[Día 8| Scaramouche]

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Temática: Literal Hell

Categoría: espiritual

Advertencias: ninguna en concreto

Sorprendentemente, habías acabado en el infierno

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Sorprendentemente, habías acabado en el infierno. Era difícil imaginar que llegaría el día de tu muerte, pero más difícil era pensar que terminarías sufriendo una condena entre las llamas de aquel abismo de tormentos. No te considerabas una persona extremadamente buena, pero de ahí a la injusta condena que te habían atribuido había bastantes pasos que, sin lugar a duda, se habían saltado.

La entrada al infierno no era como la esperabas, ni mucho menos. Ningún Caronte que llevarte por las aguas infernales, ni un perro de tres cabezas dispuesto a asegurarse de que accedieras al recinto y nunca más lo abandonases. Más bien, era una planicie de tonalidades otoñales, con matices negruzcos que parecían completar la apariencia tenebrosa del sitio. Lo único artificial que se encontraba ahí era un camino pedregoso, y el simple hecho de poner un pie encima hizo que tus ojos se llenaran de lágrimas.

Los primeros minutos que pasaste en aquel panorama escarlata permaneciste inmóvil, incapaz de pensar correctamente sobre lo que tenías que hacer. Aunque habías terminado ahí, no parecía haber algún demonio esperando para poder torturarte por cada uno de los pecados que habías cometido. Quizás tu estancia ahí era un error, una confusión entre personas que te había hecho terminar en el otro lado equivocado.

Tras reflexionar un poco sobre aquella posibilidad, entendiste que no importaba la explicación tras tu aparición en el inframundo, pues ya no había manera de salir de ahí. Habías muerto y ahora te quedarías en una cámara de tortura por el resto de tu miserable existencia. Una increíble experiencia sin lugar a dudas.

Así que, tras no moverte durante lo que parecieron largas e interminables horas (que en realidad fueron cinco minutos como máximo), decidiste seguir el camino, por más doloroso que fuera y lo mucho que tus pies comenzasen a arder -al parecer no eran piedras normales, sino que quemaban como si fueran lava- cuando pasabas por encima. Por lo menos tenías el presentimiento de que tarde o temprano llegarías a algún lugar, y quedarte inmóvil en el infierno no parecía una idea demasiado brillante.

De ese modo, anduviste por horas, esta vez sí, contemplando cómo el paraje no parecía variar en lo absoluto. Tampoco parecía haber otros muertos por la zona, y, francamente, tampoco era tan terrorífico. De no ser por los riachuelos de agua roja, aquel paraje parecía más bien un terreno en mitad de octubre cubierto de miles de hojas. El cielo, por otra parte, parecía un vórtice de tinieblas que, en realidad, no generaba para nada oscuridad. El contraste de aquel azabache con la pradera rojiza era suficiente para mantenerte alerta, y no tuviste que forzar tu vista en ningún momento. En cierto modo, era hasta pacífico, pero tampoco querías confiarte. Aquello era el infierno, después de todo.

Finalmente, viste algo a la distancia. Parecía ser una muralla enorme, construida a base de rocas grisáceas que parecían no combinar en nada con el paisaje, y más allá de aquel enorme e interminable muro, pudiste ver una torre completamente negra que se alzaba majestuosamente. Quizás ahí vivía Satanás. Era lógico que gobernador del infierno viviese en el edificio más alto de aquel lugar, incluso si hasta ahora no te habías encontrado con ningún habitante de esos páramos.

Ese hecho cambió pronto, cuando las grandes puertas del muro, una madera rojiza que parecía más óxido que otra cosa, se abrieron y te dejaron ver el interior de aquella zona amurallada. Ahí dentro había lo que parecía una ciudad gigantesca, y finalmente encontraste a los habitantes de aquel hipotético infierno. Todos eran humanos, igual que tú, y lo único que podía revelarlos como muertos era el color enfermizo de sus pieles y la lentitud de sus movimientos, aunque algunos parecían más saludables que otros. ¿Quizás el tipo de muerte afectaba a la forma en que sus cuerpos terminaban en el más allá? No tenías manera de comprobarlo, y tampoco es que tú recordases la forma en que habías muerto. Lo único que sabías es que ya no pertenecías al mundo de los vivos, y nunca más lo harías.

Con sorpresa, comenzaste a recorrer las calles de aquella ciudad silenciosa. Los muertos no parecían personas de muchas palabras, y vagaban sin parar por callejones sin salida, las carreteras, en las que no se veía ni un solo coche, y por las aceras. El camino hacia la torre tampoco fue tan largo, y pronto te encontraste frente al gran edificio, pensando dos veces si valía la pena entrar o no. Al fin y al cabo, ya estabas en el infierno, una tortura era inminente. Así que, queriendo satisfacer tu curiosidad, tocaste la puerta, solo para que la voz de alguien aparentemente joven te sacase de tus cavilaciones.

—Pasa —dijo la voz—, te estaba esperando.

¿Te estaba esperando? Quizás sí que era Satanás, después de todo, y debía tener un registro sobre las personas que terminaban en sus dominios.

Haciéndole caso, abriste la puerta, que rechinó ante el empuje, y te encontraste ante una sala prácticamente vacía, a excepción del trono que se mostraba orgullosamente en el centro.

—Te doy la bienvenida a mis dominios.

Alzaste la mirada y viste la persona que te había hablado al entrar a la torre. Era un chico de cabello oscuro, liso y no muy largo que enmarcaba su rostro, demasiado delicado para la maldad que parecía guardar su voz. De aquella cabellera sobresalían dos cuernos enroscados púrpuras, envueltos en un aura tenebrosa que te obligó a retroceder un par de pasos. Sus ojos, de un color añil con una anilla rojiza rodeándolos, te observaban con atención, y sus labios estaban curvados en una sonrisa burlesca.

—Soy Scaramouche —dijo él—, y a partir de hoy estás bajo mi mandato.

En un principio, no entendiste bien a qué se refería, pero pronto escuchaste el ruido de la puerta al cerrarse sonoramente, mientras que los dedos de aquel extraño ser se extendían hacia ti, envolviéndote en un halo de magia blancuzca que te atrajo hacia el trono. Su rostro, ahora a simples centímetros de ti, te examinó mucho mejor, y su sonrisa se extendió hasta el punto en que debía ser biológicamente imposible. Fue ahí que pudiste entenderlo: tu tortura en el infierno sería permanecer a merced del mismísimo Diablo, y no había nada que pudieses hacer para evitarlo.

—Tú y yo nos lo vamos a pasar muy bien.

—Tú y yo nos lo vamos a pasar muy bien

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AUgust [Genshin Impact x lector/a]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora