1. Un Salvador Inesperado.

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Mukai Shōgo - Sasori:

Siempre pensé que mis padres eran unos estúpidos con la mente contaminada por cientos de reglas y supersticiones absurdas que la religión que practicaban les había metido en la cabeza.

No le desees la muerte ni desgracia  al prójimo, pues si lo haces estarás atrayendo hacia ti una desgracia aún mayor.

No desprecies jamás a una persona enferma o con carencias. La vida da muchas vueltas y los papeles se pueden invertir.

Por el mismo motivo, ayuda desinteresadamente a quien lo más lo necesite.

Y así un etcétera interminable de memeces.

Se habían vuelto tan estúpidos y manipulables como el ganado que pasta tras una valla. Meros borregos que voluntariamente se muestran patéticamente vulnerables ante los lobos que se los quieran comer.

A mi alrededor a todas horas veía a personas siendo asesinadas, sufriendo, muriendo y arrastrándose miserablemente como alimañas esperando en vano a que apareciera un alma misericordiosa que los salvase.

Así fue como llegué al convencimiento de que el único mal que existe es la necesidad misma de mostrarse vulnerable y desvalido. De este modo las personas verdaderamente válidas, las que realmente contamos con un futuro, lo único que hacemos es encontrarnos con obstáculos que nos impiden avanzar y alcanzar nuestras metas, nuestros sueños y objetivos.

Si por el contrario las personas cambiaran su manera de pensar, si dejaran de intentar verse frágiles como figuras de cristal y lucharan con todo lo que tienen por superar sus problemas, el mal como tal no existiría.

Ookami y yo llevábamos dos días siguiendo a Rengoku Senjuro, estudiando su rutina y su manera de actuar. Mientras a mi compañero le invadía la modorra por lo previsible del día a día de ese crio, a mí por el contrario me entraban unos incontrolables deseos de salir a su encuentro y abofetearlo a ver si de ese modo se daba cuenta de una jodida vez de que el mundo no funciona como una puta película de Disney. ¡¿Qué cojones hacía deteniéndose a escuchar a un andrajoso violinista callejero y soltando dinero cuando podía escuchar a músicos diez mil veces mejores en Spotify?! ¡¿Acaso esperaba que la maldita vieja a la que ayudaba con las bolsas de la compra hiciera algo por él en un futuro, cuando le quedaban dos jodidos telediarios?! Y qué asco… ¡Qué puto asco cuando tomó a un tío ciego el triple de alto y ancho que él de la mano para ayudarlo a cruzar de acera porque el semáforo estaba estropeado!

Por eso, cuando aquella tarde lo vi solo sentado en la escalinata de la escuela, supe perfectamente qué estrategia debía usar para que obedeciera como un perrito. Apelaría a su bondad para tenerlo donde a mi me diera la gana. Y Dōma me vería como lo que era, la única persona digna de estar a su lado, el único ser en este mundo al que podría considerar su socio y su aprendiz. Y comprendería que el estúpido de Akaza no era más que un espejismo, una falsa meta que alcanzar. Porque él también era débil, débil y patético al permitir que una mujer y un crio debilitasen de esa manera su voluntad.

Ookami detuvo el coche frente a la puerta principal de la escuela. Quien quiera que fuera a quien estaba esperando llegaba tarde y nos lo ponía en bandeja. De todos modos no nos podíamos demorar y arriesgarnos a echarlo todo a perder. ¡No decepcionaría a Dōma bajo ninguna circunstancia!

La suerte parecía estar de nuestro lado. En el preciso momento en que aparcamos no había nadie, por lo que Ookami se apeó del coche y fingió mirar en derredor como buscando algo o a alguien, entonces casualmente reparó en la presencia del chico que esperaba sentado en las escaleras y se acercó a él. Intercambiaron un par de palabras y se levantó sacudiéndose el pantalón. Cuando ambos llegaron al coche, bajé el cristal de la ventanilla como si le fuera a decir algo y aprovechando su distracción, mi compañero le propinó un súbito golpe con el canto de la mano en la nuca, haciéndolo perder el conocimiento. Rápidamente lo metimos dentro del coche, en el asiento trasero y nos fuimos de allí como si nada hubiera pasado.

Con su cabeza apoyada en mi regazo, respirando suave y profundamente, ajeno a lo que ocurría más allá del reino de los sueños, el deseo de destrozarlo, de desfigurarlo se hacía cada vez más acuciante. Pero era necesario que me contuviese, pronto lo vería corriendo una suerte igual o peor que la de Tatsu y eso me daría una satisfacción inconmensurable.
—Lo tenemos —le dijo Ookami al manos libres en el momento en que Dōma atendió la llamada.
—¡Magnífico! —respondió con entusiasmo— llevadlo al lugar acordado.
Avanzábamos por las calles en dirección a las afueras de la ciudad sin que nada ni nadie nos obstaculizase el camino. En mi mente ya saboreaba el momento en que lo vería retorcerse de dolor, gritando y agonizando.
—¿Dónde está toda la gentuza a las que has ayudado? —le pregunté a media voz mientras acariciaba su suave y cálida mejilla con el filo de mis uñas, conteniendo el impulso de clavárselas, de arañarlo hasta hacerlo sangrar.— No los veo por ningún lado, seguramente estarán en sus casas, sin importarles una mierda lo que le pase a un imbécil como tú…
—¿Quieres dejar de pagar tus frustraciones con él? —me interrumpió Ookami quien me observaba desde el espejo interior con esa maldita expresión de disgusto que no se le borraba de la cara.

Entonces una moto se detuvo al lado de la puerta por la que habíamos metido al niñato y al girar la cabeza en su dirección reconocí los intimidantes ojos de Akaza. Que se habían clavado en mi como jodidos puñales imbuidos en la ira más pura y corrosiva. En lo más profundo de sus pupilas vi el deseo de la aniquilación. De no estar esa puerta interponiéndose entre nosotros, en esos precisos momentos ya estaría muerto.
—¡Mierda! —exclamé con el corazón martilleándome enloquecido en el pecho— ¡Me cago en dios! ¡Pisa a fondo, lo tenemos pegado al culo!
—¡¿Qué cojones…?!

Al acelerar repentinamente, mi espalda se incrustó en el respaldo del asiento, segundos más tarde Ookami lanzaba su última maldición antes de que su cabeza y torso acabasen aplastados al impactar nuestro coche contra un autobús que había aparecido en ese preciso momento. Antes de que una lluvia de cristales cayese a nuestro alrededor y se hundiera en mi piel, en mi cuero cabelludo y en mis ojos vi como el crio al que quería ver muerto se despertaba y tiraba con determinación de mí en el momento en que el parabrisas del autobús me pasaba muy cerca de la sien derecha, evitando que este me ensartase.

Dosgatosescritores:

Ya estoy de vuelta, ¿me habíais echado de menos?

Sé que en estos momentos me queréis despellejar y sumerjirme en aceite hirviendo, pero esperad, prometo que esto no se va a quedar así.

¡Nos vemos en en siguiente capítulo!

Sed De Venganza. (Tinta y Fuego parte IV).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora