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Rosé

—Necesitas dejarme ir—. Quité mi brazo derecho de mis ojos, para fijarlos en Jisoo, que se encontraba envuelta por una gigantesca toalla por sus hombros y otra por su cintura, parada justo al lado de la cama donde yo estaba acostada.

—¿Cómo dices?—. El hecho de saber que debajo de esa toalla, atada por un inestable nudo, Jisoo estaba desnuda, me hizo estremecer y sentí el primitivo impulso de arrojarla sobre la cama y hacerla mía de una vez.

—Que debes dejarme ir.

Suspiré.

—Y devuelta a la fase uno...—. Susurré, mientras volvía a cubrirme el rostro con un brazo, bloqueando los rayos del sol que entraban por aquel enorme ventanal.

—Chaeyoung, hablo en serio. Esto está mal.

Bufando, me puse de pie y quedé a tan solo unos cuantos centímetros de su cabeza. Sonreí al reparar en la gran diferencia de altura.

—Cariño...—, susurré, tomando su mentón entre mis dedos y alzándole la barbilla. —¿Acaso escuchaste algo de lo que te dije durante el viaje? Soy una mafiosa. Ma-fio-sa. Y ser una mafiosa no se encuentra entre una de las profesiones más honorables del planeta.

—Pero tú me dijiste que no secuestrabas mujeres.

—Y no lo hago. Ese no es mi negocio.

—Dices que no lo haces y sin embargo, aquí estoy.

—Dijiste 'mujeres', en plural. No secuestro a muchas mujeres. Solo secuestré a una—. Sonreí angelicalmente, y me giré hacia la valija, atrayéndola hacia nosotras. —Ahora vístete de una vez.

Sus enormes pozos cafés chispearon de picardía durante unos segundos, y luego sonrió lentamente.

—¿Tanto te afecta verme así, Chaeyoung?

Sonreí, tensa, y me agaché hasta quedar a su altura. Nuestras narices s rozaban cuando hablé.

—Si vuelves a desafiarme de esa forma, pequeña, tendrás que hacerte cargo de las consecuencias. Y créeme, no creo que quieras hacerlo. Vístete, y ve hacia el comedor.

Me giré, dejándola allí, con el ceño fruncido y las mejillas ruborizadas.

—¿Necesita algo más, señorita Park?—. Levanté la vista hacia Gigi, nuestra cocinera dentro de la isla, que me miraba con algo parecido a la ansiedad.

—No, Gigi. Muchas gracias—. Le respondí mientras me sentaba en la punta de la mesa, repleta de diferentes comidas.

—Adiós, señorita.

—Adiós, Gigi.

Fijé la vista en el océano que se divisaba a lo lejos, y suspiré, recordando los momentos felices que había vivido durante mi infancia en aquel lugar.

No la sentí llegar, pero cuando giré la vista, estaba Jisoo, usando un precioso vestido playero con flores amarillas, estaba sentada frente a mí, mirándome pensativa.

—Estás triste—. Susurró.

Fruncí el ceño.

—Claro que no.

Suya | ChaesooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora