Nueve años atrás...
—¿Qué se supone que es esto? —me crucé de brazos, al ver que Leila ingresaba a mi habitación con una extraña mujer, cuya existencia había desconocido hasta ese momento.
—¿No querías estar segura? —sonrió de lado con nerviosismo— Ella nos ayudará a estar seguras —hice una mueca al escuchar eso, quería, pero a la vez no saber lo que ocurría, estaba en una mezcla constante de incoherencia.
—No se preocupe, majestad, será un proceso rápido. ¿Me permite?, ya sabe —su voz se tornó un tanto nerviosa—, me necesito poder tocarla para asegurarme —asentí, no estaba convencida de ello, pero si eso era lo que necesitaba para poder asegurarme, debía hacerlo.
Pasaron unos cuantos minutos, bajo extraños rituales, que aquella mujer parecía llevarlos a cabo con la seguridad de practicarlos todos los días. Había inspeccionado gran parte de mi cuerpo para poder obtener una respuesta, lo cual me había dejado totalmente incomoda, sin contar que Leila también estaba allí, pero, en vez de servir de apoyo, solo conseguía dejarme aún más nerviosa de lo que ya estaba.
Ambas estábamos con las expectativas al cien por ciento, por poco y nos agarrábamos las manos del nerviosismo que teníamos, no era para menos tampoco. Estaba sentada en la cama, sintiendo como las manos de la extraña hacían su última prueba mientras paseaban por mi vientre, el golpeteo de mi pie en el suelo dejaba a la vista todo lo que surcaba en mi mente.
Al cabo de unos segundos de esa prueba, ella quedó se alejó a unos metros, y sonriendo dijo:
—Felicidades, tiene tres meses de embarazo —no respondí, mi mente quedó en blanco, ¿ahora qué haría?
—Muchas gracias, ya puede retirarse —dije a lo que ella se dio la vuelta dispuesta a irse, pero, enseguida le hice una seña a Leila—, llama a Agni y a Brais, diles que tengo que hablar con ellos y que es urgente.
No miré cuando ellas se marcharon, simplemente giré mi rostro hacia la ventana, el sol se colaba por ella a estas horas de la tarde, la dejaba abierta siempre que podía, supongo que así se sentía menos el encierro.
Pasé una mano por mi rostro, ¿cómo arreglaría la situación? ¿cómo le diría a papá que estaba embarazada de uno de sus hijos? pero, más importante: ¿cómo le diría que ni siquiera sabía quién de los dos era el padre?
Apoyé mi rostro en la palma de mi mano, mientras con esta cubría mi boca, no estaba lista para tener un niño, ni siquiera podía cuidar de mi misma sin tener la ayuda de los hermanos, no estaba casada, tampoco tenía intenciones que casarme pronto, entonces ¿cómo ocultaría un hijo?
¡Demonios!
Eso no debió suceder, nada de esto debió de haber pasado. Mi cabeza estaba demasiado ocupada en estupideces como para no pensar en lo que conllevaría. Papá no podía enterarse, aún estaba mal desde la partida de mamá, no debíamos cargarle más peso. Pero, no había manera de ocultar algo tan grande.
Una idea cruzó mi mente de golpe, Agni había pasado varios meses en la mansión del este, se había ido y nadie le había reprochado al respecto, papá ni siquiera se había dado cuenta —en realidad si se dio cuenta, pero, pareció importarle—. Tenía que ir a esa mansión, esconderme hasta que acabara el embarazo, luego pensaría que sucedería con mi hijo.
Escuché el ruido de la puerta abriéndose, por lo que me levanté del lugar, miré a ambos, ellos ya estaban entrando en la habitación.
—Tomen asiento —les señalé el mismo lugar de la cama que había ocupado recientemente.
Agni fue a sentarse sin decir nada, mantenía su seriedad e indiferencia de siempre. Mientras que Brais se acercó a dejar un beso en mi mejilla antes de imitar a su hermano, mis labios formaron una mueca parecida a una sonrisa, pero a mitad de camino, me gustaba la sensación que Brais me provocaba, sin embargo, no era el momento.
—¿Qué sucede? —exclamó Agni con indiferencia.
Suspiré, me crucé de brazos y medité lo que diría.
Nada, no se me ocurría ninguna manera de decirlo, no quería soltarlo abruptamente, pero, eso parecía ser la opción correcta. Llevaba casi un mes meditando que tan ciertas podían ser las posibilidades de estar en ese apuro, esos pensamientos siempre me habían llevado a imaginarme el momento en que contaría la verdad. En definitiva, la imaginación no es como la realidad. Después de todo, ahí estaba, queriendo escupir esas dos palabras que me torturaban.
—Yo... —pausé, cerrando los ojos mientras tragaba saliva— Estoy embarazada —solté con un suspiro de alivio.
—¿Qué? —Agni se levantó con rapidez con intención de acercarse a mí.
—Agni —Brais lo detuvo, tomándolo del brazo y estirándolo para que volviera a sentarse. — Entonces... —intentó seguir hablando, pero lo interrumpí.
—No podemos dejar que salga a la luz —acaricié mis brazos.
—Abórtalo —replicó de golpe.
—Agni —siseó Brais, a modo de advertencia.
No lo haría, jamás podría cargar con la simple idea de haberlo perdido. Era nuestro asunto, aunque no había sido planeado, no lo dejaría solo.
—Tomé una decisión —intervine tratando de mantenerme lo más seria posible—, viajaré a la mansión del este, me quedaré allí hasta que el embarazo termine y luego pensare.
—¿Estás loca? —Agni se levantó de nuevo, esta vez no fue detenido por Brais— ¿Y luego que pasara? Volverás y lo traerás, ¿diciendo qué? ¿qué escusa usarás? —se acercó con furia hacia mí, por lo que retrocedí mientras Brais se levantaba— ¿Dirás que lo adoptaste? ¿Qué lo encontraste tirado y te dio pena o dirás que es nuestro hijo? —se burló.
—Agni, basta —Brais volvió a tomarlo del brazo para estirarlo— Esto es tu culpa también, somos igual de culpables los tres y, si no vas a ayudar, allá esta la puerta.
Observé la expresión de Agni, estaba enojado, lo sabía y en cierta manera, yo también lo estaba, pero eso nos llevaba al principio de la historia: todos éramos participes de ese desastre.
Pensé que Agni se quedaría, pero, al contrario, echando humos se dirigió hacia la puerta, cruzando por ella y azotándola a su paso, dejándonos solos mientras veíamos por donde se había marchado.
Brais se acercó hasta mí, rodeó mi cuerpo entre sus brazos, lo correspondí enseguida agarrándome con fuerza de su espalda. Las ganas de llorar se hicieron presentes, pero las alejé observando la puerta de la habitación.
—Lo resolveremos —dijo dando un suspiro para luego, dejar un beso en mi frente— Por ahora haremos eso, iras a la mansión y después pensaremos en otra cosa —no respondí, él tampoco dijo nada por un largo rato, aunque más tarde agregó: —Siempre he querido que tengamos un niño, no ahora —soltó una risa—, pero siempre lo he pensado. Me alegra mucho —acomodó mejor sus brazos—. ¿Has pensado en cómo se llamará?
Sonreí, alejando mi cabeza de su pecho, para poder observar su rostro.
—Si es niña, la llamaré: Gaynor —pausé, sonriendo aún más—, pero, si es niño, —hice una mueca pensativa a lo que el alzó una ceja con curiosidad— lo llamaré: Lorcan.
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Polvo de Cristales
Fantasi•Segundo libro de la bilogía "Cristales" Cinco años pasaron desde que la profecía se llevó a Samira a un nuevo mundo. Cinco años en los que ella no ha dejado de buscar a quienes la dañaron, para tomar represalias. Sin embargo, la magia los mantenido...