Capítulo 20

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Pasé la peor semana de mi existencia. Aún peor que aquellos dí­as en los que Jennie no llamaba y pensaba que no querí­a volver a verme. Ojalá hubiera sido esa la causa de mi llanto, que todo hubiese terminado en que lo nuestro no podí­a ser, si con eso hubiera borrado el paso del cáncer por su vida. Rompí­a a llorar en cada esquina, durante las clases e incluso durante las prácticas. Rose y BamBam dejaron al fin de preguntar qué me sucedí­a, limitándose a cubrirme cuando las lágrimas inundaban mis ojos. Me hice de tantos libros sobre el cáncer de mama como habí­a disponibles en la biblioteca. También compré otros, escritos por mujeres que lo habí­an padecido. Leí cuanto pude, tanto como mis lágrimas me permitieron hacerlo antes de que me emborronaran la vista.

Hablaba con Jennie cada noche, y aunque me hací­a feliz escuchar su voz a falta de verla, aún tení­a que hacer esfuerzos por no echarme a llorar por teléfono. Cuando llegó el viernes, ya no aguantaba más. Llevaba toda la semana sin poder verla, porque al parecer debía ocuparse de unos asuntos. Me ofrecí voluntaria a ayudarla con lo que fuera un millón de veces, pero siempre me decía que no, alegando que me dedicara a estudiar.

Faltaba una hora para que terminasen las prácticas de la semana en el hospital cuando, sin pensarlo dos veces, me escabullí y salí­ de allí­ a toda prisa. Subí a la moto y conduje todo lo rápido que pude, sorteando los coches de los habituales atascos del comienzo del fin de semana. Aparqué frente a la puerta de su garaje y me asomé para cerciorarme de si estaba. Cuando vi su coche estacionado en el porche me dio un vuelco el corazón. Trepé por la puerta saltando al otro lado y corrí hacia la entrada para llamar al timbre. Habí­amos quedado aquella noche, pero no podí­a pasar un segundo más sin verla.

-¿Estás sola? - pregunté con la mirada nublada por el deseo, sin siquiera responder a su saludo, cuando abrió la puerta sorprendida al verme allí, frente a ella, antes de lo previsto.

-Sí­, tranquila, ¿estás bien?

-No - respondí­ antes de abrazarla y besarla con toda mi alma. Gemí­ con el calor de su boca y al instante gimió ella cuando mi lengua se fundió con la suya. La empujé hacia dentro y cerré la puerta de golpe. Volvió a gemir cuando le saqué la camisa del pantalón de un solo tirón, deslizando las manos por debajo para sentir su piel. Me excité aún más al deshacerse ella de mi cazadora con l misma rapidez, colándose bajo mi camiseta hasta acariciarme la espalda. Caminamos con urgencia hasta su habitación mientras nos besábamos desesperadamente. Se apretó contra mi cuerpo y mis manos resbalaron por su espalda. Acaricié sus glúteos al tiempo que ayudaba a sus caderas a moverse contra mí­. Me arrodillé entre sus piernas obligándola a sentarse en el borde de la cama.- ¿Por qué ya no te veo? - pregunté al tiempo que la descalzaba. Tomó mi rostro entre sus manos y lo levantó para besarme de nuevo.- Antes te veí­a todos los dí­as y desde que estoy contigo solo te veo los fines de semana.

-No puedo estar sin ti.

Sonrió entre jadeos y me arrastró sobre ella, tornando abrasadoramente profundo su beso. Se movió buscando mi sexo y empujó mis caderas para frotarse con él. La placentera y constante presión contra mi clí­toris hizo que me detuviera al poco tiempo y tomara aire, tratando de retrasar el orgasmo que sabÃía que alcanzarí­a con su siguiente roce.

-Sigue - pronunció entre mis labios.

Me reuní con su mirada y me di cuenta de que era la primera vez que yo yacía sobre Jennie. Hasta aquel momento, siempre me las habí­a arreglado para que fuera al revés. Me encontraba más cómoda cuando dejaba que ella marcara el ritmo, puesto que no necesitaba más estímulo que su boca besándome para tener un orgasmo. De lo que no estaba tan segura era de que eso le bastara a ella también. Mi falta de experiencia me llenaba de dudas y me hací­a sentir que no estaba a la altura de poder satisfacerla. De hecho, fui incapaz de volver a penetrarla después de nuestra primera y única vez. En aquella ocasión Jennie me guio, haciendo prácticamente todo el trabajo. Tan solo me sentí­a más segura de mis habilidades cuando estimulaba su clí­toris manualmente, más aún cuando dejaba que ella tomara el control frotándose contra mi mano.

JENNIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora