Capítulo XVIII

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El viaje en coche se me hizo eterno.

No por la compañía, eso estaba bien.

Steve daba golpecitos con su dedo en el volante y mirando por el espejo podía ver a Dustin, Lucas y Max.

Max estaba totalmente apoyada en el asiento, como si estuviera muy cansada, y con razón porque no había dormido en toda la noche, su mirada perdida en el exterior.

Lucas jugaba con la carta nervioso y le daba miradas furtivas a Max, en un momento se quedó más de la cuenta embobado con la palabra en la boca, pero en seguida se arrepintió de lo que iba a decir y suspiro.

Dustin estaba ahí sentado, simplemente siendo Dustin. Su mirada se poso en mi mano y frunció el ceño, luego me miró a mi atraves del espejo y sonrió negando la cabeza.

No entedia que pasaba hasta que mire mi mano apoyada sobre la palanca.

La mano de Steve estaba encima de la mía apretando.

La mirada de Steve se poso en la mía sobre mi mano.

Sus labios se tensaron en una cálida sonrisa que hizo que mi estómago diera un vuelco.

Acaricio mi mano con su pulgar, me dio un apretoncito, movió su mano y la puso sobre el volante.

No había dejado de temblar en todo el camino, los recuerdos de cosas que pasaron hace años me atormentan poco a poco.

Cuando salí pasaron varios días en los que no quise salir de mi habitación.

Por mucho que me intentarán sacar a rastras, me oponía y me agarraba a las sabanas.

Tenía miedo.

Nunca le había tenido miedo a la habitación del panico. Pero la última vez había sido diferente...

Nunca me habían dejado tanto tiempo dentro, nunca había pasado hambre o sed. Creo que pasaron casi 3 días o más.

Siempre todo había sido oscuro y silencioso.

Pero eso había cambiado, ya no era silencioso.

Escuchaba cosas dentro de la habitación, era una voz que me llamaba una y otra vez. Y era por mi nombre no por mi número.

Una voz que me era familiar pero no sabía distinguirla.

Intente acallarla con mis poderes, pero no funcionó, solo se intensificaron y grite más alto para que pararán.

Cuando me sacaron tenia los brazos magullados de tanto aporrear la puerta para que me dejarán salir.

Ni siquiera podía abrir bien los ojos, me había acostumbrado demasiado a la oscuridad.

Me uni a la Sala Arcoiris después de varios días sin salir de la habitación.

Todos jugaban, pero en cuanto abrí las puertas las miradas se dirigieron a mi.

Susurraban, me señalaban y la única que se acerco a mi fue ella.

Once.

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