Capítulo 7

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Desperté melancólica a pesar de ser el último dí­a del año. No habí­a conseguido dormir profundamente. Me habí­a estado despertando continuamente a lo largo de la noche. Mi cabeza no dejaba de recordar momentos vividos con Jennie, detalles triviales y otros que no lo eran tanto. Perduraba en mi cabeza, especialmente, el instante en que la había visto a través del espejo del baño, contemplando mi cuerpo desnudo cuando me deshice de la chaqueta del pijama. No podí­a quitarme aquella mirada de la cabeza. Habí­a sido fugaz, pero maravillosamente intensa al mismo tiempo. Su breve y penetrante mirada me habí­a abrasado la piel dejándome el corazón en llamas. No conseguí­a describir con palabras la expresión de su rostro y sus ojos mientras me observaban. Sin embargo, sí que me atrevía a asegurar por presuntuoso que pudiera sonar, que le gustaba lo que estaba viendo. Y a mí­ me gustó que le gustara. Me gustó en exceso el deseo que contenía aquella mirada posada sobre mi piel desnuda. Me había despedido de Jennie a a las ocho de la tarde del día anterior y no volvería a verla hasta las ocho de esa tarde. Era la primera vez que tení­a que esperar un dí­a completo para poder estar cerca de ella. Por otro lado, me hacía especial ilusión que le hubiera cambiado el turno a Somi aquella noche. Iba a pasar la Noche Vieja con Jennie. Cambiar de año al lado de la persona que más me importaba era una de las situaciones más ansiadas que habí­a vivido hasta el momento. Cuando dieron las ocho en el reloj, apareció Somi con su melena oscura y su habitual simpatía. Le devolví la sonrisa. Sin embargo, nunca habí­a sido tan consciente de lo que podrí­a llegar a echar de menos a Jennie hasta aquel preciso instante, aquel en el que otra persona ocupaba su lugar. El hecho de encontrar a Jennie en el horario al que me tení­a acostumbrada Jennie no ayudó en absoluto. El dí­a anterior mi madre le había pedido permiso para traer una cena especial para aquella noche. De hecho, la habí­a invitado a que se uniera a nosotros, aunque ella denegara amablemente la invitación alegando que cenaría con el resto de sus compañeros del turno de noche.

Aquella mañana fue Somi quien me ayudó a ducharme, como lo hizo Jennie los dos días anteriores. Aunque habí­a logrado evitar a mi enemiga la cuña, no habí­a conseguido una total privacidad en el baño. Aun así, empezaba a acostumbrarme a la desnudez de mi cuerpo frente a los demás. Ya casi no le daba importancia. Entre las curas y los baños, a veces pensaba que me pasaba más tiempo descubierta que cubierta. Sentada en la cama devoró los periódicos que Jennie me habí­a estado trayendo junto con alguna otra revista que mi madre tení­a por allí­. Leía demasiado rápido para lo lento que pasaba el tiempo en aquel dí­a sin ella. Era curioso, cuando Jennie estaba allí, el tiempo volaba y siempre me parecía que las ocho de la tarde llegaban demasiado pronto, nunca estaba preparada para dejarla marchar. A primera hora de la tarde recibí una visita sorpresa. Rose y BamBam vinieron para desearnos un feliz año a todos. Apenas pudimos hablar de nuestras cosas, ya que mi madre e George continuaron apalancados en el sofá viendo no sé qué en la televisión. Hablamos entre gestos y frases impersonales, y antes de que se fueran a ir quise darles las gracias por haberse encargado de las rosas.

- Os debo pasta - confirmé.

Vi que Rose señalaba a BamBam.

-Sí­, bastante pasta por cierto - se rio este.

Miré la hora en mi iPod cuando se marcharon y descubrí­ que aún faltaban un par de horas para que Jennie cruzara aquella puerta. Traté de darle un respiro a mi propia cabeza y decidí unirme a mi madre e George, que parecí­an estar pasándoselo muy bien con lo que estaban viendo. Era el tí­pico programa cómico de Noche Vieja, donde uno de los mejores imitadores del país habí­a preparado una serie de sketches imitando al presidente del gobierno y a la consabida oposición. Francamente, le imitaba muy bien, y alguno de los diálogos era realmente ingenioso. No tardamos mucho en reí­rnos los tres a carcajadas. Pero ni las risas conseguí­an apartar mi mente de Jennie y del tiempo que aún faltaba para verla. Se me aceleró el pulso cuando al fin escuché su caracterí­stico repiqueteo en la puerta y apareció radiante frente a nosotros. No tenía ni idea de lo que habí­a deseado oír, durante todo el dí­a, aquel inconfundible modo de llamar.

JENNIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora