5. Padres e Hijos:

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Rengoku Shinjuro:

Mi conversación con mi amigo Ubuyashiki Kagaya me había dejado muy intranquilo, pero con lo sucedido a Senjuro a penas me había dado tiempo a reflexionar acerca de ello, pero ahora que sabía que estaba seguro y en buenas manos podía centrarme en lo que me contó.

Con el tiempo la relación que tenía él y su madre con su padre se había ido deteriorando muchísimo con el paso de los años a causa de las infidelidades. Las cosas entre ellos habían llegado a tal punto que su madre, después del divorcio se desentendió por completo de su ex marido, y él en su obstinación y con el orgullo herido hizo lo propio, hasta que unos días antes su padre lo llamó para decirle que necesitaba hablar de urgencia con él, que algo le decía que todos ellos estaban en peligro. No obstante, la madre de Kagaya, resentida con él se había negado a escuchar sus palabras e instó a su hijo a que hiciera lo mismo, pues ya había demostrado que no era un hombre cuya palabra tuviera mucho valor.

— Shinjuro —dijo negándose a dar un solo bocado más a un plato de ravioles prácticamente intacto— sé que mi padre no ha sido honesto con nosotros, pero cuando me llamó se le escuchaba más que asustado, estaba aterrorizado. Así que decidí quedar con él en un lugar discreto y tranquilo donde se sintiera seguro y una vez allí me advirtió de que no solo mi madre y yo corríamos peligro, que incluso mi esposa e hijos podrían estar en el punto de mira de alguien verdaderamente peligroso.
— Pero ¿sospecha de alguien en concreto? —pregunté y mi amigo me miró intensamente con sus ojos purpúreos.
— De mi hermanastro, Kibutsuji Muzan —respondió y al notar mi desconcierto, prosiguió— te he dicho que mi padre le fue infiel a mi madre, ¿cierto? —asentí— bien, pues con la otra mujer ya tenía un hijo un hijo mayor que yo. Recuerdo que de niño, un día por mi cumpleaños, mi madre, mi padre y yo nos topamos por casualidad con mi hermanastro que cumplía años el mismo día y en ése momento supimos que él estaba jugando a dos bandas. Ése niño era Kibutsuji.
— ¿Pero qué le hace estar tan seguro de que se trata de él? —inquirí.
— Unos días antes entraron a robar a su casa —comenzó a decir—. El ladrón fue verdaderamente astuto, ya que camufló el robo de algunos documentos personales con la sustracción de unos gemelos de oro blanco, otras joyas y dinero que mantenía oculto en una caja fuerte. Además había provocado tal desastre en la vivienda que no descubrió el robo de los documentos hasta que pudo acceder a su despacho. Un ladrón cualquiera no estaría interesado en ese tipo de documentos.

Luego mi amigo decidió investigar al propio Kibutsuji. Si uno se limitaba a arañar solamente la superficie, descubriría fácilmente que era un empresario al que las cosas le iban bastante bien, pero si uno se atrevía a bucear más profundo, se encontraba con casos de asesinato y una buena cantidad de crímenes graves que se habían cerrado por falta de pruebas.

Como si estas preocupaciones no fueran suficientes, su mujer Amane le había comentado que desde hacía ya algunos días sentía que la estaban siguiendo y lo mismo, sus hijos.

— Algo me dice que es demasiada casualidad que se sospeche de su implicación en delitos de tal calibre y que no se haya podido encontrar nada que lo inculpe, por eso te pido que me ayudes a dar con un detective privado, ya que no sé si tendrá a alguien dentro de la propia policía.

Después de aquella conversación le prometí que haría cuanto estuviera en mi mano. Luego en la reunión de antiguos alumnos se despidió de nosotros poco después de que esta empezara porque no se encontraba demasiado bien.

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Dentro de los hospitales pareciera que el tiempo discurre a un ritmo distinto que en el resto del mundo. Las horas se pueden transformar en segundos y estos en eternidades por eso, cuando vino una enfermera a avisarnos de que el horario de visitas había acabado, me sorprendí de que hubiera atardecido tan rápido.
Uzui-kun que y yo nos despedimos de mis dos hijos, ya que Kyojuro, aprovechando que al día siguiente no tenía clases, había decidido quedarse a pasar la noche con su hermano para que yo pudiese descansar.
—Vente conmigo y te dejo en tu casa —dije y el muchacho albino que ya se estaba sacando el móvil del bolsillo trasero del pantalón alzó la mirada y su labio inferior tembló.
—No es necesario que se moleste —repuso y me percaté con cierta maliciosa satisfacción que la voz le tembló un poco.
—Si te lo estoy diciendo es porque no me molesta, además quisiera hablar contigo de algo —aseveré mirándolo a los ojos. Durante unos instantes ambos nos sostuvimos la mirada y aunque el chico no desvió la mirada, vi como su nuez se movía al tragar saliva.
—Está bien —se rindió finalmente y ambos enfilamos el pasillo hasta la zona de los ascensores.
Mientras caminábamos vi por el rabillo del ojo que se metía las manos en los bolsillos de su cazadora negra de cuero y que los músculos de sus mandíbula se tensaban tanto que estos empezaron a palpitarle bajo la piel.

Sed De Venganza. (Tinta y Fuego parte IV).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora