pudiendo así sentarse a un lado de ella. Algunos pájaros se escuchaban en las ramas de los árboles, y pequeños rayos de sol se colocaban entre dichos árboles hasta llegar al agua de la quebrada.

—Lo compruebo otra vez. Este lugar es maravilloso para despejar la mente —dijo Aurora cuando pudo respirar profundo —¿No acostumbras a venir muy seguido a este lugar?

—Vengo como tres veces al mes.

—La vida en la montaña no es tan mala, sólo hay que saber acostumbrarse a la naturaleza. Es una pena que en la ciudad y en los pueblos vivamos de afán en afán.

—Si te soy sincero... No me gustaría irme de aquí. He encontrado mucha paz, y sé que cuando baje al pueblo... Mi paz se verá afectada.

—Confía en Jesús, Emmanuel. No permitas que nadie te robe la paz de tu corazón.

—No será fácil lidiar con todas las personas que me conocen en el pueblo. Muchos ya quieren ver mi nombramiento como el sacerdote nuevo del pueblo, aquél que con juventud llevará un cargo muy especial en sus hombros.

—Cuéntame más de tu vida, Emmanuel —pidió Aurora, enfocándose más en el chico a su lado —. ¿Desde pequeño has estado en las cosas de la iglesia?

—Sí, desde muy pequeño. Una de las escenas que más recuerdo de niño es cuando el sacerdote Eunecio me explicó la vida de cada santo de la iglesia. Estaban hechos de yeso, y colocados en un rincón en especial de la iglesia.

Ojos abiertos [En pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora