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Leucosia soltó un gruñido, tan irritada

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Leucosia soltó un gruñido, tan irritada. Miró tras de mí. No pareció notar que faltaba Cristal. Tampoco es que fuese un hecho relevante. A veces estaban ambos y a veces no, a veces era sólo Cristal y otras veces era como en ese momento.

—Tú,—llamó a mi hermano, tan prepotente ella. Oh, no, Leucosia. Ni lo intentes.—adefesio.—en mi mente me imaginaba tomando una piedra y con ella desfigurando su bello rostro.

Respire calmadamente sin voltear a ver a Coral. Después de años, él sabría manejar la situación.

Yo seguía con mi vista al frente, imperturbable. De repente todo a mí alrededor se tornó muy interesante. ¿Cómo no me había fijado antes en esa piedra tan bonita y colorida? Si quería la podía tomar y llevar a mi caverna. Hacía bastante tiempo que no cambiaba nada, podía hacer una completa remodelación, iniciando por esa linda piedra colorida.

—Te estoy llamando, adefesio.—quise reír, me contuve de hacerlo. El sonido de los dientes de esa sirena chirriando era tan agradable.

—¿Se está dirigiendo a mí, princesa?—no pude evitar la sonrisa por más tiempo. Amaba a Coral.

—Bruto, insolente, asrebido.—la sentí escupir las palabras.—No me dirijas la palabra. Yo ordeno y tú obedeces.

—Oh, haberlo dicho antes, princesa.—ese tono tan jovial y tan lleno de veneno. El orgullo no cabía en mi pecho.—Entonces yo no la habría hecho esperar y le respondería que no obedezco ordenes de nadie más que no sea mi selectora.

—Soy una princesa de los escollos y tú obedecerás lo que te diga.—una hermosa víbora retorciéndose.—Adefesio, ven aquí.

—Oh, su majestad, no. Yo no haré tal cosa. Como le mencioné, sólo obedezco a mi princesa...

—Cállate.—se giró hacia mí.—Si no reprendes a tu híbridos yo lo haré.

Sí, estaba decidido, me llevaría esa piedra. Y podía buscar otras de tonos blancos para que esta resaltara entre ellas. Las pondría en el pequeño recoveco que estaba al fondo. Serían lo primero que se miraría al llegar y causaría una sensación de hogar muy tierna.

—Pisinoe, dile a tu híbero que me obedezca.—le dedique la miraba que tanto ansiaba, vi un deje de victoria en sus líneas. Ay, hermanitas, ¿Cuándo iban a entender?

—¿Por qué haría eso?—una fresca brisa del mar de coló en el tono de mi voz.

—Porque soy una princesa.

—Leucosia, tu cabello ya está seco y se ve muy guapo.—ella pareció momentáneamente sorprendida por mi halago y su gesto de volvió coqueto y complacido.—Si no quieres que el agua te de un revolcón lo mejor será que permanezcas calmada...—se volvió roja de la ira y humillación, todos los que estaban cerca escuchaban la conversación sin una pizca de disimulo y soltaron risitas los más prudentes, mientras otros rieron abiertamente.

©SiremalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora