❄️C.4: La calma...❄️

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❄️ La calma... ❄️

❄️

— Kai, no.

— Kai, sí — me porfía el muy caprichoso.

— ¡Qué no! — insisto.

— Matt, no voy a desaprovechar la oportunidad de pasarla bien un rato.

— Hay cosas más importantes que hacer que "relajarte un rato" — hablo serio y con el ceño fruncido, ambos brazos cruzados sobre el pecho, bloqueando la puerta para evitar que salga.

— Ya tienen todo bajo control, chico. No me arruines la tarde, Tommy nos extraña y lo sabes.

— Si tienes tanto tiempo, deberías ir a ver tu maldito trabajo de contrabando de vez en cuando.

— Ah, sobre eso...

— ¿Qué hiciste ahora?

Cuando desperté esta mañana todo indicaba que seria un día más, la semana pasada aniquilaron a todas las brujas e híbridos que se habían aliado al diablo blanco, como lo llamaban ahora. El aquelarre con el cual vivimos estaba tan encabronado que en pocos días ya no quedaban enemigos, perdimos a un par de brujas, pero eso tiende a pasar con las putas guerras. Para mi sorpresa no resulté ser tan inútil como creía, mientras los demás estaban lejos y peleando, solo yo pude defender "el castillo" cuando seis aliadas de Pietro aparecieron intentando quemarlo todo. Fue la primera vez que al usar mi invierno al máximo no caía desmayado, los entrenamientos han servido después de todo. Alcé mis defensas fuera del edificio, cubrí a las bastardas que venían por Lorena y las sofoqué con el frío que amargamente me regaló la muerte. Para cuando llegó Kai y el resto, no había mucho que lamentar más que un par de ventanales y la muerte de aquellas bruxas, que aunque venían a matarnos, solo querían salvarse a sí mismas.

Hoy salí de compras sin compañía, luego del despliegue de barreras que había formado en aquella corta batalla no me sentía ni un poco "desprotegido". El día parecía tan cotidiano como el anterior hasta que fuera de una vitrina de ropa me encontré gratamente con aquella madre que salvé junto a su hija de las garras de Aris y sus soldaditos abusones. La mujer soltó sus bolsas corriendo hasta mí para abrazarme, no paraba de agradecerme, con la incomodidad en la cara intenté decirle que se equivocaba, sin embargo, tenía muy buena memoria y me obligó a aceptar su invitación a almorzar en su adorable casa por mi "heroísmo", no me considero un héroe y no me gusta que nadie lo crea, pero tengo cierta debilidad por las mujeres maternales, no puedo decirles que no. Luego de aquel exquisito almuerzo con Hanna (la madre) y Lira (su dulce hija), me retiré luego de que ella me obligara a prometer que si algún día necesito un lugar dónde vivir, no dude en acudir a ella. Es obvio que por la apariencia que cargo últimamente cree que soy otro intento de chico-rebelde que vive bajo un puente... aunque pensándolo bien, lo soy. Llegué a casa de muy buen ánimo. Repartí las compras y encargos mientras los niños me recibían como a San Nicolás por traerles bolsas de dulces solo para ellos, como tienen sangre fae aman el azúcar por sobre cualquier cosa; subí las escaleras dispuesto felizmente a contarle mi día (y mi encuentro con Hanna) a Kai, ¿y qué me encuentro? Al brujo con una sonrisa de Gato Risón y un "¿Salgamos a ver a los Tigres?" como si el mundo no se estuviera quemando. Tenemos mayores preocupaciones, aún no sabemos dónde se oculta Pietro o si de verdad despertará la próxima semana como Raiku dijo, y el malcriado quiere salir de fiesta.

Me porfía todo el rato, hasta que va y me sale con la gran sorpresa:

— Le cedí todos mis negocios a Amelia — habla suave y bajo con la esperanza de que no me enoje, obviamente ya lo estoy. ¿Cómo se le ocurre hacer eso sin siquiera decírmelo?

El Brujo y El Muro: Cuando el espejo se quiebra (libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora