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Desde el borde que se rozaba con el mar salió disparado un enorme tritón que rápidamente se sumergió en el agua del pozo, haciendo que todos se apartaran de su camino y que mis acólitos se dispersaran

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Desde el borde que se rozaba con el mar salió disparado un enorme tritón que rápidamente se sumergió en el agua del pozo, haciendo que todos se apartaran de su camino y que mis acólitos se dispersaran.

Dos segundos después, cayó con rudeza sobre el asiento de sal, dejando libre sólo el puesto de la reina.

La familia real, pensé con sátira.

Seguí trenzando mi cabello, aún más despacio si era posible.

Agarré algunas perlas y conchas que estaban dispuestas a los lados del trono y empecé a adornar con ellas mi cabello. Las demás usaban coronas simbólicas, realmente bonitas, quizás debería yo usar una también, me vería esplendida.

La primera palabra siempre la debía dar él, y mientras no lo hacía todos seguían su ejemplo.

—Música.—apreté los labios en una dura línea, escuchar esa asquerosa y repugnante voz. La música retomó su curso y las sirenas siguieron cantando, ahora con renovado esfuerzo y cautela.—Hijas mías.—nos saludó.

—Padre.—repitieron todas en perfecta demostración de docilidad. Mi trenza ya estaba lista, lastimosamente. La tiré detrás de mi hombro y enderecé mi espalda.

La caracola volvió a sonar y empezaron, ahora venían los asuntos oficiales. Declarar que había sido un congreso satisfactorio, que los demás territorios seguían en calma y mantenían un trato armonioso entre sí.

—Como siempre,—comenzó—me es grato comunicarles que los demás líderes se encuentran en perfecto estado y sus hermosos territorio son prósperos. Estos últimos años ha habido un incremento de niños en los reinos que más lo desean.

—Nos contenta que el congreso haya sido satisfactorio y que hayas regresado a los escollos sin problemas.—Atargatis era una de las princesas más hermosas y tontas. Veía en su trato con el Rey la seguridad y la protección que le podía brindar y se sujetaba a ello con uñas y dientes.

—Nos honra tenerlo de nuevo entre nosotras.—ahí iba mi querida Leucosia.

—Es un placer volver a estar entre los míos.—él tenía una forma de decir las cosas más normales y convertirlas en un insulto. Entre los míos, veía a los marinos como su propiedad.

—¡Un cantó al Rey!—Aglaofeme alzó los brazos y todos la siguieron, imitando la bella melodía en honor al Rey.

Unos momentos después él Rey alzó una mano y todos cortaron sus voces sus voces con un jadeo. Por primera vez lo miré con curiosidad. Era una de las criaturas más perfectas que alguna vez había visto. Todo él era belleza cautivadora, aterradora, asquerosa. Era tan viejo que hasta había empezado a blanquearse su cabello, sus ojos azul eléctrico parecían contener el punto más hondo del océano. Con el tridente en mano, un arma letal y poderosa, forzada por manos mágicas y antiguas. Todo oro, plata, cobre y gemas preciosas. Conteniendo una pequeña prisión en él. Esa era la imagen que proyectaba uno de los más poderosos líderes que existía.

©SiremalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora