XIV๑。☆

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Por más que intentara mantener mi mente en blanco siempre había un pensamiento que se colaba y me distraía, nunca podía realmente dejar de pensar

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Por más que intentara mantener mi mente en blanco siempre había un pensamiento que se colaba y me distraía, nunca podía realmente dejar de pensar. Me podía pasar horas y horas imaginando un montón de cosas, elaborando discursos regios que jamás diría, ideando cuentos en los que el final siempre era feliz. Mi mente estaba siempre ocupada y entretenida. Pero por primera vez sentí como si hubiese sido vaciada y desconectada.

Parpadeé, volví a parpadear. Traté de evocar pensamientos racionales, pero nada me llegaba, todo lo que había dentro de mi cabeza era un vacío sordo y pasmado.

El hombre que estaba frente a mí me sonreía y la sonrisa era igual a la de... pero no, no podía ser. Mi cabeza daba vueltas, me sentía mareada.

Se inclinó en una profunda reverencia, manteniendo la amplia, amplia sonrisa.

—Pisinoe —pronunció mi nombre y lo conocido de la voz me puso grifa la piel. Esa voz que no había oído en años. Él parecía tan contento de verme, pero...esa alegría no se sentía correcta. Acortó el espacio que nos separaba y fue a agarrar mi mano que estaba lánguida en mi regazo. Antes de que pudiera tomarla la aparté. Su mirada se endureció. —¿No vas a decir nada? —me espetó.

—Demian —pronuncié lentamente, saboreando las silabas, mi garganta estaba rasposa y silbante luego de tanto tiempo sin hacer uso de ella. Me dolió escuchar mi voz así, toda yo parecía una sombra de lo que había sido hace tan sólo unas semanas. La mirada de él se llenó de éxtasis.

—Sí, Noe, sí. Soy yo. —no entendía cómo era posible. Algo dentro me molestaba diciendo que debería estar feliz más allá de los parámetros. Pero yo estaba tan...perdida.

Era él, pero ¿por qué era él? ¿Por qué me recibía él? ¿Por qué estaba él aquí en lugar del Rey? ¿Por qué estaba él aquí? Todo daba vueltas.

Era él, se veía...mayor, su piel madurada y sus ojos más expertos, hasta su voz había sonado más adulta. Ahora su porte era más rígido, donde antes había suaves músculos y gestos tiernos, ahora estaba un hombre fornido y un poco hosco. Iba vestido con un traje simple y elegante de un oscuro color azul. Seguía siendo exquisito a la vista, pero todo eso...

Él apoyó una rodilla en el suelo, frente a mí, era tan alto que, incluso en esa posición, yo tenía que mirar hacia arriba para encontrar sus ojos. El seguía sonriendo, mostrando sus impecables dientes blancos y restos. Yo sólo podía parpadear.

—Demian —repetí. Él se rio desde el fondo de su pecho, el sonido rebotó por toda la estancia. Antes de yo poder reaccionar él había agarrado mis manos y las besaba con fervor. El contacto me hizo reaccionar, solté el aire que no me había dado cuenta de que estaba conteniendo, me desinflé y empecé a reír sin tener muy claro por qué.

—Pisinoe, Pisinoe, Pisinoe, tu risa se sigue oyendo igual. —sonreí también, las emociones se estaban expandiendo hasta la punta de mis dedos. No sabía qué estaba pasando, no entendía nada. Pero los años habían transcurrido y por algún regalo de los dioses él estaba frente a mí besando mis manos, acariciando mi cabello, dedicándome sus sonrisas, esa abrumadora felicidad estaba explotando en mí de nuevo. Esa cegadora felicidad.

©SiremalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora