•Segundo libro de la bilogía "Cristales"
Cinco años pasaron desde que la profecía se llevó a Samira a un nuevo mundo.
Cinco años en los que ella no ha dejado de buscar a quienes la dañaron, para tomar represalias.
Sin embargo, la magia los mantenido...
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—Agni, por favor —mi voz era casi inaudible— Suéltame.
Aquello pareció hacerlo entrar en razón, sus ojos volvieron a su estado natural mientras me soltaba.
—¿Qué pasó? —cuestionó sin entender nada.
Tosí, aferrando mis manos a mi cuello como si eso aliviaría la extraña sensación que me inundaba. No respondí, seguí en mi tarea de encontrar una manera de ingresar oxígeno a mi cuerpo. MI vista estaba borrosa, aun así, veía destellos del suelo.
—¿Qué hice? —se acercó. No lo aparté, no me importó— Perdóname, por favor. Perdóname —me rodeó con sus brazos, lo dejé.
—¿Qué demonios te pasó? —lo encaré, con la poca voz que salía.
—Yo —pausó— No sé.
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Antes de la llegada de las doncellas, tuve la necesidad de verme al espejo de la habitación. Varias muevas se formaron al ver como marcas azuladas se formaban alrededor de mi cuello, tenía la esperanza de que no duraran mucho tiempo. Eso esperaba.
Me preguntaba que le había pasado a Agni. Si bien antes de llegar a Klirale, siempre había sido portador de un carácter volátil, no habíamos tenido problemas en alrededor de los cinco años que convivimos. ¿Qué hizo qué se pusiera así?
Pero más importante, ¿por qué parecía haber sido poseído por otra persona? No había ganado nada preguntándoselo a él, puesto que tampoco sabía que le sucedía, parecía confundido, lo que soltaba todas las alertas.
Debía hablar con Baruc, era muy probable que él si supiera.
Acaricié mi cuello, esas marcas no debían notarse. Pronto recibiríamos a Aryeh, no quería inconvenientes o exclamaciones innecesarias.
Mis doncellas hicieron su trabajo, ninguna comentó nada al respecto. Aunque no había pasado desapercibido sus miradas acusatorias, de seguro ya aprovecharían para sacar especulaciones entre ellas, cuando no estuviera cerca.
Caminé seguida del séquito, me dirigía al salón del trono. Agni ya debería de estar allí, en todo caso, junto a Baruc, Hilal y Aryeh.
Fuera de las personas del castillo, al único que conocía era a Aryeh. Más de una vez había intentado salir del palacio pero, tanto Agni como la mayoría de las personas del lugar, advertían que no era una buena idea, mucho menos algo seguro. Según decían, el pueblo era un lugar peligroso para una joven de la realeza, aseguraban tener tratados de paz con las demás criaturas, las cuales en su mayoría desconocía, sin embargo, como en todos los lados, existen rebeldes que no siguen los tratados.
Dicen que deambulan por las calles, buscando las víctimas más convenientes. Algo que dejaba sin discusión la prohibición de salir sola al pueblo.
Tosí antes de entrar al salón, acomodé mejor mi postura y asentí a los guardias para que abrieran las puertas. Lo hicieron dejando a la vista el azulado de las paredes de la gran sala.
Comenzaba a creer que mis predicciones eran ciertas. Todos estaban reunidos en un circulo confidencial, ¿hace cuánto habrían llegado? O ellos habían llegado antes o me había tardado en llegar, lo segundo era más razonable.
—Buenos días, caballeros —saludé una vez llegué cerca de ellos.
Agni no dudó en atraerme cerca de él, rodeando mi cintura con su mano derecha. Los demás saludaron con el mismo tono que el mío.
—Me estaban contando que todo ya está preparado —soltó Agni, sonreí con amabilidad.
—Me alegra escuchar eso —dije, viendo a los presentes.
Sentí la mirada pesada de Aryeh sobre mí, giré a verlo y me dedicó una sonrisa torcida, mientras dirigía sus ojos al hueco de mi cuello.
Volví a mirar a Agni, éste conversaba alegremente con Hilal y Baruc, me pegué más a él, con la clara incomodidad de Aryeh sobre mí.
Para mi suerte, la molestia de sentir su presencia disminuyó cuando él se unió a la charla de los demás.
—Iré a sentarme —le susurré a Agni.
—¿Estas bien? —cuestionó centrando en mi, mientras Baruc comentaba algo, asentí en respuesta.
Me di la vuelta, caminé directamente hacia el trono, no me sentía incomoda en ese momento. Escapar de la charla de los hombres había sido sencillo. Nunca me habían gustado sus conversaciones, supongo que sería un punto en contra, el no aguantar sus aburridas insinuaciones sobre cualquier cosa que se les cruzara en frente.
Una de mis doncellas se acercó con rapidez en cuanto mi cuerpo tocó la estructura.
—¿Desea tomar algo, majestad? —cuestionó con voz dulce.
—Un té, por favor —hizo una reverencia y se fue.
Otra de las doncellas quedó parada a un lado, mientras que la tercera había desaparecido de mi rango de visión. No tenía idea de que pudiera estar haciendo, sin embargo, no me preocupaba. Debería de estar haciendo algo importante.
Cerré los ojos, recostándome por el respaldo. Una paz transitoria mi invadió, no había pasado mucho tiempo del día como para sentirse cansada o querer dormir, pero, ahí estaba, queriendo dormir de nuevo. A decir verdad, anhelaba más la sensación de tranquilidad.
—¿Puedo preguntar cómo es que se hizo eso en el cuello, majestad? —esa voz descarada.
Abrí los ojos encontrándome con el dueño, clavó su mirada en mí.
—No le parece algo indiscreto de su parte —adopté una postura recta, él comenzó a subir los escalones.
Traía una actitud divertida, como si le todo le daba gracia pero, a la vez, nada le importaba. Me recordaba tanto a Agni de adolescente, eran muy parecidos en ese aspecto.
Agni solía tener un aire de rebeldía innata, una que aún conservaba a pesar de la seriedad que se apañaba en cubrirla. Aryeh no era muy distinto, a diferencia que él, no se permitía ocultarlo a pesar del título que tenía, de sus deberes y su estatus, él la seguía portando.
—Me dirá que le sucedió o me veré en la obligación de averiguarlo —miré a mi alrededor, quedando desconcertada.
¿En qué momento se habían ido todos? ¿Por qué no había nadie?
Aryeh sonrió con arrogancia.
—¿Qué demonios hiciste? —increpé confusa y sorprendida.
—Mi deber es velar por el bienestar de los reyes, y me temo que llevo una vida muy cómoda haciéndolo así que, mejor para ambos, si comienza a hablar —ordenó quedando frente a mí.
Colocó sus manos detrás de su espalda y espero mi respuesta.
—No pienso hablar de mis asuntos personales con usted —demandé con autoridad.
—Bueno, no me ha dejado otra opción —se encogió de hombros, tomándome desprevenida, se acercó.
Agarró mi brazo derecho y lo sujetó con fuerza.
Las imágenes de lo sucedido con Agni se hicieron presentes en mi memoria.