Epílogo👑

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Actualidad

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Actualidad.

Año 2022.

La campana que la tienda utiliza como timbre, suena. Maldigo internamente, no sé qué es peor: si tener que soportar el aburrimiento de cubrir el trabajo de Priscila o esa maldita campana. ¡¿Por qué no pueden quitarla de una vez por todas?!

Digo, sólo he estado aquí... ¿cuánto? ¿menos de tres horas? y ya no lo soporto.

¡Maldito el día en que Priscila se enrolló con ese tipo!

—Será un trabajo fácil —murmuré imitando su voz chillona. Sí, fácil, desgraciada, ¿quién dijo que trabajar en una florería sería trabajo fácil?

—Disculpe —una voz suave llegó a mis oídos.

—Buenos días, ¿cómo puedo ayudarla? —lo dije con la mayor amabilidad posible. No me juzguen, hago lo que puedo, no soy vendedor certificado, únicamente me he metido en un lío, al que, claramente, no supe decir que no.

Me dí la vuelta, quedando de frente al mostrador, forjé una sonrisa. Pero, de inmediato, esa sonrisa se transformó en una sincera, vaya vista la que tenía, por fin algo bueno en este lugar.

—¿Tiene tulipanes? —ella me devolvió la sonrisa.

¡Joder! ¿Por qué una sonrisa se veía tan bien?

—Claro, ¿en qué color los prefiere? —pregunté de nuevo, ella pareció pensárselo unos instantes.

 —Amarillos —dijo, curiosa elección.

—En un momento se los traigo, ¿los prefiere como ramo? —ella asintió.

Caminé para salir del mostrador, me dirigí a la puerta detrás de él, ésta llevaba a la bodega de la tienda, la mayoría de las flores estaban allí, según las cortas indicaciones que Priscila me dio antes de esfumarse en el aire literalmente.

Evadí algunos pasillos hasta ir al final del lugar, la verdad era que no conocía la ubicación de cada cosa, algo que no me parecía muy malo puesto que ni siquiera trabajaba en lugar.

Una intensa búsqueda se formó por mi parte, hasta que, por fin, logré encontrar lo que buscaba. Para mi suerte, y algo por lo que agradecía hasta al mismísimo demonio, habían guardados distintos tipos de ornamentación con plantas, desde ramos hasta plantas enteras, suerte que había ramos y más en concreto, había un ramo de tulipanes amarillos. Suspiré de alivio, quitándome un peso de encima —no tenía ni idea de cómo armar un ramo—.

Regresé hasta el mostrador, con una sonrisa de suficiencia y el ramo en mi mano.

Coloqué el ramo sobre el mostrador y le mencioné el precio, ella rápidamente comenzó a rebuscar en una pequeña cartera que tenía colgada de su hombro, y fue ahí cuando la duda me abrazó.

¿Por qué esa mujer, de golpe, me resultaba tan conocida?

Luego de unos segundos, ella me entregó el pago en efectivo, lo tomé aún ensimismado en mis pensamientos, tratando de recordar en donde la había visto.

—Gracias por su compra —sonreí y le entregué el ramo.

—Gracias a usted —respondió, otra vez esa sonrisa.

Se dio la vuelta para irse, pero no pude evitarlo, no dejaría que se fuera sin saber la verdad.

—Oiga, señorita —salí de detrás del mostrador, caminando para alcanzarla antes de que cruzara el umbral de la puerta. Ella se giró a verme con el ceño fruncido —, disculpe la pregunta, pero ¿la conozco de algún lado?

—Lo dudo, pero, a decir verdad, usted también me resulta conocido, ¿cuál es su nombre? —dijo, denotando confusión.

—Eber, mi nombre es Eber —agregué—, ¿cuál es el suyo?

—Samira —volvió a sonreír, esta vez ofreciendo su mano para que la estrechara—, mucho gusto, Eber.

Polvo de CristalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora