Capítulo 4.

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Parte 2/2

Asher

Como habíamos acordado, le acompañé hasta la recepción del hospital. Quería darle espacio para que pueda visitar a su madre tranquila, no quería quedar como un entrometido al seguirla hasta la habitación que le habían indicado, por lo que mientras ella terminaba de hablar con la enfermera, le envié un mensaje diciendo que la esperaría fuera mientras que caminaba en dirección a la salida.

—¿No vienes?— oí su dulce voz al ver como me alejaba.

—Tu madre y tú deben tener muchas cosas de las que hablar, no quiero estar ahí molestando.

Se me acercó rápidamente, me tomó fuerte por la muñeca y me arrastró hasta el ascensor. Mientras esperábamos a que las puertas se abrieran, fue inevitable que ambos no estalláramos a carcajadas, puesto que esa no era una actitud típica de Damaris.

Subimos al cuarto piso y recorrimos los pasillos hasta encontrar el cuarto que las personas de la recepción nos habían indicado. Antes de entrar le insistí nuevamente que podía esperar fuera porque no quería molestar a su madre ni mucho menos. Nuevamente me tomó del brazo, adentrándome a una de las tantas habitaciones.

—¿Damaris?— su madre nos recibía con sorpresa.

—Mamá.— casi inmediatamente su rostro se puso colorado.— ¿Cómo estás?, ¿qué han dicho los doctores?, ¿tendrán que hacerte cirugía?

—Tranquila cariño, no es nada tan grave como parece.— le dedicó una amable sonrisa.

—¿Segura?, la pierna que tienes elevada no parece decir lo mismo.

—¿Qué hay de tu amigo? ¿Quién es el?, cariño.— intentaba desviar la conversación.

—Mamá, él es Asher... White, es mi...— noté su nerviosismo y no pude hacer más que intervenir.

—Un placer, aunque lamento que nos conozcamos en estas condiciones.

Estaba más nervioso de lo que no había estado nunca en mis últimos 26 años, jamás había conocido a la madre de ninguna chica, era algo que claramente está fuera de mi zona de confort. Pero el hecho de que no se pusiera a analizarme como muchas mujeres suelen hacer, y que simplemente me dedicase una cálida sonrisa, hizo que mi aquellos nervios y la ansiedad desaparecieran. Esa mujer producía en mi todo lo contrario a lo que su hija me causaba.

—Asher, ¿eres compañero de Damaris?— preguntó curiosa.

—No señora, soy fotógrafo.

Por unos segundos se generó un silencio hasta que mi amiga tomó la decisión de interrumpirlo.

—Cierto, lo olvidé.— habló Damaris.

Colocó en un florero el ramo que había comprado para su madre horas atrás.

—Oh cariño, ¡no hacía falta!— declaró la mayor dirigiéndose a su hija.

Damaris me miró con una sonrisa traviesa, y con la mirada le supliqué que no lo hiciera. Soltó una risita que intentó disfrazar con tos, para luego humillarme un poco frente a su madre.

—No he sido yo, Asher las ha comprado para ti.

Su madre abrió tanto los ojos que parecía que en cualquier momento se saldrían de sus órbitas. El rubor natural de sus mejillas se hizo presente, y me agradeció más veces de las que quisiera, para minutos después despedirme de Camille, con tal de dejar que madre e hija pudiesen tener un momento a solas.

—¡Vuelve cuando quieras, guapo!— fue inevitable no reír ante su comentario.

Luego de casi 3 horas, cuando el horario de visitas terminó, nos adentrábamos en mi coche nuevamente. Damaris no dejaba de disculparse por haberme hecho esperar, otra de sus cualidades que hacía que el corazón se me desborde de ternura era su manera de disculparse por todo siempre, incluso cuando no era necesario.

—Gracias por acompañarme hoy, no tenías porqué. Y mucho menos tenías que esperarme.

—¿Quieres ir a cenar?— los nervios me ganaron nuevamente y cambié abruptamente el tema.

Su rostro expresaba sorpresa, parecía estar en shock, pero aún así asintió.

El recorrido hasta el edificio en el que vivo pareció ser más rápido de lo que estaba acostumbrado, nos bajamos y la guie hasta la azotea del lugar. Allí se encontraban Diego y Abby terminando con los últimos detalles de lo que tenía planeado para esa noche que apenas comenzaba.

En el centro del lugar, se encontraba una mesa cubierta con un mantel blanco, algo de comida y una botella de vino. A unos pocos metros, un espacio lleno de almohadones, un par de mantas y un computador. Todo estaba según mis indicaciones, agradecía que no pareciera un desastre y que se viera bonito.

—¿Qué es todo esto?

—Espero no haberme excedido, pero creí que te vendría bien tener una...

—¿Cita?

—No lo he dicho yo.

La cena transcurrió de manera natural, comimos algo de pizza, hablamos de las diferentes cosas que nos han sucedido a lo largo de nuestras vidas, experiencias, sueños, y luego tomamos la decisión de ver una película. Nos acurrucamos entre el montón de almohadones y nos cubrimos con las mantas, entre todas las películas que había, elegimos ver todas las películas de Los Juegos del Hambre.

A medida que iba oscureciendo, el frío se hacía más notorio gracias a una brisa, por lo que nos acurrucamos. Sentí su respiración cerca de mi cuello, produciendo que se me erizara la piel. La cercanía me estaba matando, pero no quería arruinarlo.

—Ash...— le oí decir por lo bajo.

Mire en su dirección, esos ojos caramelo que me enloquecían no dejaban de mirar mis labios, que a causa del nerviosismo se encontraban resecos.

De pronto, sus carnosos labios impactaron con los míos, los besos subieron de tono rápidamente, como si nuestros cuerpos estuvieran desesperados por sentirse. Antes de que pudiera darme cuenta, ambos nos encontrábamos ya sin camiseta.

Besé su cuello y el valle de sus senos de manera exasperante. Dejé de sentirla por unos segundos, para luego escuchar la hebilla de mi cinturón soltarse, por lo que de manera casi inconsciente solté un gruñido debido a la presión que el mismo ejercía sobre mi miembro.

Damaris se deshizo de mis pantalones junto con mi ropa interior, vi su figura desnudarse frente a mi, cosa que me llevó al límite, me encontraba a un paso de perder la cordura. Nuevamente acerqué su cuerpo al mío, pero esta vez de manera más brusca.

Tenía a la mujer que me traía loco a horcajadas de mi, cosa que jamás creí que pasaría otra vez, pero en ese momento ya no importaba, estábamos dejando salir a flor de piel nuestro lado más animal. El roce de nuestras intimidades creaba una sensación asombrosa, causando en cada uno ma necesidad de más.

—¿Estás segura de esto?— pregunté.

Asintió reiteradas veces para después comenzar a moverse lento. Ambos soltamos un suspiro una vez estuve dentro de ella, nos mantuvimos quietos por unos segundos para sentirnos y acostumbrarnos a aquellas excitantes sensaciones.

Aquellos movimientos que comenzaron siendo lentos y delicados, se elevaron hasta llegar a unos más rápidos y duros, todo para poder obtener aquella tan deseada liberación. Nos mantuvimos toda la noche otorgándonos todo el placer que pudimos durante todo el tiempo posible.

—Si, acepto.— pronunció minutos después de que amaneciera.

—¿El qué?— indagué incrédulo.

—Quiero estar contigo.— finalizó para luego volver a besarme.

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