7 de diciembre de 2022
Zona rosa, Wixx Street 34 / Lover's Lane
RachelRachel se mira en el espejo con un sentimiento de ira hacia ella misma. Ha estado más de 5 minutos mirándose fijamente, con sus cejas fruncidas, con sus ojos poniéndose rojos a medida que avanza el tiempo; sus dientes están tan apretados como siente de apretada su cabeza. Odia verse de esa manera. Intenta sonreír mientras lo hace, pero por más que lo intente, lo único que comienza a salir son sus lágrimas.
Está decidida. Si quiere ser diferente, si está cansada de arruinarlo y fracasar, debe hacerlo.
«Quiero dejar de sentirme culpable —piensa Rachel apretando el lavabo, marcando sus nudillos en su forma más ósea—. Quiero ser distinta a lo que soy ahora. »
Entonces, en un repentino momento, saca unas tijeras de su bolsillo y por fin, en 17 años, está decidida a cambiar.Sangre en el Lagrimal:
1
Rachel había crecido siempre queriendo ser alguien amorosa. Alguien que brillara por encima de muchas más personas, que la miraran por un talento que ella sabía que tenía. Desde muy pequeña desarrolló aquel talento que la hacia destacar, que la hacía ser querida por personas mayores que entrenaban el mismo deporte. Su elasticidad, sus brincos elegantes, sus danzas con un listón de un vestido viejo que no le gustaba... había muchas cosas acerca de la gimnasia que a Rachel le ponían los pelos de punta. Se decía a sí misma que ese salto iba a ser complicado, que no lo lograría, y al final así pasaba. Lorraine Madison le decía que podía, le decía que, si se obligaba a lograrlo, tendría el mundo a la palma de su mano. Que si se caía se levantara, no importaba cuánto le doliera, lo único que importaba es que el mundo fuese suyo, que ella fuese la mejor. Y así, con esos mensajes un poco radicales para una niña de 10 años, se propuso que siempre lo intentaría, una, dos, tres, diez, cien veces, no importaba, lo intentaría hasta que lograrlo.
Ganaba varios torneos de niñas de su edad, se quedaba varios trofeos pintados de color dorado y su madre los ponía en una estantería en su propia habitación.
Las medallas empezaban a llenar la pared. Su madre compraba cuántos marcos fuesen posibles para colgarlos y agregar una placa metal al mismo, diciendo cómo, cuándo y dónde lo había logrado. Y al final, siempre ponía. "Te dije que lo lograrías, Rachel".Estos premios siempre cautivaban a la joven chica. Siempre se metía al cuarto de su madre y veía durante horas los premios. Veía uno y se decía "Ese premio yo lo logré por mí misma". Luego bajaba de la cama y cenaba unos pequeños vegetales, con un filete de carne y una inexistente porción de carbohidratos.
Su madre le decía que, si mantenía su figura delgada y ágil, no tendría problemas en conseguir más premios para la estantería. Aún le faltaban varias hileras por llenar, así que se llenaba de ambición y se convencía de que aquellos alimentos la tendrían en la cima del éxito. Estaría en el éxito, qué más da si sufría de dolores estomacales en la noche. No importaba si su estómago rugía la mayor parte del tiempo, no se tardaría en acostumbrarse e incluso su madre podría bajar más la comida y así seguir siendo una niña con la mejor agilidad. Cuando Rachel y Lorraine iban a un nuevo reto en un concurso, ella tomaba de los hombros a su hija y le decía: «Confío en ti, tú y yo ganaremos ese premio.» Rachel asentía, sonreía un poco y le daba un besito a su madre en la mejilla. Después entraba e intentaba siempre con su mayor esfuerzo a las demás chicas. Esas chicas la miraban con odio, unas cuantas la barrían con la mirada y una que otra la saludaba tímidamente. Ella jamás correspondía las miradas amenazadoras de sus competidoras, Rachel no conocía el odio. Desde pequeña y hasta sus doce años, sabía que la respuesta a cualquier advertencia de ofensas, miradas molestas o golpes, lo primero que tendría que hacer es sonreír. Ser la niña amable y respetuosa que siempre había sido. Las juezas siempre acariciaban su cabello rubio pálido y le decían que confiaban en ella, le decían que ella ya tenía lo suficiente para ser la mejor... que no se rindiera.
Y así lo hizo. Con el tiempo, la hilera número 3 de la estantería completó el espacio de trofeos. Solo faltaba una última, y Rachel no se rendiría tan fácil.
No siempre se divertía en su ciudad natal, Gloomy Valley, ella era pequeña como para que su madre tuviera en cuenta lo que ella quisiera, así que el mayor tiempo que pasaba fuera era en otras ciudades, salía a veces del hotel en el que se hospedaban antes del concurso y su padre la acompañaba por un helado a escondidas de su madre. Otras veces iban al cine y disfrutaban de las películas infantiles; su padre a veces rompía las reglas y se salían para ver una de drama, con tanto drama que incluso Rachel lloraba de vez en cuando. Le parecía tan... hermoso el amor. Desde que tenía uso de razón quería un novio, uno que la amara y la viera como la mejor chica del mundo. Por un momento creyó haberlo encontrado. Se llamaba Lucas Castro. Rachel lo amaba, pero con el tiempo, y con el tiempo me refiero a que su madre se enteró, tuvo que dejarlo ir. Lorraine le dijo cuando lo obligó a terminarlo, que era una distracción, que el amor siempre atontaba a las personas.
«¿Y tú y papá?» Preguntó Rachel esa vez, a lo que Lorraine suspiró y le contestó.
«Se llama matrimonio, lucecita, ese es un amor que no te deja tan atontado como el de unos novios. Aún eres pequeña.»
Y así, la pequeña Rachel de 11 años, dejó atrás esos pensamientos y se concentró en aquello que también la hacía feliz: la gimnasia.
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Las notas perdidas: Sangre en el lagrimal
Mystère / ThrillerGloomy Valley jamás estuvo tan mal. La oscuridad que acechó cada rincón y calle del pueblo avivaron problemas permanentes para sus habitantes. Y cuando la gente pensó que no podía ponerse peor, tendrían que prepararse para una nueva crisis que espe...