SIGN OF THE TIMES [Harry Potter]¹

III||El expreso de Hogwarts

This is the first day of my life

Swear I was born right in the doorway

I went out in the rain, suddenly everything changed

First day of my life - Bright eyes

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Samuel Carter conducía hacia Kings Cross aquella mañana del primero de septiembre. Emmaline repasaba todo lo de la lista con su hija, ambas ansiosas de que algo se le hubiera olvidado en la casa a la menor.

Llegaron a Londres desde el día anterior en la tarde, con todo ya en el baúl de la menor y en su maleta de mano y con su varita entre las ropas por todo el miedo a olvidarla en el sillón de la casa, Samuel cerró la puerta y arrancó el auto para ir de Wiltshire a Londres.

Mientras que Emma estaba tan ansiosa que lo mantuvo despierto hasta la una de la madrugada, con preguntas sobre si creían correcto enviar a su hija tan lejos a estudiar, Samuel guardaba la calma por lo dos, justo como siempre parecía, y que Emma resultaba la más lista y desafiante de los dos, muchas veces se volvía la que más sobrepasaba todo, por lo que Sam se daba a la tarea de poner la balanza justa entre la situaciones. Sin embargo, esta vez el sentía que también se ahogaba de miedo.

Sam recordaba perfectamente la noche en la nació Christine, tan extraña y con tantos altibajos que el sentía que iba a salir de ahí sin una sola uña por aquel estrés, pero al final de la semana, pudo salir del hospital junto a Emma y en sus brazos una muy pequeña Chrissy.

Desde ese momento, cada paso que su pequeña pelirroja daba era un miedo incesante dentro de él, pero que decidía guardar porque al final del camino, Chrissy aparecía delante suyo, con una gran sonrisa y un nuevo logró que la llenaba de emoción, y por ende, a el lo hacía sentir el hombre más feliz del mundo.

Aveces, incluso lo creía ridículo cuando lo explicaba, porque seguramente era lo que decía cualquier padre o madre que amaba a sus hijos, aun así, creyó desde siempre que había algo especial en Chrissy, en su cabello rojo y salvaje que la hacia ver como un león, en su habilidad de brillar como el fuego y atreverse a darse saltos que muchos otros niños no darían, el día que llegó aquella bruja, entregando esa carta y dando la noticia que su hija poseía magia dentro suyo, entendió que siempre tuvo razón.

Y luego, volvía a verla por el espejo retrovisor, abriendo la maleta de mano para checar que sus cosas estuvieran ahí, asistiendo a cada palabra que decía Emma y con sus pies que aún colgaban por unos cuantos centímetros para tocar el suelo del auto.