Rachel despierta con una sonrisa en su rostro. Sabe que no está feliz, sabe que se siente feliz, y también sabe que la felicidad ha sido una ilusión estos días.
Levanta el torso de su cama. Su cuarto rosa es lo suficientemente brillante como para que ni sus gruesas cortinas puedan evitar que haya oscuridad en la habitación. La ventana está casi en medio de la cama, Mercy observa por fuera de la misma siempre que se levanta. Ahora solo puede ver un poco de oscuridad, las luces de la casa de enfrente están prendidas. Todos se están preparando para estos últimos días.
Sin embargo, ¿Rachel está lista?
Ni siquiera ella puede saberlo.Debería haberse levantado y estar cambiada hace cinco minutos, pero ha estado sentada observando como el mundo sigue sin ella.
—¡Rachel! —grita su madrastra, la misma que se levanta treinta minutos antes para hacer el desayuno. La chica rubia despierta de ese trance y se apura a cambiarse.
No tiene que maquillarse, prefiere irse al natural en vez de desperdiciar treinta minutos de su vida diaria para ponerse varios polvos, sombras. Además, su rostro parece ya traer maquillaje. Aunque ella nunca lo vaya a admitir, así es.
Su nariz se ilumina con la luz del sol, hay ruborización permanente en sus mejillas, su piel pálida le permite atraer a muchos hombre, aunque ella no esté interesada en ninguno; además, ninguna ojera se posa sobre sus ojos. Rachel sabe aprovechar demasiado sus horas de sueño, nada de dormirse una hora tarde para hacer tarea o para platicar con amigos. Necesita dormir.
La chica se pone el uniforme de las porristas; toma la falda del uniforme y la guarda en su mochila. Llevará unos jeans antes de salir al frío invernal de afuera.
Lleva asistiendo al equipo de porristas desde hace meses, pero hoy parece ser una nueva experiencia. Extraña a su equipo, extraña a Sarah Puttock, a Sophia Anderson, Kelly Quinn, entre muchas otras.
Rocío Pérez y Melissa Baker es un tema delicado entre todo el equipo. Ellas habían estado en la punta de la pirámide, y ahora... ahora nadie sabía dónde estaban.Rachel algunas veces agradecía que desaparecieran, la oportunidad de ser porrista había caído como anillo al dedo para su autoestima y su necesidad de brillar. Y, otras pocas veces, le intrigaba saber qué había sido de ellas. Pudo conocerlas, pero no conocerlas de la manera que quería.
A veces las observaba parlotear en los pasillos, o susurrarse secretos que nadie podía saber, lástima que esos secretos se descubrieron con el tiempo.Habían matado personas, adolescentes, adultos, incluso casi un niño. ¿Porristas? Resultaba complicado de creer en la mente de Rachel Madison, ella pensaba que todas las chicas dentro del equipo eran un amor de personas, tenían unas adorables vidas, cachorros y gatitos con aura rosa, cuerpo de Barbie, pero nada era así. Solo tenía que ver su propia vida para darse cuenta que las porristas ocultaban secretos.
Sophia se drogaba de vez en cuando, no con drogas tranquilas, sino con unas que la hacían adelgazar a tal punto que pesaba lo mismo que una pluma en la pirámide. Kelly Quinn es obligada a ser porrista, bueno, en algún momento fue obligada, pero ahora estaba agarrándole gusto a serlo. Rachel se enteró que siempre, al terminar las prácticas, esa chica se escondía en los baños y se hacía daño. Sin detalles.
Y así hay cientos de chicas; hay unas que saben ocultarlo más que otras, pero esos secretos siempre salen a la luz. Pongamos de ejemplo a Melissa Baker, una chica hermosa.
¿Quién diría que su madre haría esas terribles cosas?La chica rubia se arma su pequeña coleta y la acomoda un poco. Revisa si sus mejillas aún no tienen espinillas, siempre lo hace, sobre todo sabiendo que ayer comió cinco Ferrero Rocher por un regalo de su padre.
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Las notas perdidas: Sangre en el lagrimal
Mystery / ThrillerGloomy Valley jamás estuvo tan mal. La oscuridad que acechó cada rincón y calle del pueblo avivaron problemas permanentes para sus habitantes. Y cuando la gente pensó que no podía ponerse peor, tendrían que prepararse para una nueva crisis que espe...