Capítulo 4

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Jugueteé con el iPod entre mis manos y observé a mi madre manipulando unos libros que acababa de sacar del armario.

-Mamá,¿echas de menos a George cuando no estás con él?

Se giró y me miró con verdadera sorpresa.

-Cuando estoy contigo no.

-En serio mamá - insistí.- ¿Le echas de menos?

-Sí, claro que le echo de menos.

-¿Estás deseando que acabe de trabajar para verle?

Asintió con una sonrisa.

-¿Estás enamorada de él?

-¿A qué viene tanta pregunta?

-Él lo está de ti, me lo ha dicho hoy.¿Y tú de él?

-Sí -  me respondió en voz baja.- Pero lo más importante de mi vida eres tú, ya lo sabes.

-Mamá, no es un reproche. Solo quiero saber si tú también le quieres. No hay nada de malo en ello.

-Sí. Sí le quiero.

-¿A mi padre también le querías?

-¿Qué te ocurre, cariño? - me preguntó con preocupación acercándose a mi cama.

-Nada, no me ocurre nada.¿Le querías?

-Ha pasado mucho tiempo, pero sí­, sí­ le querí­a.

-¿Y él a ti?

-A su manera supongo que sí. Pero a ti siempre te ha querido mucho.

Me quedé helada.

-Nunca me habí­as dicho eso Siempre pensé que no quiso saber nada de ti cuando te quedaste embarazada.

-No, no fue así.

-Apenas me has contado cosas de mi padre, y como las pocas veces que yo te he preguntado veía el dolor en tu mirada siempre lo he dejado pasar.

-Nunca te he contado lo que ocurrió porque no quería mentirte.

-¿Tan horrible es la verdad? - pregunté con cautela.

-No, no es horrible. Solo que te veía muy joven como para contártela.

-¿Y aún me ves así­?

-Siempre te veré como a una niña. Pero supongo que ya no lo eres tanto. Y por otro lado, tienes todo el derecho del mundo a saber quién es tu padre.

-Sí quién es Jonathan Manoban, el chico blanco que aparece contigo en toda esa cantidad de fotos que guardas con tanto recelo.

-Efectivamente.

-En realidad yo solo quería saber si querías a George. Ya sabes que me cuesta creer que una mujer se pueda enamorar de un hombre. Como yo no les encuentro nada atractivos

-Lo sé.

-Ya sé que lo sabes, eres mi madre.

Se echó a reí­r y acercó una silla junto a mi cama.

-¿Quieres saber lo que ocurrió?

-Solo si tú me lo quieres contar. No necesito un padre, y mucho menos a estas alturas.

Me acarició la mejilla y tomó aliento. Después comenzó a hablar.

Conocí a tu padre en mi primer año de carrera. Teníamos la misma edad, solo que él estudiaba telecomunicaciones y yo bueno eso ya lo sabes, arquitectura. En aquella época se hacían muchas fiestas los fines de semana, donde se reunían estudiantes de diferentes facultades. En una de esas fiestas fue donde le conocí­. Me llamó la atención su forma de ser. Era diferente. La mayorí­a de los hombres, y en eso te doy la razón, hija mía, son imbéciles, y con dieciocho años son patéticos. Sin embargo, él no era así­. Era tímido, educado, respetuoso y no iba de machito fanfarrón por la vida. Tenía mucha más conversación que el fútbol y las mujeres. Enseguida encajamos y nos hicimos muy amigos. Aquella amistad nos llevó a una etapa más y comenzamos a salir juntos. Más tarde pasamos a mantener relaciones. Ya llevábamos juntos un tiempo cuando, un mes de octubre, descubrí que no me vení­a la regla. Enseguida supe que estaba embarazada. Lo supe porque lo sentí­a en mi interior. Fui a una farmacia y me hice con un test de embarazo. Y efectivamente, estaba embarazada de ti - dijo cogiéndome de la mano.- Con la confirmación del embarazo me acerqué a su casa para darle la noticia, pero no había nadie. Sus padres viajaban mucho y era habitual que no estuvieran, y como en aquella época no habí­a móviles a los que llamar, me volví al coche y me quedé allí esperando, pensando en que no tardarí­a en regresar de donde fuera que hubiera ido. Ya llevaba un tiempo en el coche esperan o cuando otro coche apareció y estacionó enfrente. Había oscurecido, pero pude ver al chico rubio que conducí­a.

JENNIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora