Our flag means Selfish

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Stede Bonnet había sido condenado a muerte.

Se oía en todos los rincones, hasta en la cárcel llegaban las noticias; Stede Bonnet sería ahorcado dentro de una semana en Charleston, lejos de la belicosa población de Barbados, que clamaba por su liberación, lejos de Ed.

Ed estaba solo. El Kraken ya no lo acompañaba, ni siquiera Barbanegra. No había furia ciega, ni tampoco un lugar al que escapar, solo quedaba el dolor de saber que Stede lo amaba, que Stede quería estar a su lado, pero eso no era suficiente. Ya no podía escudarse en el rechazo, lo tenía y se lo habían arrebatado.

La noche antes del desastre, habían hecho el amor ajenos al futuro que les esperaba. Ed se había empleado a fondo con su boca y Stede había comentado la suavidad de sus labios sin la barba. A cambio Ed le había comentado con una risa que la textura de la barba de Stede era interesante cuando rozaba su pelotas. Una conversación tonta en una noche de amor cualquiera. Sí Ed hubiese sabido que era la última, habría gastado mejor su saliva. Habría adorado el cuerpo de Stede en lugar de solo mamársela y correrse en la boca de Stede para después dormirse como un idiota.

Ed estaba solo, y ya no tenía un motivo para vivir.

Stede tenía hijos, por Dios, y se lo habían llevado frente a ellos, y una tripulación que lo necesitaba y amaba, pero a nadie le importaba entonces una mierda, ni siquiera a Ed, porque 

Ed era egoísta como un niño y solo podía pensar en él, en su dolor, en su pérdida.

Si hubiese tenido que apostar, Ed siempre habría dicho que él sería el que acabaría al final de la soga, con Stede mirándolo desde algún lugar entre la masa, vestido de negro brillante y llorando a lágrima viva. Mentalmente, Ed se había preparado para un escenario así, pero no para que Stede fuera primero en irse de los dos, menos de una muerte tan horrible como ser ahorcado.

¡Qué irónico era que la primera vez que se vieron Stede estuviese siendo ahorcado y ahora ni siquiera pudieran verse por última vez en las mismas circunstancias!

Ni siquiera le dejarían eso. No volvería a verlo y la última vez había sido en una playa, con Stede gritando su nombre.

Una maldita playa, otra vez.

Stede había hecho bien en abandonarlo una primera vez. Stede no debería haber regresado nunca a su lado, así estaría vivo y podría quedarse con sus encantadores hijos mientras el Kraken se hacía cargo de la mierda de Ed, porque no se merecía otra puta cosa. Él era el peor cáncer de la humanidad y había podrido a la única persona a la que había amado.

Había vivido con la culpa mucho tiempo. Había sobrevivido a atrocidades, pero podía sobrevivir a Stede.

Se había emborrachado a lo largo de su vida hasta la muerte, pero nunca con intención de alcanzarla realmente, así que el suicidio era, en realidad, una idea nueva para él.Si hubiera tenido veneno, habría acabado con aquello rápido al más puro estilo Romeo y Julieta. Stede le había leído esa obra de teatro una noche, entonces Ed pensó que no tenía una mierda de sentido, ahora el joven protagonista ya no le parecía tan imbécil.

Incluso en una celda, Ed tuvo distintas ideas sobre cómo morir, desde morderse la lengua a improvisar su propia horca con las sábanas. Esta última opción le pareció la más apropiada por una idea romántica y estúpida de que podría al menos así sentirse como se sentiría Stede en su último minuto. Pero no contó con que la tela estaría tan andrajosa que no podría aguantar su peso.

Tanto esfuerzo para preparar su propia horca para acabar rompiendo la tela nada más lanzarse de la plataforma improvisada.

Matarlo no lo mató, pero definitivamente dolió como una maldición. Cayó sobre sus rodillas y vio las estrellas por su vieja lesión mientras perdía el aliento por el momentáneo estrangulamiento, que lo dejó con la sensación de que la nuez de Adam se le había quedado metida y atravesada dentro de la tráquea.

Our flag means Love [BlackBonnet]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora