XXI. La cercanía.

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—¡Mercy! —gritó la madre de la chica en un tono que mostraba más preocupación que alivio. Se levantó de su asiento y elevó ambos brazos para recibir un abrazo.
Mientras se acercaba, la chica pelirroja desvió la mirada a un lado de ella, donde estaba su papá acostado en la camilla. Con los ojos cerrados, vendado de brazos como de torso y con ojos hinchados.
Su primera impresión fue llorar a mares, pero rápidamente se tragó ese sentimiento, aspiró la lágrima que se había preparado y extendió los brazos para que su madre entrara en ellos.

—Estaba demasiado preocupada por ti y tu hermano —le dijo mientras la abrazaba, después se molestó como debería estar—. ¡En qué lugar estabas, niña! ¡¿Por qué estás tan sucia y rota?!

Mercy iba a responder, pero en ese momento no le importaba en lo absoluto su madre. Ahí estaba Bruno Woodbury, tal vez al borde resbaloso y asesino de la muerte, y necesitaba hablar con él.
¿Por qué estaba ahí? ¿Cómo había llegado?

Era obvio que alguien le había avisado sobre la bomba que esperaba impaciente dentro del cajón. Sin embargo, ¿quién era?
Desde luego no fue la persona que estaba dentro del edificio; había alguien más que estaba pendiente que la explosión dentro del edificio se concretara. Definitivamente no estaba tan enfermo como para esperar desde dentro. Alguien... ella esperaba afuera. Ella les avisó.

Sangre en el lagrimal:

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Mercy estaba dentro del baño. Más específicamente en un cubículo cubierto de desechos como toallas con sangre y papeles con mierda, pero nada de eso podía evitar que pensara. Que su mente la llevara a las cosas que debió y debía hacer cuando saliera del hospital con su padre en brazos.
Él estaba bien. "Bien" no significaba que estuviera con solo algunos rasguños, pero era la que más se acercaba para decir que había sobrevivido. No estaba vivo, no estaba bien, no estaba genial. Había sobrevivido.

Tenía quemaduras de segundo grado por los brazos, piernas y pecho. El ojo izquierdo estaba perforado por un cristal de apenas un centímetro. No llama la atención al oírlo, pero te das cuenta de lo mal que está cuando ves la venda que lo cubre: aún soltando pequeñas gotas de sangre cada segundo. Tenía un enorme moretón en el hombro derecho, uno que le recorría desde el anterior mencionado, hasta el codo. El techo que había protagonizado el vacío que Mercy tanto temió dentro de ese lugar, fue el mismo que le cayó encima.

Se había roto varios dientes, unos dos o cuatro. De ahí en fuera, estaba bien.
Su padre era bastante resistente, siempre había sufrido pequeños accidentes pro ser policía y aventurero. Por llevar al parque a Mercy, por subir una montaña con Norman en bicicleta. Nada había sido como lo que pasaba ahora, pero de todos modos, estando acostado en esa camilla, podía verse cierta resistencia y firmeza que lo caracterizaba. Su papi es fuerte. Su papi la defiende. Su papi casi muere por su culpa. Su papi mantenía una mirada sería mientras se acercaba. Su papi tiene algo que decirle.

La mujer pelirroja se hace a un lado, haciendo que su hija pase y se acerque lentamente a su padre. Sus lágrimas se asoman, justo para decir hola y preparándose para brillar frente al hollín en su piel.
—Papá —logra decir con un tono tan ligero que parece un quejido. Una lágrima cae y limpia un poco el camino que toma en su mejilla—, oh papá, pensé que...

No quiere terminar la oración, no cuando puede acercarse y abrazarlo. Y así lo hace, sintiendo su cálido cuerpo, tal vez sea su aura, tal vez sean sus quemaduras y sus órganos calcinados por dentro, pero es abrasador, cómodo. Muecas de dolor se hacen presentes en el rostro arrugado de su padre, y eso no importa, tiene a su hija a su lado. La niña que tanto le preocupaba, ya que no había recibido señales de vida de ella desde antes de la explosión.
—H-hija —suelta con su voz quebrada y seca. Sus manos ásperas y callosas acarician su cabello y espalda. Haciendo que algunos pelos se raspen con esa mano.

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⏰ Última actualización: Sep 30, 2023 ⏰

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