Narración: Volker Marshall.
Ingreso a la cocina de Marisol, envuelto en una vergüenza punzante y con el eco del ardor en mi mejilla izquierda, que persiste al tacto como un recordatorio tangible de mi propia insensatez.
El suelo se convierte en un campo de batalla, salpicado por una horda de gusanos que se despliegan en todas direcciones. Las miradas de desaprobación de Lucas y Marisol arden con un juicio inmutable, mientras que Alana, sollozante, se aproxima a su hermana en busca de consuelo. En este instante, la carga de mi culpa se incrementa, ya que jamás había propiciado una humillación tan desmesurada. Aunque he hecho bromas anteriormente, esta vez he cruzado límites, conduciendo a alguien directamente hacia una reacción de repulsión, como Anabelle ha demostrado.
—Alana, ¿Por qué no te acercas a tu hermana y le pides perdón? Debe sentirse mal en este momento— le sugiere Marisol con empatía, y la niña se apresura a abrazar a su hermana, diluyendo con lágrimas el peso de mi imprudente actuar.
—¿Por qué hiciste eso? Sabías de su aversión a los gusanos; te lo dijo desde el principio. ¿Por qué la obligaste a tomar uno? ¿Y manipularla con su hermana? Maldición, Volker, eso no es propio de hombres— la decepción impregna la voz de mi mejor amigo, y la crudeza de sus palabras golpea con un peso ineludible.
—Pensé sinceramente que exageraba— mi excusa se desvanece en el aire, dejando al descubierto la absurda justificación que empleé. Sin embargo, lo absurdo palidece ante la creciente culpabilidad que se apodera de mí.
Anabelle no es una persona malintencionada; al contrario, a pesar de su fuerte personalidad, demuestra ser afable y sumamente colaboradora. En apenas una semana, ha ganado el respeto de los profesores al demostrar su dedicación y responsabilidad, incluso prestando ayuda en la cocina cuando ha hecho falta. Su rápida integración ha sido eclipsada por mi lamentable actuar, transformando lo que pudo ser una acogida cálida en una mañana teñida por el desagrado y la vergüenza.
Anabelle, la prima lejana de mi mejor amigo, tuvo un gesto sorprendentemente solidario al visitarme en la enfermería, a pesar de que entre nosotros apenas existía un lazo de confianza. Su acto desafiante, al que no estaba acostumbrado, me dejó con un sentimiento inesperado de aprecio. Sin embargo, mi respuesta, lejos de corresponder a su amabilidad, resultó en una situación lamentable que no puedo ignorar.
—Volker, lo que hiciste está completamente fuera de lugar. Espero que estés preparado para disculparte debidamente— afirma tía Mari con tono severo, mientras asiento con conciencia de mi error.
—Lo haré— respondo, sintiendo la gravedad de mis acciones.
Tía Mari me encomienda la tarea de recoger los gusanos dispersos, devolverlos a su caja y alimentar a Tuti, la lechuza, quien espera pacientemente su comida. La vergüenza y la incomodidad se mezclan en el ambiente.
—¿Solo?— pregunto, notando la mirada de reproche en Lucas.
—Claro, tú fuiste el responsable de este alboroto— sentencia tía Mari con firmeza.
Minutos después, mientras alimentaba a la lechuza, la carga emocional de la situación se hace más evidente. Me enfrento a la realidad de mis acciones y cómo estas afectaron a Anabelle, una joven que, aunque recién llegada, ha demostrado ser una persona amable y solidaria.
—¿Dónde está el tío Leo?— pregunto, buscando un cambio de tema momentáneo.
—Está de cacería— responde tía Mari, pero el tono de la conversación se mantiene tenso.
—También lo envié en busca de algunas hierbas para Anabelle. Su alergia solo ha mejorado con esas hierbas; es lamentable que solo crezcan en la montaña— comenta tía Mari, revelando un aspecto más vulnerable de Anabelle.
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Los Marshall #PGP2024
Manusia SerigalaEn el sombrío giro de este cuento, Caperucita no se encuentra con un lobo solitario en el bosque, sino con tres bestias voraces que, lejos de querer devorarla, anhelan poseerla como suya. En lugar de temor, nace un amor oscuro entre la inocencia de...