|Capítulo 10|

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Hijo mío, entrégame tu corazón, y no apartes la mirada de mis mandamientos.
–Proverbios 23:26–

Mi corazón.

   Un nuevo día por la mañana volvió a aparecer. Los pájaros cantaban, y el sonido del viento se escucha. Emmanuel preparaba café como todas las mañanas, recordando a la vez algunos versículos bíblicos que Dios tiene en su palabra.

   Últimamente ha estado leyendo más de lo que antes lo hacía, encontrándose con versículos que hacen que su mente medite de noche y de día.

   Vivir en la montaña resultó ser bien provechoso para Emmanuel, ya que poco a poco ha ido conociendo al Dios de Israel.

   Nuevas características ha conocido Emmanuel acerca de Dios, logrando comprender algo más allá de lo que había conocido desde pequeño.

   Con su taza de café en manos salió de su casa, y sus pies por alguna razón lo dirigían hacia un camino lleno de árboles. Emmanuel simplemente quería despejar su mente y seguir pensando acerca de Dios. El aire fresco de la montaña hacía que él disfrutara de su estadía, entendiendo que el silencio a su alrededor le resultaba muy provechoso para responder las propias preguntas que él mismo se hacía.

   Emmanuel detuvo sus pasos, y luego de suspirar profundo prosiguió a beber de su taza de café. Miró a su alrededor y después miró hacia arriba, notando que a su derecha estaba un árbol muy grande. Algunos pájaros volaron de las ramas de dicho árbol, y el sonido de una cigarra se empezó a escuchar por algún lugar. Fue en ese momento cuando Emmanuel recordó su infancia. Hace unos años atrás, un muy buen amigo de él le había dicho que cada vez que el sonido de una cigarra se escuchaba indicaba que pronto vendría lluvia, y fue así. Cada vez que Emmanuel escuchaba una cigarra, horas después llovía sin cesar.

   El sonido de un trueno en el cielo hizo que Emmanuel mostrara una media sonrisa, recordando de esa forma a su amigo Felipe. Ciertamente no se había equivocado en decir que una cigarra indicaba que pronto vendría la lluvia.

   Emmanuel decidió por adentrarse aún más al camino de árboles, alejándose mucho de su casa. Sus ojos miraban todo a su alrededor, notando que las ramas de los árboles se movían hacia una dirección ya que el viento frío indicaba que pronto la lluvia vendría.

   El sonido de unos pasos llamó inmediatamente la atención de Emmanuel, así que deteniéndose decidió por prestarle más atención al sonido en particular. Ciertamente eran unos pasos, y cada vez se escuchaban más cerca de Emmanuel.

   Tomando una piedra grande del suelo, Emmanuel se mantuvo atento a esperar al sujeto que se acercaba. Obviamente no iba a matar a la persona que vendría, pero la piedra serviría para lanzársela y salir corriendo.

   Los nervios de Emmanuel desaparecieron cuando sus ojos notaron al sujeto de los pasos, quien era Adrián. El chico andaba con un hacha en su mano derecha. Vestía una franela blanca sin mangas, un jean azul y unas grandes botas negras que estaban llenas de lodo seco.

—Cuidado con esa piedra, Emmanuel —le advirtió Adrián, sonriendo por la actitud que había tomado Emmanuel.

—Perdón, Adrián. Pensé que era otro asaltante —dijo Emmanuel, relajando sus músculos para luego arrojar la piedra al suelo —¿Qué haces por aquí?

—Quise conocer un poco más los alrededores de esta montaña. ¿Te molesta que yo haya venido a tus terrenos?

—Tranquilo, no hay problema por eso.

Ojos abiertos [En pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora