“¡Ayúdame Samu!” Fue lo último que escuché salir de sus labios blancos y quebrados, la enfermedad había acabado con él y yo no había podido hacer nada para ayudarlo, la impotencia y las ganas de patear cada pared que se me presentaba me inundaban el cuerpo de una forma que nunca había sentido. Desde ese día me prometí ayudar a cada persona que tuviera la enfermedad que Santiago tuvo, esa enfermedad que lo arrebató de mi lado dejándome sin nada en la vida, con un hoyo en el corazón más grande que mis ganas de vivir, pero por ello decidí estudiar oncología, poder ayudar a las personas que pasan por lo mismo que Santiago pasó, pero que haya un final completamente distinto es lo que yo busco y eso espero lograr.
—Doctor De Luque, lo buscan en el área infantil— Me dijo una de las enfermeras mientras yo revisaba los registros junto a la puerta de la cual había salido
— ¿No hay doctor en turno? — Le pregunté, normalmente me llaman a esa área cuando no hay doctor en turno y algún niño que se accidentó y necesita que suture o pongan un yeso llega al lugar.
—No doctor, esto es algo de su área, lo llamaron directamente a usted así que creo que es alguno de sus mini pacientes— “Mini pacientes” así llamaba a los niños con algún tipo de cáncer a los cuales trataba, las enfermeras me dan el hilo alguna veces.
— ¡Oh¡ Muy bien, voy allá enseguida— Me moví solo un poco por el escritorio y quedé frente a frente con otra de las enfermeras — ¿Me pedirías algo de comer a la cafetería Matty? — Matty es una de las enfermeras que tienen más tiempo en el hospital, es una delicia de persona, es como mi madre del hospital.
— No jovencito, usted baja a comer que la vida sedentaria no es buena— Tomó el folder de mis manos y lo puso en una de las gavetas. — ¡A curar personas se ha dicho! — Solo con la mirada que me dio pude sentir ese regaño maternal, le lancé un beso y me dirigí al área infantil del hospital, todo se me hace muy extraño, normalmente mis mini pacientes eran atendidos en el área de oncología, donde yo estaba, que me hayan llamado para acá no me suena muy bien, antes de cruzar la puerta al área infantil se escuchó una voz robótica diciendo “Doctor De Luque, se le solicita en el área infantil, paciente enlistado”, crucé la puerta y me encontré a Samantha, la única de las enfermeras que se atrevía a llamarme Samuel.
—Hasta que te presentas Samuel, tengo a uno de tus pacientes en el cuarto 009— Me apuntó a una de las puertas que, como normalmente, estaba abierta —Toma. — Me tendió un vaso de agua.
—No tengo sed, Sam, gracias— Me miró y se rió.
—Si no es para ti, es para la madre del chico, estaba algo alterada hace un rato, creo que hasta lo sigue hacia el baño. — Tomé el vaso que me tendió.
— Es normal, saben que están perdiendo a un ser amado. — caminé hacia la habitación y me encontré con un chico recostado en la cama, de aproximadamente veintidós años, piel blanca, ojos pequeños, iba en vaqueros y una camiseta roja algo desgastada, estaba concentrado en su teléfono y parecía ignorar mi presencia; me aclaré la garganta y dije. — ¿No estás un poco grande para esta área? — Dejé el vaso en la mesa junto a la puerta. Levantó la mirada de su pantalla hacia mí y me sonrió, tenía una nariz pequeña y una sonrisa muy linda, se levantó de la cama y caminó hacia mí.
— No soy yo el que está aquí, es mi hermanito, solo estoy acompañándolo a él y a mamá. — Levantó su mano frente a mí y dijo. — Guillermo Díaz. — Podía ver como volvía a sonreír de manera vacilona. — ¿Eres el doctor? — Observé su mano un momento y después levanté la mía para estrecharlas.
— Efectivamente, soy el doctor Samuel De Luque. — Del pequeño baño de la habitación salió Sebastián, o Sebas, uno de mis mini pacientes, el cual tenía un tumor cerebral por desgracia maligno, lo he estado tratando desde hace casi un año, pero nunca supe que tenía un hermano.
— ¡Doctor! — fue a darme un abrazo y yo se lo acepté con mucho gusto.
— Hola Sebas, has venido a visitarme. — Me sonrió y apuntó a su madre.
— Mamá me ha traído. — La madre de Sebastián me miró preocupada.
— Muy bien, pues si mamá te ha traído entonces debo hablar con mamá. — La mujer salió de la recamara y yo fui detrás de ella. — No destrocéis la habitación. — Dije antes de salir, Sebastián levantó una mano como diciendo “lo prometo” y yo salí cerrando la puerta. Observé a la mujer que parecía haber envejecido quince años desde que la conocí hace unos meses.
— Hoy olvidó como atar sus zapatos. — Fue lo primero que me dijo. — Olvidó como tomar la cuchara ayer y hace tres días que tengo que ayudarle a cambiarse. — Sus ojos estaban a punto de explotar si no sacaba esas lágrimas. — No me molesta, Dios, claro que no, pero tengo mucho miedo, no sé qué hacer y por eso lo he traído hoy, dime que puedes hacer algo — La miré con un poco de pena.
— Todo lo que puedo hacer ya lo estoy haciendo, créame que desearía poder hacer más, pero lo que está pasando es inevitable, Sebas debe pasar por estos retos para luchar por su vida, y el apoyo que usted le brinda es indispensable, es lo mejor que puede hacer por él, ayudarlo en lo que empiece a dificultársele — La mujer soltó las lágrimas que estaba conteniendo.
— Entonces, ¿hoy no se puede hacer nada? — Me preguntó aun con un poco de esperanza de que yo pudiera hacer algo contra lo que estaba comenzando a pasar.
— Le haré una resonancia magnética para revisar la evolución que ha tenido el tumor como para comenzar a dar estos avisos, lo dejaré internado aquí para practicársela mañana antes de que pida desayuno. — Le sonreí en manera de apoyo. — Vamos adentro a comunicárselo al mini paciente. — Limpió los restos de lágrimas de sus mejillas y entró detrás de mí a la habitación. — Bueno Sebas, Sebas, Sebas, me han dicho que has tenido un poco de problemas con los listones de los zapatos. — Me miró atento y me mostró los zapatos.
— Si, Guille tuvo que atarlos por mí, mis manos están algo torpes. — Apuntó a su hermano, el cual estaba parado junto a su madre.
— Bueno, algunas veces uno debe arriesgarse a los actos peligrosos. — Sebas rió como si aquello hubiera sido realmente muy gracioso.
— ¿Verdad que mi hermano es genial, Samuel? — Le sonreí.
— Bueno, eso ya lo veremos. Por lo tanto jovencito, le aviso que pasará la noche aquí y tendrá una ligera visita a la sala de resonancias por la mañana. — Sebastián había pasado por esto tantas veces que solo asintió.
— Bueno pero, ¿podría decirle a mamá que puede irse a casa? Sé que anoche no durmió muy bien y se le nota muy cansada. — La mujer se puso un poco roja.
— Yo voy a quedarme aquí contigo Sebastián. — le comunicó al pequeño. — Mamá, lo que dice Sebastián en verdad, no has dormido bien, yo voy a quedarme aquí acompañando al enano, mientras tú vas a ir a descansar a casa. — Le señaló.
— No es necesario Guille. — Este la miró con un poco de superioridad.
— Si no te estoy preguntando, te estoy avisando. Toma tu bolsa y quiero que vayas a descansar, yo me quedaré aquí, además, el doctor está aquí y en mejores manos no lo podrías dejar.
— Guille…— No la dejó terminar y le dio un gran abrazo.
— Te queremos, mamá, por favor ve a descansar. — La mujer observó a Sebastián y luego a mí, se acercó al pequeño y le dio un beso en la frente.
— Volveré mañana por la mañana para ver cómo fue esa visita a la sala de resonancias— el niño asintió.
— No habrá mucho que contar, pero te veo mañana mami. — La mujer se acercó al mayor de sus hijos y le dio un beso en la mejilla.
— Gracias Guille… por todo— Este le sonrió y le devolvió el beso.
— Eso está de más decirlo, mamá. — Se sonrieron por última vez y la mujer se fue.
— Bueno, ordenaré que te traigan la play y algo de cenar. — Tomé el teléfono del cuarto y le pedí a Samantha que me llevara una bandeja de comida y la consola. Tuvimos que esperar un rato pero al fin llegó.
— Bueno Samuel, a la próxima me avisas que quieres una consola de juegos en cada habitación ¿vale? — Me preguntó sarcástica pero algo divertida.
— Muy bien Sam, yo te aviso. — me dio un pequeño golpe en el brazo y salió. — Creo que yo también iré a comer— les avisé.
— Mi hermano aun no come, ¿podría ir con usted? — Me preguntó Sebastián.
— Bueno pero que ganas de correrme. — reclamó Guillermo.
— Es que tú no me dejarás la consola, Guille, además es cierto que no comiste. — Ambos nos reímos.
—Oh no, yo no permito eso en mi turno, ¡vamos a comer! — le dije, me sonrió.
— Ahora vuelvo, enano. — le dijo a Sebastián y este solo asintió con una sonrisa de oreja a oreja.
Salimos de la habitación caminando al mismo paso, fui directamente hacia Samantha. —Iré a comer Sam, si me necesitas para algo ya sabes dónde encontrarme. — Le guiñé un ojo porque sabía que se molestaría, y efectivamente lo hizo
—Veamos, te lo diré de nuevo Samuel yo-no-soy-tu-secretaria espero que ahora si se te grabe. — Sonreí
—Está bien, está bien, iré a comer. — Me alejé de su sitio con Guillermo a mi lado. — ¡Me avisas si se necesita algo! — Y prácticamente corrí, cuando estaba en el ascensor podía escuchar una risa ahogada detrás de mi
—Nunca imaginé que así se llevaran las personas en los hospitales. — Decía un Guillermo con los ojos más pequeños que antes y las mejillas ligeramente rojas, el verlo así me hizo reír más a mí.
—Buscamos un poco de diversión entre toda la presión que el hospital te carga, si no fuera así, perderíamos la cabeza y pasaríamos a ser un paciente mas.-Le expliqué tratando de contener mi risa. Llegamos a la cafetería y me acerqué a la barra. — Hola Mery. — Saludé a la mujer que me ha alimentado más veces de las que me alimenté en casa.
—Hola doctor De Luque, ¿mucho trabajo el día de hoy? — Me preguntó con esa sonrisa que siempre está en su rostro
—Y cuándo no, Mery. — Soltó una de esas risas que te hacen sentir en confianza. — ¿Me das una ensaladita con pollito? — Me tendió una bandeja rápidamente.
—Ya la tenía lista para ti, corazón. — Tomé la bandeja.
—Como te adoro, Mery. — Le lancé un beso. Entonces recordé al chico que venía conmigo. — ¿Oh, también podrías darme una para mi amigo? — Volteé a ver a Guillermo. — ¿Quieres Guillermo? — Él solo me observaba.
—No gracias, yo… no me gustan las verduras. — Confesó. Vale que a mí tampoco es que sea mi alimento favorito pero sé que hay que comerlas. Noté como Mery le sonrió muy tierno y sacó un plato con frutas diferentes.
— ¿Las frutas si te gustan, cariño? — Guillermo asintió como cuando le ofreces una paleta a un niño pequeño. Tomó el plato que Mery le tendió y le dio las gracias, caminó junto a mi hacia una de las mesas y nos sentamos.
—Así que no te gustan las verduras. — Lo dije más como una afirmación ya que si fuera pregunta ya sabía la respuesta.
—Ajam, tienen un sabor asqueroso. En cambio las frutas son tan dulces, jugosas y ricas. — Noté que separaba las fresas de las otras frutas.
—¿Y no te gustan las fresas? — Le pregunté señalando su plato
—De hecho, son mis favoritas ¡Pim pam fresitas! —La risa que se acumuló en mi garganta fue tan grande y sonora que cuando logró escapar los otros doctores y familiares de pacientes que se encontraban en la cafetería me observaron. — Oh, pero que risa macho. — Se rio. Mi risa es aguada, pero no me reía así desde que Santiago vivía conmigo, cuando aún podía escucharlo. —
