🥀 t r e i n t a | t r e s 🥀

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Narración: Gunther Marshalls.

Desciendo del automóvil una vez que lo he estacionado frente a lo que supuestamente debería ser mi hogar, aunque la sensación que emana dista enormemente de tal calidez. Las paredes frente a mí adoptan la apariencia de una prisión, y aquellos que residen en su interior son más que simples habitantes; son los carceleros de mi existencia. Mi mirada se eleva hacia el segundo piso, directamente a la oficina de Antón, quien observa desde la penumbra del otro lado. Mi gesto es una sonrisa cargada de burla, seguida de un enérgico gesto del dedo medio. El reloj señala que debimos haber llegado hace más de tres horas, pero no pude abandonar a Anabelle en aquella condición. La imagen persistente en mi mente es la tortuosa visión de ella, entre gritos y lágrimas, con su cuerpo marcado y, aún peor, enferma.

La revelación se insinúa como un espectro tardío, una verdad oculta que preferí ignorar. No había querido, o más bien, me negué a aceptar que Waldheri también tejía la madeja de la conexión con Anabelle. Me aferré a la ilusión de sus palabras, a la negación de cualquier lazo más profundo entre ellos. Quise creer ciegamente en su supuesta sinceridad cuando proclamaba que Anabelle no era su mate, que no existía ningún interés oculto. No obstante, las sombras de la realidad se deslizan entre los pliegues de mi percepción.

Las grietas en la fachada de indiferencia de Waldheri se hicieron evidentes cuando, en un giro desconcertante, se presentó con furia el día que Anabelle estuvo a punto de entregarse a aquel joven inexperto. En teoría, no debería haber tenido razones para inquietarse o enojarse, pero su reacción pintó una narrativa distorsionada. Las sombras de los celos y el interés emergen, oscureciendo aún más el lienzo de mi comprensión.

Mis dudas respecto a Waldheri persistían, intensificándose al presenciar su negación categórica de cualquier vínculo con Anabelle frente a nuestro padre. Afirmaba, con la destreza de un titiritero, que de haber existido tal conexión, la habría rechazado de inmediato. La revelación de su doblez se deslizaba como un sutil veneno en la confianza que intenté construir en sus palabras.

Sin embargo, la confirmación despiadada de mis sospechas llegó al observar el sufrimiento de Anabelle, una vez más sumida en el dolor de una infidelidad, con Volker y yo como testigos cercanos. La cruel realidad se develó: los tres éramos marionetas en la danza retorcida de los vínculos mate. La oscura conexión entre nosotros, marcada por la traición y la vulnerabilidad, se insinúa como un nexo infernal, hilado por destinos entrelazados y promesas rotas. En esta tragedia compartida, la sombra de la traición proyecta su manto sobre las ilusiones desgarradas, mientras el oscuro eco de nuestras conexiones resuena en la penumbra de las relaciones fracturadas.

Entro a la casa y un cálido aroma a comida acaricia mi nariz, aunque mi voraz apetito se ve eclipsado por la tensión que se cierne en el ambiente. Esta cena reunirá a la familia al completo, incluyendo a Waldheri y su prometida, una presencia que no ansío encontrarme.

En la sala, la melena rubia de Rachel destaca entre las conversaciones animadas. Mis ojos se encuentran con ella y Leonor en uno de los sofás. Ambas mujeres, al percatarse de mi llegada, me saludan efusivamente. Leonor, con un gesto expresivo, agita la mano en mi dirección, y lo mismo hace con Volker.

Aunque el hambre persiste, el peso de la situación me lleva a desear no solo evitar la comida, sino también la presencia de la prometida de Waldheri. La atmosfera cargada sugiere que esta cena será mucho más que una simple reunión familiar.

—Qué bueno que han llegado, los estábamos esperando para cenar—expresa Leonor con una mezcla de alivio y reproche en su tono
—Los esperamos para el almuerzo, pero no llegaron, así que invitamos a Rachel a quedarse a cenar y dormir—

—Cuanta amabilidad— respondo, inyectando un toque de sarcasmo en mis palabras, mientras mi mirada se cruza con la de Rachel.

La rubia nunca fue una figura indeseable para mí; al contrario, siempre la percibí como alguien demasiado afable para este mundo hipócrita que la rodea. Se encuentra entre las escasas almas que, a pesar de mi no transformación, me dispensa amabilidad, negándose a considerarme un fenómeno. En cada visita a la casa, su trato cálido y los momentos agradables compartidos al relatar las vicisitudes del mundo, incluso tejendo absurdos planes de escape, generando risas genuinas. Por estos motivos, me resulta imposible despreciarla o tacharla de mala persona.

Los Marshall #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora