Capítulo 23

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Nunca la Semana Santa habí­a tardado tanto en llegar, ni caí­do tan tarde en el mes de abril. La última semana de clase, antes de las esperadísimas vacaciones, me mantuvo separada de Jennie. No porque yo quisiera, sino porque ella seguí­a ocupada con asuntos varios, al parecer. Curiosamente, desde que nuestra relación se había vuelto más íntima menor era el tiempo que pasaba con ella. Ahora nos habí­amos convertido en amantes de fin de semana. Supongo que tendrí­a que haberme conformado con aquello, pero yo siempre quería más. Desde el mismo instante en que la conocí, Jennie se habí­a convertido en mi adicción y ahora que había probado la droga, el síndrome de abstinencia no me dejaba vivir sin ella. Y lo peor de todo era el constante runrún de mi cabeza, que me decí­a que algo no encajaba, que algo ocurrí­a. El jueves por la tarde acompañé a Rose, después de que termináramos las prácticas en el hospital, a comprar un regalo para Jisoo. Iba a ser su cumpleaños y quería ir a una tienda de instrumentos musicales que se encontraba al norte de la ciudad. La seguí en moto y me detuve detrás de ella cuando se nos cerró un semáforo. Tení­a la vista fija en la luz roja que colgaba por encima del casco de Rose cuando un color azul, que se hallaba en mi campo de visión, me sacó de mi ensimismamiento. Desvié la vista y me topé con aquellas luces de neón que iluminaban unas letras que me resultaron familiares. «Clí­nica Romo», leí sin poder evitar que me diera un vuelco el corazón. Rodé despacio en el momento que brilló la luz verde. Querí­a absorber cada mínimo detalle de aquel edificio blanco con enormes cristaleras al tiempo que circulaba por delante. Casi estaba llegando al final de la manzana donde terminaba el parking propiedad de la clí­nica, cuando mis ojos detectaron la trasera de un coche blanco entre los muchos que habí­a allí­ aparcados. Era el coche de Jennie. Se me desbocó el corazón y aceleré vacilante la moto para no perder a Rose. De regreso a casa volvimos a pasar por delante de la clínica y a pesar de que la perspectiva desde enfrente me dificultaba la visión, pude distinguir que su coche permanecía allí estacionado. Me despedí de Rose en la esquina donde siempre lo hacía y continué en dirección a mi casa para no levantar sospechas. Tan pronto avancé por la calle, asegurándome de que ya se había marchado, di la vuelta y deshice el camino de nuevo hasta la clínica.

Comprobé que su coche seguí­a allí­ y aparqué la moto en el lateral de la calle de enfrente. Merodeé por la acera sin apartar mis ojos y terminé por sentarme sobre el respaldo de un banco, que me ofrecí­a la altura suficiente para ver sin ser vista. Pasó mucho tiempo allí­ sentada, con la mirada fija en su matrí­cula, hasta que a las ocho y veinte reconocí­ su figura caminando por el aparcamiento. Iba sola y otra bolsa de plástico, como la que habí­a descubierto en su armario, colgaba de su mano. La contemplé con la mirada borrosa por las lágrimas durante su recorrido. Después, se metió en el coche y esperé a que saliera del parking. La seguí con la mirada hasta que se alejó tanto que dejé de verla.

-Es precioso Jennie- le dije contemplando la impactante panorámica sobre la playa de arena blanca y agua turquesa, que contrastaban con el verde de la vegetación y las palmeras.

-Me alegro de que te guste - respondió entrelazando sus dedos con los mí­os.

-Es lo más bonito que he visto en mi vida después de ti - levanté su mano y bajé la vista para mirarla. Aún era capaz de sentir su tacto sobre mi cuerpo, desde el fin de semana anterior, en que habí­amos hecho el amor.

-Querrás decir de ti.

-No, de ti - confirmé llevándome su mano a los labios para besarla.

-¿Va todo bien, Lisa?

Eso mismo me preguntaba yo.

-Sí, muy bien. ¿Por qué?

-Porque hoy estás muy callada, especialmente callada. -Tení­a razón, apenas habí­a hablado durante las tres horas y media de trayecto en el ferry que nos había llevado hasta allí. Y tampoco cuando desembarcó el coche y condujo cruzando la isla de norte a sur, hasta el exclusivo complejo hotelero donde nos hallábamos. Me moví­ para quedar detrás de ella, rodeándola por la cintura-. Y triste - añadió girando la cara para mirarme, al tiempo que se apoyaba sobre mi hombro.

JENNIEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora