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Nadé con fuerza, dominando la marea a mi paso

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Nadé con fuerza, dominando la marea a mi paso. Mi cola agitándose con potencia. La superficie estaba ya a pocos metros. El sol se filtraba por el agua cristalina, y Antemoesa se alzaba gloriosa; un bello castillo de ruinas, escombros, historia. Mi hogar, mi familia, dispersa en tierra y mar. En la tierra, los escollos; y en las profundidades del océano, la ciudad oculta, nuestro secreto mejor guardado. Estaba prohibido hablar de ella con nadie que no fuera un marino. Si el Rey descubría que habías revelado su existencia, podías darte por muerto.

A pesar de todo, me hacía feliz, un pequeño mundo divido en dos. Tenía sentido para mí, de cierto modo pertenecíamos a ambos, por mucho que todos rechazaran la idea. Con Aleta y branquias, pero con manos y racionamiento. Esto éramos.

Fui más rápido, preparándome para romper contra las olas. Mi cola se estremeció preparada para la salida. Y entonces el aire se estrelló contra mi rostro, y todo era infinitamente más ligero. La brisa fresca me acarició, mis pulmones se hincharon repletos de aire.

Caí bruscamente sobre un montón de maleza, dispuesta para las sirenas que salían por el camino rápido. Los híbridos estaban caminando de un lado a otro, cumpliendo con sus deberes, y las sirenas se relajaban tomando el sol. Algunos híberos estaban en el agua, solo para demostrar un punto; que ellos también pertenecían al mar. La mayoría los rechazaba por no tener branquias, pensaban que si no tenían las branquias eso los hacía más terrestres que marinos. Y era tonto porque lo único que nos determinaba como marinos era haber sido creados por el océano.

Para ellos el no tener las branquias los hacía más humanos que otra cosa. Pero eso, por supuesto, no lo decían. Nunca mencionaban la palabra "humano" a menos que fuese absolutamente necesario. Siempre creí que era por envidia porque, a pesar de que nuestra especie era más antigua, los humanos habían logrado evolucionar y nosotros nos habíamos quedado estancados por la vanidad.

Pero discutir con cualquiera de ellos era una causa perdida.

Me sacudí, deslizando mi cuerpo hasta la tierra. Los híberos eran los encargados de cuidar de los escollos. Y desde unas décadas atrás, y la llegada de la nueva generación de híbridos, Antemoesa estaba más hermosa que nunca.

Había sido adaptado para las sirenas y los tritones. Ahora la isla era una extensión de mar, pasando por fosas de agua que se interconectaban por conductos.

Había uno de esos cerca de la salida de maleza. Apoyada en mis brazos me acerqué hasta el resbaladizo con suelo de hojas y empapado en agua, y me deslice hasta llegar a un pozo.

Coral estaba allí, filtreando con unas sirenas de familias poco respetadas. Un segundo después se fijó en mi presencia y me concedió una sonrisa.

Con la curiosidad despierta, los demás presentes voltearon en mi dirección. Al darse cuenta de quién era guardaron silencio en señal de respeto.

Sentí mi rostro tensarse en un rígido gesto que no expresaba ni aversión ni afecto, sólo simple y llana indiferencia. Y no les dediqué ninguna mirada de mi parte.

©SiremalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora