🥀 v e i n t i d ó s 🥀

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Narración: Waldheri Marshall.

Levanto uno de los pesados sacos de cemento, depositándolo con meticulosidad en la carreta destinada a llevarlos hasta la presa, donde las reparaciones se ejecutan con una urgencia palpable. Hace un mes y medio, la presa cercana al poblado de los osos, también híbridos como yo, sufrió un incidente grave. Un agujero crucial que obstaculiza la pesca de ambas manadas y nos expone a riesgos inminentes de inundación. Siendo nosotros, río abajo, los más afectados, con casas destruidas y familias sin hogar. No puedo permitirlo. Por eso, me involucro activamente en la ardua tarea de reparar la presa. Las palabras y las órdenes no son mi estilo; prefiero asegurarme personalmente de que las cosas se realicen con precisión. En cada tarea que involucre a la manada, soy el primero en ofrecerme como voluntario.

—Muchas gracias, señorito Waldheri—expresa el anciano agradecido. Mi nombre resuena familiar en este lugar, donde no es la primera vez que contribuyo en cualquier labor. Aunque no sea un híbrido oso, me aceptan aquí como uno más, un gesto que valoro profundamente. El anciano continúa con una sonrisa que esconde tristeza —Es usted un muchacho excepcional, estoy seguro de que su pareja es afortunada— añade, mientras su tono refleja una melancolía más profunda.

Qué más desearía yo.

El hombre se desvanece en el bosque junto a su carreta, y yo suspiro, arrastrando el peso de la obligación. Me vuelvo hacia la mansión, donde la sombra de mi padre se mezcla con la del líder de la manada de osos en una danza de intrigas y acuerdos. En el camino, mujeres de curvas exuberantes y belleza encantadora me lanzan miradas insinuantes, pero hoy, en este oscuro deber, rechazo sus provocaciones.

—Waldheri..— Margareth, la pequeña del líder de la manada, corre hacia mí. La atrapo en el aire, pero su figura parece más frágil, más como una muñeca. Sus rizos rubios contrastan con sus ojos miel, y las pecas en sus mejillas se ven como manchas de tristeza. Su padre la resguarda con celo, consciente de la belleza de su niña —Estoy molesta, hoy no has jugado a caballitos conmigo—

—Princesa, he tenido que trabajar muy duro hoy, no tuve tiempo de nada— respondo con suavidad, sabiendo que el trabajo que me consume va más allá de lo visible. Su capricho se enfrenta a la oscura realidad —Pero te prometo que la próxima vez que venga, te llevaré en mi lomo a través del bosque— Una sonrisa forzada asoma en mi rostro, pero ella no lo nota al abrazarme con cariño.

Llegamos a la majestuosa mansión, donde un diligente empleado me entrega mi camisa, testigo de las arduas labores en las que participé, al cargar pesados sacos de cemento junto a los obreros. La familia de Margareth se congrega en la suntuosa sala de estar, entablando conversaciones con mi padre mientras degustan té. En ese ámbito, se destacan tres vástagos: Alfred, destinado a ser el próximo líder; Osvaldo, eminente médico en la manada; y la benjamina, Margareth.

Sin embargo, el matiz de nuestra relación se torna peculiar. Margareth me percibe, no solo como su pareja, sino también como su canino. En la manada, su deseo imperante es que asuma mi forma animal, desencadenando un ritual donde sus caricias se concentran detrás de mis orejas, mientras ejecuto trucos dignos de un perro amaestrado. Aunque no desprecio sus afectos, en ocasiones, me veo reducido a la condición de mascota, siendo obsequiado con galletas que exigen saltos, aullidos y giros extravagantes.

Este peculiar vínculo, a pesar de sus tintes cómicos, despierta en mí una ambivalencia, entre la complacencia de satisfacer sus caprichos y la sensación de disminución a un papel dónde solo me ven como una mascota.

—¿Cómo te fue?— indaga mi padre. Desligo a Margareth de mis brazos, priorizando vestirme, ya que exhibirme medio desnudo no concuerda con mis preferencias.

Los Marshall #PGP2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora