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Un día más en casa, la rutina era exactamente la misma que el día anterior, y a pesar de apenas tener cerca de una semana encerrado, esta comenzaba a parecerle insoportable, pero nunca hizo nada por intentar cambiarla y se negaba rotundamente a salir de su habitación.

Su cuerpo entero dolía y le costaba mantenerse en pie. Apenas había intentado ducharse y no estaba seguro de que aún pudiera continuar faltando a la escuela pues no tenía idea de cuántos días habían pasado ya.

En varias ocasiones sus padres se paraban del otro lado de la puerta, dando leves toques a esta, animándole a salir de allí, pero en ninguna de estas ocasiones él siquiera había contestado. Sabía que los estaba preocupando, que debía salir de ahí pero cada vez que la idea si quiera se pasaba por su mente su cuerpo se negaba, quejándose de todo movimiento y apenas permitiéndole pensar.

El sol del mediodía calentaba su habitación que al estar completamente cerrada el aire se había vuelto pesado y desagradable.

Llevaba horas en la misma posición, hacía un calor insoportable pero no tenía las fuerzas suficientes como para siquiera quitarse la pesada cobija que abrazaba su cuerpo tan fuertemente que sentía que en algún momento terminaría por cortarle la respiración.

Se dió vuelta y se levantó con un leve quejido, su vejiga llevaba quejándose por horas así que reunió fuerzas y se arrastró fuera de su cama. El suelo resultaba helado en comparación con su cuerpo pero apenas y le tomó importancia y se movió a pasos lentos hacia la puerta del baño en su habitación.

Pero al abrir la puerta frente a él, se encontró con unos ojos demacrados, estos le devolvieron la mirada desde el espejo, apenas con vida. La piel sucia y sudorosa había hecho que el cabello, apelmazado por los días sin bañarse, se le pegara al rostro, sus labios agrietados y descoloridos estaban apretados, su cuello lleno de arañones que el mismo se había hecho y con apenas color en sus mejillas.

Una mueca de desagrado le respondió a su mirada y las lágrimas comenzaron a bajar por su rostro. Su cuerpo cedió a su peso y cayó sobre sus rodillas, su mirada bajó hacia sus manos, apretandolas con fuerza haciendo sus nudillos crujir y sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos.

Lloró por lo que le pareció una eternidad hasta que las lágrimas se acabaron, quizá por la deshidratación, y solo entonces se dejó caer en el frío suelo. Cerró los ojos, dejándose envolver nuevamente por aquella bruma que inundaba todo su ser y le mantenía lejos de todo aquello que le rodeaba.

No debió pasar mucho hasta cuando escuchó las voces.

El sol ya había comenzado a bajar, apenas e iluminando el cielo con las tenues luces del crepúsculo. Las sombras se paseaban por las paredes de su habitación y el único sonido que llegó a sus oídos por unos momentos eran el de los autos, quizá algunos transeúntes que habían salido a pasear sus perros al parque cercano o algunos niños regresando a sus hogares después de haber salido a jugar durante la tarde. Pero entonces volvió a escucharlas. Las voces eran claramente de sus padres, estos hablaban en un tono preocupado y podía escuchar sus pasos nerviosos. Escuchó como una silla se recorría al alguien ponerse de pié repentinamente y una tercera voz comenzó a hablar.

Su pecho se sintió oprimido y el simple hecho de respirar le resultó innecesario pues lo único que su cuerpo necesitaba con ansias era salir de su habitación y correr hacia aquella tan reconocible voz.

La marca en su pecho se calentó agradablemente y sus dedos se movieron instintivamente hacia ella, tocando su piel a través de la ropa y pasándose delicadamente sobre la alargada marca.

Intentó agudizar su oído para entender lo que su profesor estaba diciendo en ese momento, pero parecía ser inutil pues le resultaba demasiado lejos. Intentó ponerse en pié, pero sus brazos fallaron y se desplomó en el suelo nuevamente, su cabeza se golpeó con el suelo y cayó en este de vuelta, soltando un quejido apenas audible

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Las voces se callaron por un instante antes de que los pasos subiendo las escaleras de golpe las reemplazara. Escuchó a su madre preguntar si se encontraba bien, pero para entonces la puerta de su habitación ya se estaba abriendo, revelando al hombre tras esta.

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Para cuando despertó ya era de noche. Pudo notar que la habitación en la que se encontraba estaba completamente a oscuras, pero no estaba solo. Soltó un leve quejido al intentar incorporarse y una mano sostuvo su espalda ayudándole a sentarse.

Su piel se estremeció al toque, dejando que Aizawa le ayudara por completo hasta que le recargó en el respaldo del sillón en el que se encontraba.

La luz de la cocina estaba encendida y podía ver las sombras de quienes supuso eran sus padres moverse ansiosamente de un lado a otro e intercambiando apenas y unas cuantas palabras.

El rostro de Aizawa se acercó peligrosamente al suyo, parecía que estaba a punto de decirle algo pero entonces se congeló. Katsuki pudo sentir su respiración en el cuello, acariciando su piel y aspirando lentamente su aroma.

Los segundos pasaron y su cuerpo se rindió ante el momento ladeando su cabeza ligeramente permitiéndole a su alfa que se acercara aún más, oliendo profundamente y rozando su piel con su nariz.

El sonido de su boca al abrirse le provocó escalofríos.

Pero no se movió.

Sintió los afilados colmillos del alfa rozar su piel, causándole un cosquilleo.

Pero solo cerró los ojos.

-Debería avisarles a tus padres que has despertado- dijo con voz ronca.

Katsuki volvió a abrir los ojos, solo para encontrarse con que su alfa se alejaba de él en dirección a donde sus padres se encontraban.

La decepción y el rechazo se anidaron en su pecho y sus ojos se humedecieron, la frialdad con la que Aizawa había dicho aquello resonó en su cabeza, dando vueltas a su alrededor y haciéndole sentir mareado.

Su madre salió de la cocina a paso cauteloso, observandole como si temiese que en cualquier momento su hijo desaparecería. Le envolvió en un fuerte abrazo sin decir palabra pero a Katsuki le pareció que había estado llorando. Detrás de ella se acercó su padre, no sin antes intercambiar unas palabras con el profesor que su hijo no fue capaz de comprender del todo.

Este se unió al abrazo, colocando un beso a cada integrante de su familia.

Unos minutos después todos se encontraban sentados en el sillón, a excepción de el profesor quien les observaba recargado en una de las paredes de la habitación.

Katsuki tenía en sus manos un pequeño plato con un sándwich que su padre le había preparado, sentado al centro del sillón con sus padres sentados a ambos lados protectoramente.

Todo se encontraba en silencio y nadie parecía dispuesto a intentar romperlo hasta que la madre de Katsuki fué quien habló primero.

-Queremos que te mudes con el profesor Aizawa.


No te alejes de mí  >AizaBaku<Donde viven las historias. Descúbrelo ahora