Capítulo 3

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Empezaba a clarear cuando abrí los ojos. Una mano me acariciaba el brazo y miré, encontrándome con mi preocupada madre.

-Buenos días, cariño.¿Te encuentras bien?, has pasado la noche quejándote.

-¿No te he dejado dormir? - según terminaba de pronunciar esas palabras sentí unas terribles náuseas.

-No te preocupes por eso. ¿Te duele?  

-Tengo ganas de vomitar.

Somi se personó con una palangana y me pidió que girara la cabeza hacia un lado. Cuando levanté el cabecero de la cama para facilitar mi postura un grito de dolor se ahogó en mi garganta. Apenas podía respirar, una tremenda presión en el pecho me lo impedía.

-¿Qué le ocurre? - preguntó angustiada mi madre, a la vez que yo trataba de reprimir las arcadas que crecían desde la boca del estómago. Cada vez que el estómago se me contraía por las náuseas, el dolor se intensificaba.

-Aún no lo sé. ¿No ha comido nada?¿No ha bebido nada?¿Ni siquiera agua? - no dejaba de cuestionar Somi.- No, no, con total seguridad.

Una figura apareció en la puerta.- Buenos días...- interrumpió y avanzó corriendo hacia mí­. Aún llevaba la gabardina puesta cuando alcanzó mi cama.-¿Qué ha ocurrido? - sus ojos me miraron.

Mi madre y Somi hablaron atropelladamente. Jennie se quitó la gabardina y la lanzó sobre una butaca sin retirar la vista de mí­. Cuando la gabardina aterrizó sobre la butaquita me arrancó una sonrisa. Menuda puntería,¿cómo demonios lo había hecho sin dejar de mirarme?

-Sra. Manoban, déjeme a mí por favor - dijo tomando la palangana de las manos de mi madre.- Sería mejor que espere fuera. Somi, comprueba las ví­as, por favor.

-Ya lo he hecho, están bien.

-Cambia la bolsa y enséñamela.

Cuando su mano se posó sobre mi frente hallé un gran alivio. Mi madre también solí­a ponerme la mano en la frente siempre que vomitaba cuando era pequeña, y bueno, no tan pequeña. Yo le decía que se fuera y que no se preocupara por mí­, pero ella siempre se quedaba y me sujetaba. La mano de alguien sujetando tu frente cuando uno se encuentra en esa situación es probablemente una de las sensaciones más reconfortantes que puedan existir. Mientras agradecí­a el calor que desprendía la mano de Jennie, yo continuaba reprimiendo las náuseas. Se liberó de la palangana, situándola en el trozo de cama que quedaba entre las dos y su otra mano, se deslizó sobre mi cuello. Noté cómo sus yemas me presionaban ligeramente la piel y supuse que estaba tomándome el pulso, pero de pronto, su mirada se congeló y sus dedos descendieron por la base de mi cuello abriéndome el camisón.

-¡Dios mío!¿Qué es eso? - oí exclamar a mi madre.

-Un hematoma - respondió Somi, que sostenía en su mano la bolsa que contenía mi orina.

-Chittip, por favor, espere fuera.

Era la primera vez que oía a Jennie llamar a mi madre por su nombre de pila, y en cierto modo me sentí­ un poco celosa de que sus labios pronunciaran un nombre, que no fuera el mí­o, con tanta espontaneidad. La noche anterior, cuando Somi entró en la habitación y Jennie la llamó por su nombre, me había sucedido lo mismo. No quise pensar en lo que sentirí­a cuando fuera el nombre de George el que saliera de su boca, no alcanzaba a imaginar la posibilidad de que Jennie pudiera ser heterosexual.

Cuando su pulgar acarició mi frente mis atormentados pensamientos se detuvieron de golpe. La observé avergonzada mientras estudiaba la bolsa, que Somi le mostraba, con aquel líquido amarillo en su interior.

-Que lo analicen. Y, por favor, trae inmediatamente pomada anestésica, guantes, esponjas desechables, jabón, una cuña, gasas, agua tibia y toallas. En ese armario hay antiemático - señaló con la cabeza, alcánzamelo.

JENNIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora