🥀 c u a r e n t a | c u a t r o 🥀

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Varios dias más tarde.

En la tranquila mañana, la voz de la tía Mari rompe el silencio, acompañada por el suave chisporroteo de huevos en la sartén. Su amor por las mañanas supera incluso el mío, un amante confeso del madrugador ritual. Evito mencionar su pasión por la cocina, un arte que domina con maestría.

—Buenos días, Anabelle— me saluda, destilando un aura hogareña en la cocina.

Aunque la escena parece apacible, mi sorpresa persiste. Mis ojos aún se ajustan a la luz matutina cuando ella, con naturalidad, me lanza su pregunta.

—¿Dormiste bien?

Mis labios se curvan en una sonrisa forzada antes de dejar escapar mi queja.

—No, dormí entre dos fieras— Mis dedos exploran la zona dolorida, revelando una incomodidad palpable —Creo que necesito ver a un médico; estoy segura de que tengo mínimo cuatro costillas rotas—

La expresión de la tía Mari se tiñe de preocupación mientras continúa con su tarea culinaria.

—¿Y eso? ¿El colchón está duro o se le fue algún muelle? Aunque no sé qué tenga eso que ver con las costillas.

—No. ¿Recuerdas el pleito entre Alana y Moira por dormir conmigo?— Asiente, con el ceño fruncido —Cuando finalmente se quedaron dormidas, pensé que todo estaría calmado. Sin embargo, parecía más bien una competencia sobre quién le daba más patadas a la del medio, y esa era yo— me quejo, revelando la caótica escena nocturna.

Las risas de la tía Mari resuenan en la cocina, contrastando con la revelación de las travesuras nocturnas de Alana y Moira.

—¿En serio?— asiente —Y ambas que tienen esa carita angelical de "yo no rompo ni un plato"— se ríe —Bueno, ahora podemos afirmar que destruyen la vajilla entera—

Mientras ella disfruta de la ironía en la situación, mi murmullo revela una confusión subyacente.

—Ni siquiera entiendo esa actitud tan competitiva que tienen ambas, son apenas unas niñas, no deberían actuar así, creo—murmuro, buscando consuelo en la manzana verde que sostengo en mis manos.

La tía Mari, sabia en sus años, se acerca y sirve platos de panqueques frente a ambos. La escena se torna más íntima al sentarse a mi lado.

—¿Me vas a decir ya cómo la pasaste con Waldheri?— me pregunta, su interés palpable —Han pasado días y no me has dicho nada—

—La pasamos bien. Al principio peleamos, hubo llantos y tazas rotas, pero terminamos bien— comento, dejando entrever la complejidad de la relación.

—¿Por qué llanto y tazas rotas?— pregunta, desentrañando los secretos ocultos.

—Waldheri quería rechazarme. Cuando lo dijo, no supe cómo reaccionar, y la taza que tenía en mi mano cayó al suelo—respondo, reviviendo la vulnerabilidad del momento.

—¿Rechazarte?— asiento.

—Sí, pero logré persuadirlo para que no lo hiciera y amenacé con hacerle daño si se atrevía a insinuar una cosa de esas otra vez— sonrío, pero la sombra de la amenaza se cierne sobre el relato —A pesar de todas las cosas que ha hecho, que son bastantes y cuestionables, no es una mala persona, lo sé—

—Te quiere— afirma, sus palabras resonando con una certeza que solo la experiencia puede brindar —Se nota en sus ojos, pero una persona que nunca ha recibido cariño no sabe cómo entregarlo. A los tres tienes que darles su tiempo, que encuentren una forma de demostrar lo que sienten por ti, porque está más que claro el amor entre ustedes. Solo que no saben cómo demostrarlo, ni siquiera tú—

Los Marshall #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora